El covid-19 provocó una cuarentena obligatoria que convirtió a las personas en pájaros enjaulados. El pan de cada día fue el de añorar la libertad, hervir de ganas, tragar el amargor de futuros inciertos y estar condenados al mismo horizonte.
Ahora bien, ¿Qué emociones se pone en juego a partir de esta “flexibilización de la cuarentena” tal cual la definieron Alberto Fernández y los gobernadores del país? ¿Habrá que marchar efectivamente hacia una recuperación de la normalidad o habrá que construir en su lugar una nueva?
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Desafíos
La psicóloga Patricia Faur, Mágister en Psicoinmunoneuroendocrinología y Psiconeurofarmacología de la Universidad Favaloro y miembro del Consejo Consultivo de Psicología de UADE, cree que el primer impacto al salir a la calle será encontrarse distintos y en un mundo diferente.
A su vez, piensa que habrá dos grandes reacciones: por un lado, los más jóvenes, con una sensación de mayor inmunidad, que vayan eufóricos a hacer fiestas y juntadas, un “aquí no ha pasado nada”. Por otro, una gran mayoría que lo hará con bastante más aprensión y que quizás prefiera salir solo para lo mínimo indispensable.
“Creo que habremos aprendido formas de cuidado y de higiene y que oscilaremos entre un cuidado racional y otro a veces demasiado obsesivo”, afirma.
La psicóloga y profesora de yoga Elizabeth González Montaner explica que algún grado de ansiedad, de alarma y de chequeo habrá que tener para seguir cuidándose, porque el virus continuará circulando. “Pero debemos encontrar la medida justa de expresión de esa ansiedad para que no nos interrumpa las actividades cotidianas que a su vez generan el propósito de nuestra vida”, dice González Montaner.
Francesc Núñez Mosteo es un sociólogo y filósofo catalán, especializado en Sociología de las Emociones, que está radicado en Barcelona. Desde allí, nos dice que imagina que permanecerá en la gente el miedo, la desconfianza y la costumbre de no acercarse demasiado a los otros.
Habrá que setear la cabeza y los hábitos con nuevos paradigmas de estar en el mundo y de relacionarse. “Nos vamos a acostumbrar a tener una distancia física y, cuando se reciban visitas, se van a tomar medidas de higiene que antes no teníamos, sin que nadie se ofenda. Son nuevas normas de convivencia que todos vamos a incorporar”, afirma Faur.
Ahora, si en cuarentena se impuso el afán por mantenerse (híper) productivos y se multiplicaron las propuestas para hacer, aprender, ver, leer y practicar desde casa, como una manera de exorcizar al fantasma del ocio; en la post-cuarentena también pareciera haber una exigencia de hacer balances, volver a la rutina y ser aún mejores que antes.
González Montaner advierte que a veces la producción exagerada va en contra de la toma de conciencia, “tenemos que ser productivos para existir, estar sanos y felices, no solo para producir utilitaria y económicamente. Ese enfoque, de hecho, es el gran cambio que estábamos necesitando”.
En la misma línea, el psicólogo Lucas Malaisi, Presidente de la Fundación Educación Emocional Argentina, vislumbra que con la actual crisis llega la posibilidad de una nueva versión del ser humano, que él denomina “homo emotus”: con una conciencia de unidad y empatía y una mayor conexión con las emociones y la intuición.
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El amor post cuarentena
¿Qué sucederá con los nuevos romances? ¿Cómo intimar, por ejemplo, con alguien a que no se conoce (y que puede estar enfermo)? Patricia Faur lo compara con lo que pasó en los ´80 y los ´90 con el HIV. “En un punto aquello era más sencillo porque un preservativo era suficiente para que las personas se cuidaran”.
¿Será el fin de Tinder? ¿O tal vez el definitivo triunfo del sexo virtual? “El sexting y el sexo virtual ya están en auge, y la pandemia hizo que explotaran mucho más, así que creo que definitivamente habrá una revolución en ese sentido. Lo más probable es que seamos testigos de una mayor reticencia a tener contacto físico con un desconocido y por tanto cambiarán hábitos en la sexualidad”, opina Faur.
¿Es la vuelta al zaguán (aunque virtual) con tiempos hasta más largos para intimar? ¿Habrá que esperar, como mínimo, catorce días para dar el primer beso? La psicóloga vislumbra una puesta en valor del amor unido al sexo, donde la sexualidad esté menos disociada de lo amoroso y romántico. “Lo que se tiene que generar es un puente de confianza donde uno tenga por lo menos la ilusión de que el otro no le va a hacer daño”, afirma.
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Los últimos
Los niños y adolescentes fueron de los primeros en entrar en confinamiento y, según parece, serán de los últimos en salir. Lucas Malaisi dice que, una vez que se reactiven las clases presenciales, habrá que evitar el riesgo de buscar recuperar el tiempo perdido en los contenidos escolares y dar un tiempo para digerir emocionalmente lo vivido.
El especialista sugiere hacer preguntas clave que ayuden a capitalizar la experiencia: “¿Qué aprendimos?, ¿para qué puede servirnos?, ¿cómo podemos ayudar a otro?, ¿cuál es la mejor actitud que uno puede tener ante un aislamiento?”.
“Son preguntas que focalizan en un futuro y en un para qué y apuntan hacia una mejor versión de cada persona y de la sociedad. Es una invitación para hacernos cargo de lo que pudimos aprender de lo vivido, algo mucho más valioso que los meros contenidos cognitivos”, sostiene.
La psicóloga González Montaner, quien también es directora del centro Psicoeducar, está de acuerdo con descomprimir a los chicos en su vuelta al cole. “La escuela tiene que ser un modelo de aprender cómo vivir y para eso no necesariamente tenemos que estar atentos a los contenidos, tenemos que estar más atentos a lo que sentimos y cómo desplegamos nuestra vida”.
Los adultos mayores forman el otro grupo que será seguramente de los últimos en salir. ¿Cómo se resignifica la vejez y cuánto afecta la falta de contacto físico con los seres queridos? Faur resalta que es fuerte el impacto emocional pero confía en que ellos tienen una aceptación mayor del devenir.
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Nosotros y los otros
Para Malaisi, el mensaje del Covid-19 es que todos somos uno. “Es una conciencia de unidad que favorece las actitudes de cooperación, de ayuda y de voluntariado; en contra del individualismo, que promueve la competencia, el egoísmo, la avaricia y el querer ganar. Estamos ante un paradigma en el que el bienestar social incluye al bienestar individual”, explica.
Patricia Faur coincide en que el mundo post-cuarentena será con un estilo de vida más comunitario en el que tal vez los vecinos que se descubrieron durante el confinamiento desde los balcones o terrazas, puedan cruzarse en la calle, reconocerse y saludarse.
“El virus nos obligó a estar más en contacto con la interioridad pero también nos demostró que no discrimina, y que es una amenaza universal. Desde lo emocional, el mejor aprendizaje pasa por la solidaridad”, dice. La paradoja es que a su vez hay que cuidarse cada vez más de los demás, y a la inversa, porque unos y otros representan una amenaza mutua.
“De alguna manera se nos está convirtiendo en portadores o posibles portadores de la propia muerte y de la muerte del otro. Aparece la tensión entre esa realidad y el deseo de pensar que otra vida es posible, una donde podamos deshacernos de este individualismo que nos ha llevado a muchas de las situaciones que ahora nos damos cuenta que no nos gustan”, reflexiona Núñez Mosteo.
Hay más: aunque hasta hace unos meses pensábamos que la tecnología había colonizado nuestras vidas, el virus puso en evidencia cuán corporales seguíamos siendo y obligó a ensayar una comunidad virtual sin precedentes: abuelos que aprendieron a hacer videollamadas para jugar con sus nietos, niños que festejaron su cumpleaños en Zoom o juntadas de amigos a pantalla partida.
“Nada va a reemplazar el contacto, pero en esta pandemia algunas personas empezaron a tener charlas un poco más íntimas y a compartir más sus emociones”, señala Faur. Tal vez el salto sea lograr lazos reales y profundos aunque mediatizados aún más por la tecnología.
Por otro lado, el virus puso en cuestión la posibilidad de controlarlo todo y esa supuesta potestad de ser creadores de lo que va sucediendo alrededor. De repente, se cruzó la vulnerabilidad física, emocional y económica. “Habrá que ver cómo salimos a la calle con este supuesto descubrimiento de la vulnerabilidad, del que algo sabíamos pero teníamos como tapado, de que no somos dioses, ni omnipotentes”, señala Nuñez Mosteo y compara el confinamiento con el retiro del buda.
“Veremos si somos capaces de salir con esta nueva conciencia. Hay que creer en ello porque si no creemos, volveremos a lo mismo de antes –dice y propone algo disruptivo-. Lo que hay que hacer es no recuperar la normalidad, no queremos vivir convencidos de que más es mejor. La buena vida es la de la calidad de las cosas, que te hagan vibrar, entrar en resonancia con lo que haces y tienes. Estamos dando por descontado que lo que hay que hacer es volver a recuperar el progreso, el aumento, el más, más, más, cuando en realidad hemos ido a una sociedad post crecimiento. El objetivo no ha de ser más sino mejor”. Allá vamos.-
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