Hacer, rehacer, volver a hacer y repetir. Pareciera que venimos a esta vida "seteados" con un chip que nos impulsa a seguir a como de lugar. Un chip que no nos permite muchas veces parar y bajarnos de la vorágine del día a día, de esa realidad que nos absorbe, que nos pide cada vez más y que nos devora por completo. Como un mandato establecido que eleva la vara minuto a minuto y que hace de la auto-exigencia algo imposible de satisfacer, casi sin darnos cuenta. Y si es que nos damos cuenta, seguimos igual y nos pasamos la vida lamentando el hecho de que "no tenemos tiempo".
En el contexto mundial que vivimos de pandemia, nos vimos obligados a poner un "stop" en nuestra normalidad. Algo así como "un tiempo muerto" que nos sirvió para ver -quizás por primera vez- dónde estábamos parados y hacia donde íbamos. Un marco que nos permitió "tener más tiempo", pero que a la vez nos llevó a querer ocuparnos cada espacio al mil porciento. Es decir que, por el contrario, en vez de "disfrutar esta especie de tiempo fuera", las exigencias se vieron en alza y con ellas llegaron las ofertas de actividades desmedidas e ilimitadas.
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Nos anotamos en mil cursos, no ponemos un límite al teletrabajo, nos sumamos a un montón de videollamadas al día y contestamos otra infinidad de mails a cualquier hora. Todo esto en un contexto de total incertidumbre.
En diálogo con la Licenciada en Psicología, Eliana Tornatore -aprovechando que ya llevamos 100 días de confinamiento- reflexionamos sobre la relación que existe entre la cuarentena y la demanda de productividad.
¿A qué se asocia la idea desmedida de "tener que hacer" en el contexto de confinamiento?
La cuarentena comenzó y parecía para algunos la oportunidad ideal de hacer cosas que antes no podíamos, establecer metas, proponerse tareas y actividades diversas. Los medios de comunicación, en los primeros días emprendieron campaña en recomendar programas para quedarse en casa. Esto se vio asociado a una idea de que estamos en una especie de 'suspensión temporal' y podemos hacer todo lo que no hacíamos antes. No sabíamos con certeza lo que iba a suceder, y dentro del contexto de incertidumbre en muchos casos imperó la exigencia.
¿Por qué se da esto?
Pensamos en la idea del tiempo como algo que tenemos que llenar de cosas y explotar al máximo. Consumir el tiempo más que vivirlo y tener que ser productivos de algún modo. Esto va de la mano de un imperativo social, que da lugar a la idea de una “forma correcta de vivir”, relacionado con el tener que. De todas formas, el imperativo social de productividad y de aprovechamiento al máximo de nuestro tiempo ya existía, solo que parece ser que en este contexto, se ve visibilizado en mayor medida. Vivimos en una sociedad diseñada para generar necesidades, en esta época nunca tenemos tiempo, y cuando parece que lo tenemos, necesitamos y debemos aprovecharlo. Enfrentamos esta situación en un modelo que pide exigencia, hacer cosas, ser feliz, sociable, sentirse bien con uno mismo, hacer ejercicio, emprender etc. Impera la idea de aprovechar al máximo el tiempo de confinamiento, una presión que puede terminar siendo agobiante. Esta exigencia puede generar ansiedad, al no cumplir con las expectativas propuestas.
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Por otro lado, hay que pensar que las metas que de alguna forma nos pusimos al principio de la cuarentena, pueden haber tenido que ver con los sentimientos de ese momento, sin poder dimensionar lo que vendría. Pero en situaciones de esta índole, los sentimientos son cambiantes y alternan, y ahora, cien días después, puede que nos encontremos más desmotivados que al principio. Esa desmotivación y cansancio, también pueden dar lugar a que en algunos casos aparezca un sentimiento de culpa por no haber logrado cumplir con los objetivos iniciales.
¿Es "normal" que pase?
Es normal que se den estas situaciones de presión ante un cambio de vida tan radical, presión por hacer, y presión si no hacemos. Pero es importante no desesperarse y saber que esto es pasajero y que no hacer nada, muchas veces es necesario. Permitirse ser “menos productivos” también. Escucho algunas personas decir que no están rindiendo, que están perdiendo el tiempo.
Hay que pensar que teníamos una vida y la vivíamos de determinada manera. Lo que antes representaba la normalidad, ir a trabajar, salir a pasear, juntarse con amigos, hacer deporte, ahora no puede sostenerse, o al menos no del mismo modo. En el confinamiento quisimos seguir siendo productivos, pero quizás lo que antes tenía sentido, hoy es una exigencia vacía de contenido.
¿Por qué en algunos casos se puede sentir "culpa" por hacer nada?
Ante esta casi imposición de actividades, muchos se han encontrado con que no tienen ganas de hacer nada. Frente a esta “inactividad elegida”, también puede aparecer la culpabilidad. Las redes sociales por su parte, incentivan a que así sea. Sabemos que muchas veces las personas exhiben su estilo de vida con un filtro de felicidad por estos medios, pero con la cuarentena, esta realidad con la que convivimos desde hace un tiempo, se ha agudizado. Eso también incide en que las personas puedan sentirse mal bajo la percepción de que están perdiendo un valioso tiempo.
¿Está mal sentirse "aburrido"?
A veces también nos enfrentamos con el aburrimiento, y si bien el mismo es un estado vital imprescindible, está mal visto y por eso nos han bombardeado de actividades. Esto relaciona con nuestra manera de mirar la realidad: desde la productividad. El aburrimiento se plantea como una experiencia negativa, entra en complicidad con la óptica de la productividad y de estar insatisfecho por no producir. Eso forma parte de nuestra subjetividad y condiciona como nos miramos a nosotros mismos. Es importante entonces, dentro de lo posible, tener momentos en los que no estemos sometidos a exigencias externas o a este imperativo de producir. Aceptar el contexto, dejarnos acompañar y conectar con otros. Reconocer nuestras limitaciones y al mismo tiempo nuestros recursos y posibilidades. No ser productivo está muy estigmatizado, Siempre nos han dicho que hemos de hacer algo en la vida, algo productivo, el placer y el descanso quedan por fuera. A raíz de eso, entendemos que “no hacer nada”, es perder el tiempo.
Sin embargo, el aburrimiento es casi un lujo no apto para todos, hay quienes ven acumularse las facturas impagas. Muchos realmente no tienen demasiado tiempo para aburrirse, y fuera del imperativo de productividad, deben trabajar o multiplicar sus actividades por una razón económica. Muchos directamente no están pudiendo trabajar y atraviesan serias dificultades, otros permanecen con chicos en la casa, llenos de actividades escolares, sin ayuda doméstica y con bastante trabajo en línea.
¿Qué pasa en el caso de los niños y su relación con la exigencia?
Respecto a niños y niñas, también se ven sometidos en la actualidad a agendas muy ocupadas. Se mezcla la sobrecarga escolar con actividades de todo tipo, planes de ocio, programas, recetas, para que madres y padres puedan sentarse con sus hijos y hacer de este tiempo de aislamiento algo productivo. También al comienzo se sugirió que se sostenga una rutina de actividades diarias, incluyendo y priorizando horarios de estudio. En muchos casos, los más pequeños están inundados de obligaciones que deben cumplir aquí y ahora, tarea, clases virtuales, etc. y no hay margen para que puedan pensar por sí mismos y generar sus propias ideas, sus propios entretenimientos fuera de los tecnológicos.
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Aquí también será importante acompañar y sostener las propuestas, pero enmarcar que todo esto cada uno lo va a llevar adelante en la medida de lo posible. No todos los padres pueden estar, no todos pueden hacer o saber hacer, no todos deben desear hacerlo. Desde este lugar, también la idea es no culpabilizar a los mismos, no suponer que deben ser maravillosos y capaces. La idealización extrema suele terminar dando malos resultados.
Por otro lado, estar advertidos de que los niños pueden presentar cierto tipo de dificultades en este proceso. Pueden percibir la angustia que los adultos demuestran o evitan demostrar. Pueden no responder como quisiéramos a las propuestas. No todos los niños deben ser el ideal de niño que está en su casa, abierto al juego, con ganas de seguir un cronograma de actividades diarias, cuando todo su alrededor ha cambiado. La organización y planificación de rutinas ayuda, pero también en este caso, es sano no esperar que todo salga tal cual se planificó, y evitar angustiarse si esto acontece. Es sustancial tratar de ayudar, escuchar y contener.
¿Y en relación al género?
Hay que entender cómo impactan las lógicas del ocio, el tiempo y la productividad según el género. Preguntarse si se espera lo mismo de mujeres que de hombres en este periodo, y si la consideración de trabajo productivo deja por fuera tareas esenciales de cuidado y protección. Nos encontramos con que, en algunos casos, la distribución desigual de cuidados que existía previamente, pudo verse agudizada, por la necesidad de compatibilizar en el mismo espacio físico trabajo y cuidados. En este caso, ninguna de las exigencias se ve disminuida, sino que es necesario seguir cumpliéndolas como si nada sucediera, y muchas mujeres se ven realmente sobrecargadas. A todo esto se le suman los mandatos sobre el físico y la belleza hegemónica, y el miedo a engordar más que al virus.
Sin embargo, y más allá de las características de cada uno, las personas están entrando en otra etapa en la vivencia de permanecer en casa, y pareciera necesario reinventarse. Hay gente que se va acomodando y viendo aparecer ciertas ventajas, pero otras en cambio, están sintiendo un límite, incluso quienes venían llevando la cuarentena más relajados, están expresando un cansancio por la situación de encierro, angustia por la incertidumbre generalizada, aflicción acerca de cómo seguirá el mundo etc.
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