Cuando nos detenemos a pensar en la crianza y el desarrollo de nuestros pequeños, palabras como autoconfianza, miedo, frustración, autoestima, resiliencia, esfuerzo, ansiedad, perseverancia, enojo, celos, límites, logros, y otras tantas, invaden nuestros pensamientos.
Ser mamá o papá no es fácil. No queremos que nuestros hijos atraviesen situaciones que los lastimen; queremos que sean aceptados y queridos en sus círculos de pertenencia. Nos gustaría que no cometiesen errores, aunque sabemos que eso es imposible.
Cada niño y cada niña tienen un camino a recorrer; y, como adultos responsables de su formación, podemos quitar todas las piedras que encontrarán en el sendero. Pero sí podemos mostrarles qué piedras vale la pena pisar, cuáles esquivar y cómo levantarse fortalecidos ante un tropiezo.
Crecer implica cometer errores. Pero equivocarse puede ser una experiencia en la cual nuestros hijos ensayen la resiliencia emocional. Y ese aprendizaje implica capitalizar los desafíos y los obstáculos para volverse más fuerte y estar mejor preparado para una vida llena de sorpresas. Los errores de hoy son las experiencias de mañana.
La infancia es el momento de la vida en el que los chicos deben aprender a equivocarse para que sus errores puedan educarlos. De lo contrario, serán adultos sin perseverancia y no creerán en sus habilidades y sus capacidades para tener éxito.
Como verán, cumplir con la ardua misión de ser padres no es fácil en estos tiempos. Pero tampoco es una tarea imposible si echamos mano de una herramienta muy importante definida por la psicología como grit.
La psicóloga Angela Duckworth la define como “la perseverancia y pasión por los objetivos a largo plazo”; es una combinación de esfuerzo, perseverancia y pasión.
El trabajo con las habilidades blandas, es decir, cómo nos comunicamos y relacionamos, será fundamental para que nuestros hijos puedan tener una vida mucho más satisfactoria e interesante.
Ayudar a nuestros niños a que comprendan cómo piensan, sienten, eligen y se relacionan con los otros, es la clave para que logren conocerse, autorregular sus emociones y trazar el mejor camino que puedan delante de ellos.
Y, por sobre todo, que tengan un despertar espiritual que les permita sentirse personas de bien, amables, amorosas, y que puedan contribuir positivamente con la comunidad.
Estoy absolutamente convencida de que todos los padres buscamos lo mismo: que nuestros hijos sean felices. Pero, claro, no podemos garantizarles la felicidad. ¿Quién podría?
Existe una gran diferencia entre criar y educar. Educar implica más tiempo, más paciencia, y más estar en el aquí y ahora. Es conciencia plena. Es luchar nuestras propias batallas como adultos para poder estar calmados, enfocados y conectados en el momento de tener que corregir conductas en los niños. Es tratar de no herirlos, de no lastimarlos, de estar presentes y de amarlos incondicionalmente.
Con el sinfín de compromisos y tareas que llevamos a cabo en estos tiempos, estar presentes en la vida de nuestros hijos parece, a veces, ciencia ficción. Aunque estemos presentes físicamente, en muchas oportunidades no lo estamos emocional o mentalmente.
¿Cuántas veces abrazamos a nuestros hijos pero tenemos la mente en otro lado? ¿Cuántas veces escuchamos que nos llaman y les decimos “esperá un momento”, para luego darnos cuenta de que ese momento se hizo eterno y nunca llegó el tiempo del encuentro?
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Educar a nuestros hijos no debe generarnos angustias ni desatar batallas en casa. Tal vez, poner la mirada en tratar de ser los padres que necesitan nuestros hijos, dejando de lado el ideal de padres que nos gustaría alcanzar, nos ayudaría a transitar el camino de una manera de más disfrute y de mayor conexión con ellos.
A diferencia de otros tiempos, en donde los padres no poseían el acceso al conocimiento y a la información, hoy es posible entrar a cualquier librería y ver cientos de libros acerca de cómo educar a nuestros hijos o encontrar cientos de tutoriales en Internet.
Sin embargo, hay tantas “recetas” o técnicas como niños en el mundo. Lo que me funciona a mí puede no servirte a vos. Y lo que me sirve hoy con mi hija tal vez el año que viene ya no me sirva.
Emprender la tarea de educar a nuestros hijos en un contexto tan cambiante, volátil e incierto es, al menos, complicado.
No tenemos seguridad acerca de las carreras o las profesiones que el mercado laboral requerirá cuando nuestros hijos sean jóvenes. No sabemos qué talentos o fortalezas van a necesitar. Pero sí podemos intuir que muchos oficios se volverán obsoletos al ser reemplazados por la tecnología, lo que nos dará mucho tiempo libre, tiempo de ocio.
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Enseñarles a nuestros hijos a pensar, a crear, a innovar y a levantarse emocionalmente rápido de los obstáculos o los errores se convierte, por ende, en algo importante a trabajar en casa y en la escuela.
Ser padres implica que nuestros hijos observarán detenidamente nuestra manera de actuar y pensar. Ser conscientes de esto nos conecta más con la responsabilidad de rescatar la mejor versión de nosotros mismos. Pero, a no preocuparse, a ser padres se aprende, y cada día nos brinda una nueva oportunidad.
No existen ni el padre perfecto ni el hijo perfecto. No existe guion o manual que nos indique cómo ser buenos papás. Algunas veces, tenemos miedo de fallarles.
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