Ecléctico. Así describe su estilo Anushka Elliot, una de las diseñadoras contemporáneas más frescas del panorama local. Con una historia de vida que incluye 15 años habitando en Venezuela, entre Caracas y la belleza agreste de Los Roques (un archipiélago paradisíaco en el Caribe), así como otra década entre el campo, José Ignacio, en Uruguay, y Buenos Aires, sus influencias son muchas y muy variadas. Y así se aprecian en sus diseños, que van desde coloridos kimonos, pantalones, trajes de neopreno y de baño hasta vestidos para novias con mucha personalidad.
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La de Anushka es una impronta fuerte, alejada del minimalismo y donde la osadía se juega en texturas, bordados, galones, colores vibrantes y detalles inesperados. Y encontró su casa porteña en el mítico edificio de La Colorada, en la esquina de Cabello y República Árabe Siria, en Palermo. Allí convive con Sentido, la marca de objetos de decoración que crearon con su familia. “Es una convivencia muy armónica, quienes vienen por la ropa terminan llevándose siempre algo de decoración, y viceversa”, relata.
-¿Cómo llegaste a La Colorada?
-Vivía a dos cuadras y cada vez que pasaba pensaba “esta esquina va a ser mía”. Venía de estar en un showroom y siempre me gustó la idea de un concepto chiquito, cuidado, atendido entre pocos. Cuando arrancamos primero era mitad oficina y mitad local. Después se sumó Sentido y nos agrandamos sumando dos pisos. Hasta que llegó la pandemia y volvimos a achicarnos, mudando la oficina a otro lugar. Hoy estamos felices y no nos queremos ir, no creemos que haya otro lugar para nosotros que este. Aunque hace dos años también abrí un local en La Aldea, en Pilar, porque me mudé para allá y soñaba con un espacio en el verde y rodeada de naturaleza.
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-¿Cuál es tu intención al diseñar?
-Siempre luché contra el prejuicio de lo frívolo, porque entendí que lo que busco es que la gente se sienta bien cuando se va de acá. Porque eso que vas a usar en lo externo también te genera algo interno que te va a llenar. Me gusta esa conexión más profunda con la ropa.
“En mis años en Venezuela viví mucho el color y la alegría, y acá es todo más gris y todavía hay mucho miedo al qué dirán. Y yo invito a jugar, a que no se casen con ser una más”
-¿Y cómo definirías tu estilo?
-Me cuesta definirlo, porque está muy interiorizado en mí, soy yo. Pero hay mucha técnica autóctona, bordado a mano, siempre hay valor por lo pasado. También tengo una gran conexión con los caballos y con lo gauchesco, con esa sensación de lo que nos hace simples. Las herraduras están muy presentes, hay una conexión con la naturaleza animal y siempre una mezcla de colores. Lo que hago es ecléctico y lúdico, porque la ropa tiene mucho que ver con el juego.
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-¿Cuánto se anima la mujer argentina?
-Argentina está empezando a crecer en esto de jugársela, pero se siguen cuidando bastante. En mis años en Venezuela viví mucho el color y la alegría, y acá es todo más gris. Todavía hay mucho miedo al qué dirán. El que sale del molde llama la atención, pero no todos quieren. Y yo invito a jugar, a que no se casen con ser uno más.
-¿Cómo fue esa infancia que te inspiró?
-Vivíamos en Caracas, pero íbamos todos los fines de semana a Los Roques, un lugar magnífico. A veces no me doy cuenta del lujo que fue haber vivido eso, el contraste entre el mar y la ciudad. Porque vas viendo mundos, y esa apertura te permite animarte. Yo me animo siempre, porque en mi vida hubo muchos cambios. Viví en Venezuela hasta los 15, después me vine a Buenos Aires y estuve unos cuatro años. Hasta que me fui a Londres a estudiar, pero volví a los 6 meses porque me di cuenta de que quería vivir en Argentina. Sentía que había estado poco y quería hacer raíces. También viajé mucho a Uruguay, donde mis padres se instalaron al regreso de Venezuela.
-¿Cómo fueron tus primeros pasos en el diseño?
-Lo que más me divertía era cortar prendas que ya tenía y transformarlas. Al principio había comprado unas bordadas en Asia y las customizaba. Hasta que un año decidí irme a la India sola a descubrir y me inspiré muchísimo, fue un antes y un después. Armaba diseños con colores, bordados, agregados, y casi sin querer se empezó a armar una marca. Cuando me preguntaron el nombre, contesté el mío. Fue súper orgánico, y así fue también su crecimiento. Hoy ni siquiera me muevo siguiendo la locura de las colecciones fijas.
-¿Diseñás solo lo que te gusta o empezaste a ampliar el espectro?
-Hoy trabajo con mi prima, diseñadora, y nos dividimos trabajos. Eso está bueno porque me amplía la mirada. También escucho mucho a las clientas, si me dicen “muero por tener un tapado largo y nunca hiciste”, eso me inspira. No siento que sea caprichosa, esto no es solo lo que yo quiero ni busco imponer un estilo. Por supuesto que quien viene sabe lo que hago, pero siempre escucho y leo al otro.
-Y en ese sentido, cuál es la mejor novia, ¿la que sabe lo que quiere o la que se deja guiar?
-Depende de la personalidad, siento que es energético. Quizás viene alguien que no tiene ni idea y nos re copamos y empezamos a cranear, y la que sabe quizás se abre y conectamos para crear algo superador juntas. En cambio, cuando hay alguien que no siente la misma energía, no vuelve.
-¿Cuál fue el vestido que más te gustó hacer?
-El que me hice para los Martín Fierro. La idea salió en dos horas y después lo llevamos a cabo. Fue muy divertido, porque lo fuimos creando sobre mi cuerpo. Después lo subí a Instagram y lo sorteé.
-¿Qué soñás para la marca?
Que siga evolucionando. Quiero seguir conectando con distintas personas para que salgan nuevas propuestas, desde colaboraciones, usar telas más ecológicas o poder ayudar a la gente. Una evolución más personal que se traslade a la marca. No quiero que se quede igual, quiero que cambie siempre. n
Texto: Vicky Guazzone di Passalacqua.
Fotos: Néstor Grassi.
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