La literatura puede elaborar realidades o reflejarlas. Puede ser evasión, desafío o espejo. De acoplar ficciones y plasmar vidas se encargan estas novelas.
“Tambu en Malaherba”, de Manuel Jabois, uno de los libros más vendidos. Tiene diez años y los matones del colegio quieren provocarlo. A él a y a Elvis. Pretenden insultarlos como “maricones”. Elvis no lo entiende. Tambu le había dicho que no lo eran. "Pero es que no", responde Tambu, "Ellos no lo son. No son maricones. Son novios".
La protagonista sin nombre de “Permafrost” es un poco más grande. Tampoco demasiado. Porque una se licencia en Bellas Artes. Ella se apoltrona en el piso vacío de su tía y se emborracha de literatura.
Hasta que la echan y rueda por Europa. Entre amigas estiradas en amantes y cuchillas de afeitar que no le cortan las venas, se va a quemar a la velocidad con la que gasta la vida y con su propio permafrost, la capa de hielo que recubre la Tierra.
Y que a ella le escuda los sentimientos. Permafrost es la primera parte de un tríptico, que no una trilogía. Eva Baltasar ya prepara las dos piezas restantes, Mamut y Boulder.
“Las tres novelas”, cuenta la escritora, “están protagonizadas por tres mujeres distintas, sin ninguna relación entre sí, que nos cuentan su propia historia en primera persona.
Digamos que el tríptico tiene sentido porque los libros se complementan a nivel de temáticas. Permafrost trata la soledad, los vínculos familiares, las tendencias suicidas y ciertas pulsiones hedonistas (sexo, arte, literatura) con las que la protagonista intenta llenar el vacío existencial de su época, que es también la nuestra.
Mamut sigue con la crítica social pero nos presenta a una mujer que intenta vivir intensamente asumiendo el peso de cada una de sus decisiones. En Boulder, en cambio, tengo la intención de profundizar en la maternidad y en las fragilidades de la vida en pareja”.
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La novelista española pinza filos de su vida y los introduce en la ficción. Jeanette Winterson también excava en su pasado. Algunas noches, su madre adoptiva la dejaba en el jardín.
Su padre trabajaba fuera. La echaron de casa cuando era una adolescente. Su homosexualidad no encajaba en la comunidad pentecostal en la que vivían.
Uno de sus libros de memorias lleva la pregunta que le hizo su madre en una discusión: ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? El amor a otra mujer fue el acelerador. El relato de la liberación, narrado en “Fruta prohibida”, deslumbró al Reino Unido ochentero. Se convirtió en película y en un clásico contemporáneo de la literatura con temática homosexual.
Muchachas de uniforme, de Christa Winsloe
La autoridad se pierde cuando se impone. Se queda solo en poder. A Manuela el del internado donde ha sido ingresada tras la muerte de su madre la lleva al amor.
El de la señorita von Berbung. La novelización de la obra de teatro que inspiró una de las primeras películas lésbicas de la historia llega con jirones de autobiografía.
Malaherba, de Manuel Jabois
Tambu, un niño de diez años, se hace mayor en la Galicia de los años 80. El Corte Inglés de Vigo, con sus escaleras mecánicas y su perfumería, es la tierra prometida, los descampados deben ser barridos de jeringas antes de jugar al fútbol y su padre acaba de morir por primera vez.
Con Elvis, su vecino, se hace mayor. Aprende que jugando puede dejar de jugar. Lo que ya es y ellos ya intuyen no necesita ser nombrado.
Orlando, de Virginia Woolf
Orlando vive en la corte de una reina de magnos poderes y cuerpo ruinoso. Una aristócrata rusa le agota el corazón y sus aspiraciones literarias se ahogan en el Támesis.
El joven se monta en un burro y llega a Turquía. Tres espíritus la visitan en un sueño que dura siete días y amanece convertido en mujer.
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La novela de Virginia Woolf analizó, en los pasados años 20, las asignaciones que la costumbre reparte entre los géneros y elevó de la categoría de amantes la relación que la autora mantenía con la aristócrata Vita Sackville-West, Tilda Swinton protagonizó, en 1992, la adaptación cinematográfica.
Fruta prohibida, de Jeanette Winterson
A Jeanette Winterson la expulsaron de casa cuando era una adolescente. Su homosexualidad no cuajaría jamás en la comunidad pentecostal de la que formaban parte sus padres.
Ella terminó por cortar la relación. Ella prefería el amor. El de verdad. El de la amiga de la que estaba enamorada. En Fruta prohibida, la huida se hace novela.
La muerte en Venecia, de Thomas Mann
La que Thomas Mann escribió en 1912 es una novela corta. Cortísima. No alcanza las 150 páginas. En 1971, Luchino Visconti la transformó en película. En Muerte en Venecia, la fascinación de Gustav von Achenbach por el joven Tadzio alcanza las calles de la ciudad como el olor a putrefacción que deja el cólera.
Permafrost, de Eva Baltasar
La protagonista de Permafrost (Ed. Literatura Random House) está a punto de salir ardiendo. Tras licenciarse en Bellas Artes, enlaza trabajos por Europa y convierte a sus potenciales amigas en amantes con caducidad.
La va a quemar la velocidad con la que gasta la vida y su propio permafrost, la capa de hielo que recubre la Tierra. A ella, mantener congelados sus sentimientos la "protege de un entorno agresivo, pero también la aísla de sí misma". El cordón social corta el paso en ambos sentidos.
Amado mío, de Pier Paolo Pasolini
En la doble novela de Pier Paolo Pasolini se engarzan el descubrimiento, la sorpresa, el placer y la culpa. El verano en un pueblo de Italia, las verbenas, el secreto y el bosque empujan el recuerdo a Llámame por tu nombre y la historia y los diarios del escritor, a su biografía.
El amor del revés, de Luisgé Martín
Lo que goteaba en sus novelas aquí abre las compuertas. En El amor del revés, Luisgé Martín recorre y destraza desde el día en que se juró que nadie conocería su homosexualidad hasta el día de su boda, frente a 150 personas, con un hombre.
Las ventajas de ser un marginado, de Stephen Chbosky
La libertad (y la liberación), el amor y el trauma ponen los pasos en la primera etapa en el instituto de Charlie. Allí, con un profesor empecinado en abrillantar su talento, conocerá a Sam. Y el amor. Logan Lerman, Emma Watson y Ezra Miller prestaron cuerpo y voz a la adaptación cinematográfica de la novela de Stephen Chbosky.
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