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SOCIEDAD | 29-01-2020 16:25

Conocé la historia de Nacho, un joven con dos madres

Hijos con mamá y papá, con dos mamás o dos papás, con un papá o una mamá trans. Las familias actuales se construyen desde el reconocimiento y el respeto por la diversidad. En esta primera entrega contamos la historia de Alejandra Ríos y Daniela Bianchi: amigas durante muchos años, hasta que se dieron cuenta que estaban enamoradas. 

Con un taconeo trepidante y vestida de tailleur. Así caminaba Daniela por el pasillo de la Universidad Católica de Santiago del Estero. Era el primer día de clases de 1996.

Al verla, Alejandra comentó: “Esta se equivocó de facultad”. Porque ella y el resto de los que cursaban Ingeniería en Computación usaban zapatillas y jeans. Claro que la ropa no era lo único que las diferenciaba.

Un tiempo después, las dos formaban parte del mismo grupo de estudio. “Al principio, ella no me caía nada bien. Con las otras chicas estudiábamos muy concentradas, casi en silencio. En cambio, Dani charlaba, hacía bromas, nos distraía”, dice Alejandra Ríos. 

Pese a la antipatía, se fueron acercando. Ese año prepararon juntas la materia Arquitectura de la Computadora. Empezaron a reírse y a hablar de temas diferentes al contenido de los apuntes. Las dos estaban de novias, las dos tenían planes y mucho para compartir. Se hicieron amigas.

Alejandra estaba arreglando un departamento de su familia para mudarse sola. “Me faltaba poco para terminar y mi madre puso una como condición para dármelo: que me casara. Como yo estaba desesperada por escaparme de mi familia, se lo propuse a mi novio. Hacía cinco años que estábamos juntos”, cuenta.

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Mientras tanto, Daniela Bianchi iba y venía de Santiago del Estero a Buenos Aires, donde estaba internado su papá, enfermo de hepatitis C. No hubo tiempo para una fiesta de despedida de soltera de su amiga, apenas un brindis entre las dos. 

“Fue un jueves a la noche, ella se casaba al día siguiente. Nos tomamos un Gancia con frutilla entre las dos. En un momento, nos miramos a los ojos, estábamos muy cerca una de la otra y fue como darnos un beso”, dice Daniela.

Ninguna de las dos le prestó demasiada atención a ese instante. Pasaron años hasta que pudieron distinguirlo. Mucho antes, Alejandra le contó a su amiga que estaba embarazada. Se abrazaron fuerte. Ignacio Creus nació en 2001.

“Hasta la palabra ‘lesbiana’ me resultaba chocante”
Mientras una se transformaba en mamá, la otra se comprometía. En un restaurante, su novio le entregó un anillo de brillantes y le pidió casamiento. Daniela aceptó, pero lo hizo con un convencimiento endeble. A los dos meses, rompió con él y con todo. Incluso, con sus certezas.

“Cada tanto, soñaba que besaba a una mujer. No le veía la cara, pero sentía que era una persona conocida. Consulté a una psicóloga y ella me dijo que, de acuerdo a mi estructura familiar y como yo usaba pollera y anillos, era imposible que fuera lesbiana. 

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En todo caso, sería bisexual. Pero, por lo que ella ‘veía’, yo era heterosexual. Salí de esas sesiones más confundida que antes”, recuerda.

Daniela cuenta que no le costó asumir su deseo, pero quedaba enredada en prejuicios. “Hasta la palabra “lesbiana” me parecía chocante”, reconoce. Amparada en una supuesta bisexualidad, empezó a chatear con otras chicas.

Una tarde, le contó a Alejandra que iba a viajar a Tucumán para tener una cita. “Le dije que no vaya, que no la conocía, que podía pasarle cualquier cosa. Supuestamente, me preocupaba ‘como amiga’, pero en realidad destilaba celos por los poros. Ella volvió enamorada de esa chica yeso fue un cuchillazo al corazón. 

Yo estaba enojada, dolida; no se lo manifestaba directamente, pero sí con actitudes”, dice Alejandra. Como siempre, Daniela compartía con su amiga esas emociones flamantes. “No sabés lo que es, nada que ver con lo que viví hasta ahora. Descubrí mi sexualidad, mi deseo, todo. 

Con ella sentí mil cosas que no había sentido con mi novio en cinco años, nunca. No entiendo cómo no me di cuenta antes...”, repetía. 

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Obnubilada, ella no reparaba en la reserva de Alejandra. Duró un mes. Alejandra masticaba silencio cada vez que la escuchaba. Hasta que Daniela la llamó llorando desde Tucumán: su enamorada la había dejado. 

“Volvió con el corazón destrozado. Una noche, le escribí un email. No sabía si mandarlo o no, finalmente lo hice y, después, pensé ‘¿Para qué?’. Me fui a acostar; de un lado de la cama estaba mi marido durmiendo y del otro, mi hijo

En el medio de los dos, yo daba vueltas y vueltas. Creo que no dormí en toda la noche”, cuenta Alejandra.

Daniela vio el email al otro día. Lo leyó varias veces. “Ale decía que ella siempre me había amado, que no entendía cómo yo no me había dado cuenta que era el amor de su vida, que nadie iba a amarme como ella lo hacía... Y que nos olvidemos de eso.

Así terminaba. Quedé shockeada. Ale era mi amiga, estaba casada y tenía un hijo. En ese momento, sentí demasiadas cosas. No solo fue descubrir que ella me amaba, sino que me pasaba lo mismo”, explica.
Sin embargo, no respondió el email. 

Cuando el amor es más fuerte 
Al día siguiente, Daniela le pidió a Alejandra que la acompañara a la facultad. En el camino de ida y en el camino de vuelta hablaron. La charla duró dos días. “Aunque tenía muchas dudas, le propuse que probemos.

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Ale temblaba. Las dos estábamos muy asustadas, lo que más sentíamos era miedo. Temíamos estar confundidas o que no nos guste y perdernos como amigas. Era tirar todo por la borda sin saber en qué nos embarcábamos”, cuenta Daniela.

El 3 de septiembre de 2003 se pusieron de novias. Dos semanas más tarde, Alejandra le dijo a su marido: “No te amo, creo que nunca te amé. Estoy enamorada de Dani”.

Una docena de palabras le alcanzaron para expresarlo todo. La reacción de él fue descreer e insistir en que ella estaba equivocada. En noviembre de ese año, como él se negaba a abandonar la casa, Dani se mudó con su hijo a lo de sus padres.

Mi familia apoyaba a mi ex marido. Mi mamá decía que yo estaba enferma. Nuestro primer año de novias fue muy estresante. En aquella época no existía la Ley de matrimonio igualitario ni nada que contemplara o amparase nuestros derechos. Yo tenía miles de miedos, perder el trabajo era uno, pero el mayor era que me quiten a Nacho

Mi ex marido recién me dio el divorcio a los tres años de separados y no fue de común acuerdo”, dice Alejandra.

En cambio, Daniela encontró apoyo en su familia cuando les contó que era lesbiana. “Mamá me preguntó si me habían violado o me había pasado algo que ella no supiera.

A mi papi le preocupaba que no consiguiera trabajo, tenía miedo a la reacción del afuera. Mis hermanos lo tomaron muy bien. Ale, Nacho y yo somos parte de esa familia grande”, explica Daniela.

Después de seis largos meses en casa de sus padres, Alejandra pudo volver a su departamento. Su ex marido finalmente se había ido. Pasaron dos años hasta que una mañana, mientras una se duchaba y otra se cepillaba los dientes, le propuso a Daniela vivir juntas.

La decisión más importante

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Crecí con dos mamás y los fines de semana los pasaba con mi papá. A Dani la llamo ‘mamá dos’. Ella se expresa muy bien verbalmente, escribe lindas poesías, mientras que mi ‘mamá uno’ prefiere el contacto físico. Cuando me pasa algo, trato de contárselos a las dos al mismo tiempo, para que una no se ofenda porque la otra se enteró primero. 

En el colegio nunca me discriminaron ni hicieron un comentario que me molestara. Salvo una profesora, que dijo en clase que jamás podría estar con una lesbiana. Era una señora grande…”, recuerda Nacho.

Daniela y Alejandra se casaron el 11 de noviembre de 2011. Después de participar de un encuentro organizado por la ONG 100% Diversidad y Derechos, Nacho le propuso a Daniela que lo adoptara. “Lo hablé con mi papá. Él lo aceptó porque era algo bueno para mí, algo que yo quería”, explica.

El trámite para la adopción por integración tardó más de dos años. En ese tiempo, Daniela posteó en su muro de Facebook: “Siempre fuiste mí hijo, aún sin saber que ibas a ser mío. Cuando tu mamá me contaba llorando que estaba embarazada. Cuando una compañera me avisó a los gritos en el patio de la facultad que ya habías nacido.

Cuando te vi por primera vez y te saqué tu primera foto. Cuando te leía todas las noche el cuento Pimienta, ¿dónde está? y te reías a las carcajadas. Cuando tenías fiebre y yo no podía dormir. Cuando te internaron y me quedé afuera esperando. Cuando jugábamos con los soldaditos.

Cuando fuiste solo por primera vez al kiosco. Cuando te perdiste al volver de la escuela. Cuando aprendiste a hacer huevos de Pascuas. Cuando el mar fue solo nuestro. Ahora que te enseño a manejar el auto. Cuando te aconsejé qué decirle a la chica que te gustaba. Ahí estuve, aquí estaré. Siempre fuiste y siempre serás mi hijo”.

En noviembre de este año, la confirmación de la adopción legal fue celebrada en familia con un asado. “La decisión más importante que tomé en mi vida fue aceptar lo que sentía por Ale, estar segura de que podía darle estabilidad y un ambiente de amor para criar juntas a nuestro hijo.

Los tres estamos muy orgullosos de nuestra familia y de lo que logramos. Sentimos el compromiso de visibilizarnos para que otras personas sepan que pueden formar una familia y ser felices”, concluye Daniela.
 

at María Fernanda Guillot

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