La moda acelerada, la que pide consumir, mostrar y desechar, empieza a mostrar sus límites. Según estadísticas recientes, el 73% de los consumidores millennials y Gen Z prefiere comprar menos, pero mejor. La respuesta es clara: necesitamos volver al cuerpo, a lo sensorial y a lo pequeño. No se trata de tener menos ropa, sino de tener una relación más profunda con lo que se usa.
Vestirse como ritual
El ritual puede empezar con un tejido suave entre los dedos, con el sonido de una percha, con abrir el guardarropa no para buscar, sino para encontrar. Vestirse con intención se parece a cocinar algo desde cero: sin apuro, con presencia.

Marcas que entienden la lentitud
Diseñadores y firmas comienzan a mostrar el tiempo detrás de cada prenda: costuras visibles, bordados artesanales, piezas que revelan el trabajo humano que las creó. La ropa se transforma en un objeto con alma y permanencia, donde el lujo ya no se mide en novedad, sino en historia personal y sentido.
Más allá del fast fashion
Esta búsqueda no es solo una reacción al fast fashion. Es una manera de recuperar la autenticidad, de hallar ceremonia en lo cotidiano y de darle valor a lo simple. El slow fashion no exige cambiar todo el guardarropa: alcanza con cambiar el ritmo y devolverle a la ropa su capacidad de ser compañía, refugio y expresión.

Un lujo íntimo y atemporal
Vestirse con lentitud abre un espacio íntimo donde la prisa no tiene lugar. Es elegir más allá de las tendencias, desde lo que conecta con la esencia personal. Es descubrir la belleza en el proceso, no solo en el resultado.
at Romina Karl
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