Según la Real Academia Española, una tendencia es “una idea que se orienta en determinada dirección”. En el universo de la moda, esa idea se traduce en un patrón de estilos que emerge desde las pasarelas y se amplifica a través de celebridades, redes sociales, medios y movimientos culturales. Las tendencias aparecen como señales sutiles (premonitorias, diría la diseñadora y jefa de Carrera de Diseño de la Universidad de Palermo Patricia Doria), que luego ganan fuerza hasta masificarse. Tienen un ciclo vital casi biológico: nacen, crecen, alcanzan su pico y declinan. De esa dinámica surgen microtendencias (como el retorno del animal print) y macrotendencias (como la sostenibilidad o la inclusión), que atraviesan no solo prendas, sino también accesorios, maquillaje, colores y estilos de vida. Oscar Wilde, con su ironía habitual, las resumió mejor que nadie: “Una moda es simplemente una forma de fealdad tan insoportable que tenemos que modificarla cada seis meses”.
“Recomiendo combinar distintos mecanismos, porque la moda se expresa en elementos visuales, sensoriales y simbólicos que no siempre encajan en una sola categoría jurídica”.
En este contexto de constante mutación, la relación entre tendencias y propiedad intelectual plantea desafíos cada vez más visibles. La velocidad con que cambian los estilos dificulta resguardar la originalidad, mientras que las colaboraciones entre marcas, los acuerdos de licencia y las alianzas estratégicas muestran cómo las tendencias impactan tanto en la creatividad como en las decisiones de negocio. De la observación intuitiva se pasó a la estrategia planificada: agencias pioneras como Promostyl, Peclers, Nelly Rodi o Carlin International transformaron el análisis de tendencias en una herramienta de predicción cultural y económica. Años más tarde, plataformas digitales como WGSN o Trendstop digitalizaron ese modelo, adaptándolo al ritmo vertiginoso del fast fashion y de un consumidor hiperconectado.
La preocupación por proteger la autoría en la moda no es nueva. En el siglo XVIII, María Antonieta ya utilizaba su marca personal para distinguir sus vestidos en la corte de Versalles. Más adelante, Charles Frederick Worth (considerado el padre de la alta costura) firmaba sus creaciones con etiquetas, marcando un antes y un después en la noción de autoría. Pero fue Madeleine Vionnet quien llevó esa preocupación más lejos. Convencida de que la copia era una forma de apropiación indebida, ideó un sistema inédito: cada prenda de su atelier llevaba su firma, un número de orden y su huella dactilar. Además, registraba sus diseños mediante fotografías frente a un espejo, que mostraban la pieza desde todos los ángulos, acompañadas de una descripción detallada. Con ese archivo acudía a la Oficina de Patentes para proteger sus modelos. Vionnet no solo revolucionó la silueta femenina, sino también la conciencia de que la moda, como disciplina creativa, necesita del derecho para garantizar la autoría.
Más de un siglo después, esa tensión entre creatividad y protección sigue vigente. En Argentina, como en gran parte del mundo, las ideas no se protegen: el derecho de autor ampara únicamente las formas concretas de expresión. En moda, eso significa que una idea general (como “un vestido con flores” o “una silueta minimalista”) no puede registrarse ni ser exclusiva de nadie. Lo que sí puede protegerse es la creación específica: un diseño original, un estampado, una marca o incluso una fotografía de moda, siempre que cumpla con los requisitos de originalidad y forma determinada.
La moda argentina, por su parte, tiene una rica historia caracterizada por influencias europeas con identidad local, reflejando cambios culturales, sociales y económicos a lo largo de los siglos. Desde los talleres de alta costura en Buenos Aires hasta los diseñadores emergentes que hoy combinan innovación y tradición, la industria se caracteriza por un equilibrio entre creatividad, artesanía y adaptabilidad a las tendencias globales. En este contexto, conversamos con Francisco Ayala, diseñador argentino reconocido de alta costura y presidente de la Cámara Argentina de la Moda, aporta su mirada desde la experiencia. Su trabajo combina técnicas artesanales y materiales autóctonos, promoviendo una moda 100% nacional con impacto cultural y social. Ha presentado colecciones en Argentina y el exterior, y ha diseñado vestuarios para cine, teatro y danza.
“Compartir no es copiar. Abrir la conversación sobre ética y originalidad es parte del compromiso creativo”.
En la industria actual donde las tendencias se propagan en segundos y las fronteras entre inspiración y autoría se desdibujan, surge la pregunta sobre cómo los diseñadores enfrentan el desafío de sostener su identidad sin perder la autenticidad. Francisco Ayala, diseñador y Presidente de la Cámara Argentina de la Moda, responde desde su propia experiencia: “Tengo la marca, que es mi propio nombre, y respecto de los diseños, hay cosas muy características de mi trabajo que tienen que ver con nuestra cultura. Me trascienden. Por ejemplo, la pintura a mano de las sedas, donde plasmo nuestras flores y la iconografía precolombina. Ese es el universo que habito, lo reconfiguro y crezco en él. No puedo decir que eso sea mío: son expresiones de nuestra cultura”.
Para Ayala, lo esencial no es solo proteger formalmente un diseño, sino construir un lenguaje propio que dialogue con las tendencias sin perder autenticidad. Su visión recuerda a Coco Chanel, quien decía no creer en la copia sino en la reinterpretación. “La moda siempre fue una tensión entre originalidad, copia y estrategia de mercado”, explica Ayala. “Yo me inspiro en lo que me rodea, pero lo transformo, lo metabolizo. De esa transformación nacen mis piezas, mi distintividad”.
En Argentina, sin embargo, son pocos los diseñadores que registran sus creaciones y diseños. La mayoría protege su nombre como marca, una extensión de su identidad y de su valor simbólico. Esa práctica plantea una pregunta inevitable: ¿las tendencias son un obstáculo para proteger la creatividad? Tal vez no. Aunque su fugacidad tensiona la posibilidad de registro, las herramientas legales disponibles permiten resguardar la innovación y reconocer la autoría: diseños industriales para la forma o el aspecto ornamental de una prenda o accesorio; patentes de invención para innovaciones técnicas o funcionales; marcas para proteger el signo distintivo de una colección o diseñador; y, en ciertos casos, derecho de autor para piezas que alcanzan un nivel de originalidad y expresión artística propio. En la práctica, el registro marcario sigue siendo la vía más utilizada, mientras que la protección formal de diseños o invenciones se reserva a casos específicos.
Ayala destaca el trabajo que la Cámara Argentina de la Moda viene realizando en conjunto con el Colegio Público de Abogados de Capital Federal, impulsando un curso abierto de Derecho de la Moda. “El objetivo es acompañar a los creadores y demostrar que el derecho no limita la creatividad, sino que actúa como una herramienta preventiva”, afirma.
El ritmo frenético de la industria, con múltiples temporadas al año, colecciones cápsula, colaboraciones y líneas resort o crucero, exige una protección legal igual de ágil, algo que los tiempos actuales de la ley aún no logran acompañar. Las agencias de pronóstico de tendencias y los coolhunters trabajan con más de un año y medio de anticipación, identificando comportamientos emergentes que luego definen lo que veremos en vidrieras y pasarelas. Gilles Lipovetsky, en El imperio de lo efímero, lo sintetiza: la moda no es solo estética, es un fenómeno social que refleja los valores y dinámicas de cada época, encarna la búsqueda permanente de novedad, construye identidades y atraviesa estructuras económicas globales.
¿Cómo anticiparse, crear y proteger al mismo tiempo? Las colecciones cápsula ofrecen un buen ejemplo. Estas ediciones limitadas, muchas veces fruto de colaboraciones entre marcas, combinan innovación, estrategia comercial y resguardo jurídico. Los contratos de co-branding, licencias o derechos de autor definen con claridad la titularidad de cada elemento creativo, demostrando que es posible equilibrar velocidad y protección.
La diseñadora y mentora creativa Mila Moura, fundadora de Estudio MG y del Semillero Textil (un directorio gratuito que conecta a emprendedores con proveedores de todo el país), trabajo con marcas como Nike, Jazmín Chebar y Falabella. Para ella, crear es estar en movimiento: “Las tendencias cambian rápido y uno tiene que adaptarse, pero el verdadero desafío está en sostener la identidad y la estética personal”. Su proceso creativo es un collage de influencias, emociones y observaciones. Como muchos diseñadores, ha visto sus creaciones replicadas, pero aprendió a transformar esas experiencias en aprendizaje. “Compartir no es copiar. Abrir la conversación sobre ética y originalidad es parte del compromiso creativo”, asegura.
Moura reconoce que no todo puede protegerse legalmente, sobre todo en entornos digitales donde las imágenes circulan sin control. Sin embargo, insiste en la importancia de la educación y de brindar herramientas que permitan distinguir entre inspiración y apropiación. “Comprender esa diferencia fortalece la creatividad y ayuda a preservar la identidad de cada diseñador”, afirma.
Por su parte, la abogada Dra. Ana Laura Peralta Alvez explica que en Uruguay la protección de los diseños puede lograrse mediante distintos mecanismos. Los diseños industriales amparan la forma externa de una prenda, accesorio o estampado, mientras que el derecho de autor protege la obra desde el momento mismo de su creación. Además, nuevas categorías como las marcas de patrón (por ejemplo, el monograma de Louis Vuitton) o marcas de posición (como la etiqueta roja de Levi’s) amplían las posibilidades de registro. “Recomiendo combinar distintos mecanismos, porque la moda se expresa en elementos visuales, sensoriales y simbólicos que no siempre encajan en una sola categoría jurídica”, advierte.
Aun así, la Dra. reconoce que el mayor desafío sigue siendo la demostración de la novedad y la originalidad, especialmente en un mercado globalizado donde las referencias son compartidas. “El derecho intenta acompañar estos procesos, pero no siempre lo hace con la velocidad de las tendencias”, concluye.
En conjunto, ambas perspectivas evidencian que proteger la creatividad en la moda exige equilibrio entre ética, reflexión y estrategia legal. La combinación de conciencia creativa y herramientas jurídicas se convierte en la defensa más sólida frente a un mercado siempre conectado. No se trata solo de evitar la copia, sino de comprender que el derecho puede ser un aliado en la construcción de una identidad duradera.
Como resume Francisco Ayala, “el verdadero valor de un diseñador no está solo en cada prenda, sino en la marca que refleja su identidad, en cómo transforma la cultura en estilo y en la audacia de dejar una huella única en la moda”.
Las tendencias, con su ritmo vertiginoso, traen riesgos, pero también enormes oportunidades: visibilidad, colaboraciones, innovación y expansión del alcance del diseño. Registrar una creación original en moda no es sencillo: los costos, el desconocimiento y la fugacidad de las colecciones hacen que muchas obras originales queden desprotegidas. Sin embargo, hay un dato sorprendente el contraste de tiempos: mientras una colección o una prenda puede agotarse o pasar de moda en apenas 3 a 6 meses, registrar un diseño industrial en Argentina puede aprobarse en solo 3 días hábiles, registrar la marca del diseñador tarda hasta 12 meses, y una patente de invención puede demorar hasta 5 años. Es difícil comprender por qué tantos diseñadores no aprovechan esta protección inmediata; se entiende que, en muchos casos, es por desconocimiento del valor de sus obras. Porque, al final, proteger su creatividad mediante el derecho es la verdadera revolución: no solo crear su propia tendencia, sino asegurar que su obra sea reconocida y que su legado perdure en el tiempo.
at Pía Ferrari
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