El sector de la industria textil figura cuarta dentro de las más contaminantes del mundo, y mientras se intenta satisfacer las necesidades de la población mundial, los principales países productores son quienes sufren las consecuencias. Según el último informe de Fashion on Climate, la industria es la “responsable de los 2100 millones de toneladas de emisiones de gases de efecto invernadero en un solo año, lo que equivale al 4% de las emisiones globales”. Además de la emisión de carbono, la deforestación, la cantidad de ríos contaminados con químicos residuales y toneladas de desechos textiles, los procesos de producción implican la extracción de materias primas, la preparación de fibras y el teñido de los tejidos. Actividades son agresivas con el medio ambiente.
Décadas atrás, las marcas de indumentaria competían por producir ropa duradera como valor agregado y presentaban dos colecciones al año. Este paradigma cambió a principio de los años 2000, de la mano de la globalización y los enclaves de mano de obra precatizada, cuando las tiendas masivas comenzaron a variar su oferta a un ritmo desenfrenado, cambiando la ropa de sus percheros de manera frecuente y dando paso al Fast Fashion. Este modelo de producción implica confeccionar prendas a bajo costo, venderlas a precios extremadamente bajos para el consumo popular e insertarlas en el mercado de forma constante. Con esta dinámica, marcas como Bershka, H&M, GAP, Forever 21, C&A, entre otras, lograron instalar tendencias, hacerlas obsoletas y desecharlas inmediatamente para ser reemplazadas por otras. Por su definición este modelo de negocios genera prendas casi descartables y no podría funcionar sin la precarización del ambiente global.
“Se trata de consecuencias políticas, sociales y económicas que derivan de un plan que se puso en marcha hace más de 50 años para que las personas dejen de ser usuarios para ser consumidores. El Fast Fashion es un eslabón y la punta de lanza del ‘American way of life’, donde lo que se quiere presentar como democratización del diseño es en realidad la estandarización de los estereotipos publicitarios para que lleguen a más escala. Vender ropa seriada de mil estilos para todos los gustos, todas las edades, barata y accesible para todos, a costa de la explotación laboral y ambiental” expresó Rosario Díaz, diseñadora de indumentaria, activista e investigadora de la FADU en diálogo con Telam. Y agregó: “Antes de los años 50, durante la época de la Escuela de Diseño de la Bauhaus, lo que se buscaba era que los productos duren para toda una vida. Sin embargo, en esa década empezó la publicidad como la conocemos hoy en día. Ahí fue que las corporaciones y las agencias comenzaron a diseñar un modelo de consumo que hizo que todo el tiempo queramos cosas nuevas”.
El Fast Fashion genera una degradación no solo ambiental. Casi el 60% de la fabricación textil tiene lugar en países asiáticos, donde los empleados se ven obligados a trabajar hacinados, con salarios de pobreza, una situación laboral de esclavitud moderna. “Es imposible hablar de Fast Fashion si no se habla antes de extractivismo y de sociedad de consumo. Mucha gente cree que el impacto social y ambiental de la industria textil no es algo de su incumbencia, sin embargo, el problema compromete a gobiernos, marcas, famosos, publicistas y modelos” agregó Díaz al mismo medio. En los países de Primer Mundo, la gente consume aún más cantidades de ropa, lo que genera mayor descarte que va destinado a inmensos basurales textiles.
La industria textil está muy segmentada y globalizada, y eso explica la necesidad de tener en cuenta criterios de sostenibilidad. Para tomar conciencia y ética, la Unión Europea ya está pensando en los criterios que la industria deberá tener en cuenta para lograr objetivos en su agenda 2030. Si consideramos nuevos aspectos de la moda sostenible, el nuevo contexto será un gran impulsor de innovación de procesos y materiales, por eso es tan necesario cambiar el modelo de negocio a uno de Slow Fashion. Solo así podremos revertir el sistema y pasar de ser simples consumidores, a usuarios conscientes.
at. Redacción Marie Claire
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