Friday 8 de November de 2024

CULTURA | 09-10-2020 18:18

“Hice este documental para que la gente entienda que vale la pena salvar a Afganistán”

Ganador del Oscar a Mejor Corto Documental, “Aprendiendo a patinar en zona de guerra” refleja el impacto del proyecto Skateistan en chicas de hogares pobres de Kabul. A propósito de su estreno en nuestro país (próximo domingo por Lifetime) hablamos largo y tendido con su directora, Carol Dysinger.

“Que las chicas fueran ellas mismas. Esa, sin duda, era mi principal obsesión”, cuenta vía Zoom Carol Dysinger al hablar de su premiado corto documental (ganó el Oscar y el Bafta, entre otros grandes galardones) Learning to Skateboard in a Warzone (if you’re a girl).

Traducido acá como “Aprendiendo a patinar en zona de guerra”, el corto podrá verse el próximo domingo 11 a las 23 por la pantalla de Lifetime.

Con apenas 40 minutos de duración, el film logra conmover y sorprender en partes iguales con la historia de “las chicas de Skateistan”, una escuela y ONG que utiliza la enseñanza del skate como puntapié para brindarle educación integral a chicas de barrios pobres de Kabul, Afganistán. 

Aprendiendo a patinar
Dos de las jóvenes estudiantes de Skateistan.

La misión tiene un doble impacto: no solo trae de regreso a la enseñanza a muchas niñas que se quedaron afuera del sistema educativo formal, sino que lo hace junto a una actividad que las divierte, las desafía y las llena de nuevas metas.

Las empodera, sí, en un ambiente adverso y muy escaso (tanto por razones culturales como religiosas y políticas) de actividades deportivas y recreativas para ellas.

Con larga experiencia de trabajo en Afganistán (allí filmó también sus dos anteriores largometrajes) Carol ha contado una y otra vez que este corto fue su “pequeña carta de amor a las niñas de ese país”.

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“Quería hacer una película que mostrara Skateistan, pero también la libertad que las niñas pueden encontrar ahí. Estas no son chicas con vidas físicamente activas y atléticas, no dan vueltas ni bailan con videos, por lo que la patineta es algo verdaderamente extraño para ellas. A ellas no se les permite andar en bicicleta, pero no existe una regla religiosa contra las patinetas. Así que aquí están, las chicas de Afganistán, las chicas pobres que no quieren nada más que moverse y aprender, pero que tienen mucho que superar para llegar allí. Las chicas de Afganistán son las personas más fuertes y dulces que he conocido. Fue maravilloso hacer una película en un lugar donde encontraban su libertad para moverse, aprender y defenderse”, afirma hoy desde su departamento de Brooklyn, Nueva York.

-¿Tuvo algún imprevisto la filmación o todo salió más o menos como lo esperabas?

-Un documental nunca sale como lo planeás pero debo decir que en términos generales anduvo todo muy bien. Hubo un solo momento de mucha tensión que tuvimos que guardar los equipos y terminar con la filmación, pero fue algo que se generó en base a un malentendido de comunicación. En una película como esta, sabés un poco de antemano los problemas o “trampas” que puede haber y diseñás un plan acorde a ellas.

-¿La seguridad fue un tema importante?

-Sí. Yo llevo llevando trabajando años en Afganistán, desde 2005 y más o menos se me mover por la ciudad. Pero en este caso había un riesgo y problema mayor: que estábamos trabajando con niñas y que teníamos que ir todos los días al mismo lugar y a la misma hora. Hoy en día los secuestros son uno de los principales riesgos en Kabul.

De hecho, cuando trabajo por mi cuenta siempre me nuevo de manera impredecible, nunca llego al horario pautado, tomo siempre diferentes rutas, elijo horarios distintos….  Acá todo eso no se podía. Era una escuela y con horarios fijos de escuela, por eso tuvimos que extremar las precauciones, por momentos tuvimos custodia armada, y tratamos siempre de manejarnos en diferentes autos. Cuando conocés la situación y el lugar adonde trabajarás, podés reducir el riesgo en una enorme proporción.

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-Hablás de esto como si fuera una normalidad total, pero cualquiera que escucha ese protocolo seguramente se le pone la piel de gallina…

-(Suspira y sonríe) Es cierto. Como te decía antes, llevo varios años trabajando allí y supongo que me fui acostumbrando… Y aprendí que por un lado está el miedo y por el otro, el peligro. El primero es una emoción y el segundo una situación y en 9 de cada 10 casos no tienen ninguna relación entre sí.

O la tienen de manera opuesta: el peligro suele estar presente realmente cuando estás más relajado. Más allá de todo esto, debo decir que la filmación del corto fue “sencilla”, no tuvimos que ir a bases militares ni nada por el estilo.

Acá logré quedarme en un hotel con ducha y bañera caliente. ¡Súper cómodo todo! (ríe). Pero sí, tenía que ser muy cuidadosa con mi staff, donde incluso había dos mujeres de otros países a las que había ido a buscar especialmente…  Yo puedo tener cierta capacidad para relajar, pero no puedo darla por sentada en nadie de mi equipo y ciertamente no lo hice. Fui muy cuidadosa para que ninguna de ellas se sintiera insegura…

Aprendiendo a patinar
Las chicas encuentran en Sakeistan un espacio propio de diversión y aprendizaje.

-¿Cuán importante fue ese equipo de mujeres para lograr tu objetivo de “naturalidad” en lo que filmaban?

-Más que importante, fue obligatorio. No hubiese sido posible el documental sin ellas. Lisa (Rinzler, Directora de Fotografía) y yo de hecho nos echamos para atrás en varias situaciones porque somos mujeres grandes y era probable que frente a nosotras las chicas se comportaran de manera poco natural.

Por eso también fue calve contar con la participación de Zamarin Wahdat, camarógrafa afgana que entrevistó a casi todas las chicas y que logró generar una química muy linda entre ellas.

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-Alguna vez dijiste que estás enamorada de Afganistán… ¿Podrías explicar un poco más tu vínculo con ese país?

-A ver… Mis abuelos por parte de mi madre son del sur de Italia y en mi infancia pasé mucho tiempo con ellos, aprendiendo a cocinar, a cosechar de su huerta, en fin, una vida muy de pueblo, muy campestre y sencilla.

Y la primera vez que llegué a Afganistán, me encontré con algo realmente muy similar, que de alguna manera me hizo sentir como en casa.  Es un país hermoso realmente, de montañas, lagos… La comida es increíble, todo en base a ingredientes orgánicos y de estación. No existen los transgénicos prácticamente.

En primavera hay solo 12 días en los que crecen las moras por todos lados, la gente sacude lo árboles, llena sus canastos de moras, las lavan en el río... ¿Cómo no amar todo eso? Y es triste, porque nada me gustaría más que poder llevar a mis amigas allá y mostrarles todo eso pero sencillamente no se puede.

-¿Creés que hay posibilidad de que las cosas cambien, de que sea un país abierto, sin guerras?

-Todo depende… En la década del ‘90, después de la retirada de los rusos, hubo un interesante movimiento en Washington, encabezado por mujeres como Hillary Clinton y Madeleine Albright que realmente se preocupó por juntar fondos y ayudar a las escuelas y hospitales de ese país. Pero no prosperó demasiado.

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-¿Sabés si las chicas del documental se enteraron de todo lo que generó su historia, los premios, la repercusión…?

-No tengo la menor idea. Skateistan es un lugar realmente muy hermético y secreto. Entrás, salís y de alguna manera “desaparece”. Son muy protectores de las chicas y así se han manejado siempre. Seguramente las chicas del corto ya avanzaron en sus vidas, están otras escuelas. Espero que hayan visto lo que sucedió con la película

-Hablando de premios, veo que atrás tuyo, en tu biblioteca, está el Oscar…

-¡Y el Bafta! (ríe)

-¿Cambió mucho tu vida a partir de esos premios?

-Sí, cambió muchísimo. Tuve la extraña suerte de que los Oscar sucedieron justo antes de la pandemia así que tuve un par de meses muy agitados. Casi no pisé este departamento. Por supuesto que los premios abren puertas, hoy me llaman de diferentes lados para hacer documentales. Y eso es genial, siempre.

-Por tu larga experiencia en Afganistán. ¿Cómo definirías la vida de una mujer allí? ¿Es tan difícil como cualquiera se imagina?

-Es muy difícil, sí, pero el tema es que las diferencias ahora no están tan basadas en la ley, como en la época talibán, sino en la cultura y en las creencias personales de muchas familias. Y eso no convierte al problema en algo menos presente, para nada, pero al menos más “negociable”.

El tema es que si los de afuera nos desentendemos es más difícil aún que aparezca esa posibilidad. Yo hice esta película para que la gente entienda que vale la pena involucrarse en Afganistán, vale la pena salvar sus escuelas, sus hospitales, sus nuevas generaciones. Son ellas y ellos quienes pueden traer la paz, ya vieron y saben lo suficiente como para querer eso.

Aprendiendo a patinar
"Una pequeña carta de amor a las chicas afganas". Así define Carol su documental. 

-¿Las chicas del documental tienen acceso a Internet?

-No, porque provienen de familias muy pobres, pero la mayoría de chicos y chicas en Afganistán, sí. Prácticamente todo el mundo anda con iPhone en Kabul. Mucha gente suele preguntarse, y es una pregunta válida: ¿cómo puede ser que los talibanes accedan al poder si la gente está repleta de iPhones? Bueno, lo mismo podríamos preguntarnos de nuestro país… Ya sé, no son talibanes los que están en la Casa Blanca, pero son parientes muy cercanos…

-¿Estás preocupada por las elecciones de noviembre?

-¿Me estas cargando? ¡Estoy aterrorizada! (ríe) Por supuesto que votaré, e intento que toda la gente que está a mi alrededor vote, pero aun así sigo preocupada. No puedo creer que este tipo (Donald Trump) gane, pero tampoco lo podía creer la primera vez, así que… (Suspira) Así que simplemente no lo sé.-

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