Vicentina Phocco Palero es el nombre de la mujer que se encuentra detrás de uno de los mejores cafés de calidad del mundo.
No lo decimos nosotros, lo dice Specialty Coffee Expo, quien le otorgó el primer premio en la categoría “pequeños productores” en 2018 en Estados Unidos. Tres años después, se hizo con la Medalla Midagari.
Lo cierto es que no se trata de un nombre propio más, sino de uno de que tiene una dura historia de vida y muchos sueños por cumplir, entre los que se encuentra, tal como ella misma dice, “que sus hijos tengan una buena herencia, que puedan estudiar, crecer y vivir tranquilos”.
Vicentina Phocco Palero: una vida en la caficultura
Esta mujer de 48 años vive en el Valle de Sandía, en Alto Inambari, Perú, un pueblito recóndito, sin conexión a Internet y sin carreteras que permitan el fácil acceso. En ese contexto, un páramo casi perdido creció Vicentina en el seno de una familia con escasos recursos y con muchas falencias económicas. Con el único objetivo de colaborar con sus padres, a los siete años de edad comenzó su camino en la agricultura y desde temprana edad se enamoró del café.
“Aquí estamos olvidados, no tenemos acceso a la salud, no tenemos agua, no tenemos luz, no tenemos desagüe y no podemos salir del pueblo porque no hay buenos accesos”, revela.
Acceder a la zona no es sencillo. La única carretera a la selva de Sandia está en mal estado, existe un alto grado de inseguridad provocado por el narcotráfico y son frecuentes los campamentos de mineros ilegales que extraen oro del río Inambari. A pesar de todo, la familia de Vicentina Phocco se siente agradecida por la posibilidad de tener su espacio allí.
“Nos levantamos a las tres de la mañana, a las cinco estamos desayunando y a las siete ya vamos a la chacra. Luego a las 12 paramos para descansar y almorzar y en la tarde nos recogen a las cinco o cinco y media”, cuenta Vicentina quien, para tener poder hacer esta entrevista tuvo que hacer una hora de viaje caminando porque en su domicilio no cuenta con ningún tipo de comunicación.
Esta mujer trabajadora se encuentra en pareja con Pablo Mamani, quien al inicio de la relación trabajaba en una mina. Sin embargo, las cosas no iban tan bien para este par y al poco tiempo comprendieron que los ingresos no les alcanzaban para poder sobrevivir ni proyectar una vida juntos. Fue en 2004 cuando el padre de Pablo les facilitó a ambos una pequeña Finca en Alto Inambari, en la provincia de Sandía. El futuro que tanto deseaban estaba a punto de comenzar y así fue. Pusieron manos a la obra y lograron salir adelante.
“Mi suegro nos dio un pequeño terreno para poder cultivar nuestros primeros granos de café. A mi esposo no le gustaba trabajar en la chacra, pero poco a poco se acostumbró y empezamos a cultivar café con el apoyo de Naciones Unidas. Al año siguiente aumentamos una hectárea más de terreno a nuestros cultivos”, cuenta Vicentina.
La resiliencia y el renacer
Vicentina Phocco estuvo a punto de abandonar el proyecto y olvidarse de sus cafetales cuando fallecieron sus dos hijos mayores en un accidente de tránsito en la carretera de Inambari. La tristeza se apoderó de ella y ya no quería saber nada de su cultivo, sin embargo, loscaficultores de la Cooperativa Túpac Amaru (a la que perteneció su suegro y a la que pertenece su marido) la motivaron a seguir con el sembrío. Pero no todo iba a ser sencillo. En el medio del camino, una plaga casi termina con su finca. Nada logró derribarla. Se sobrepuso y salió a darle batalla a todos los obstáculos que le puso la vida.
Con tesón y el convencimiento de que el café podía ser una oportunidad legal y rentable para educar a sus hijos, Vicentina y su esposo decidieron apostar todo lo que tenían por este producto y labrarse un futuro para ellos y para sus niños.
Su pequeña finca cuenta con tan sólo 3 hectáreas y se encuentra ubicada en un empinado monte de los Andes, a las afueras de Cruz Pata. En la zona, la neblina es habitual, y dada la altura en que se encuentran los cafetales de Vicentina, 2026 metros sobre el nivel del mar, la finca es conocida como Las Nubes, es por eso que su café se conoce como “Café de las nubes”.
Para esta mujer que se siente más cómoda hablando en quechua, el café significa “trabajar con tranquilidad y alegría”. En efecto Vicentina se encuentra muy agradecida con esta industria. “El café nos hado mucho, y nos sentimos orgullosos” agrega.
Café con aroma de mujer
“El trabajo en la finca no solo es del hombre también nosotras las mujeres nos sacrificamos y hoy por hoy podemos representar a la mujer cafetalera”, señala Vicentina a la vez que revela que en su pueblo trabajan en la industria cafetera alrededor de cinco mil mujeres.
Según datos de la Asociación de Cafés Especiales (SCA Specialty Coffee Association), el 70 por ciento de la mano de obra en el cultivo del café son mujeres.
Sin embargo, solo el 25 por ciento de las fincas cafeteras globales están dirigidas por mujeres. Desde hace décadas las mujeres han sido parte de la industria cafetera, fueron ellas las primeras en plantar y cosechar en sus chacras. Pero una vez recolectadas,
seleccionadas y procesados los granos, siempre fueron los hombres de las familias los encargados de hacer los negocios en el pueblo y vender el producto. Las mujeres comenzaron a darse cuenta de esto y comprendieron que ellas querían hacerse cargo del negocio completo: la cosecha, producción y comercialización. De esa manera tendrían un control económico más directo sobre su propia fabricación.
Entre estas mujeres se encuentra Vicentina, quien se configura como la cara del café peruano a nivel internacional y reconoce que el café es lo mejor que le pasó en la vida porque le permite brindarle a sus hijos un futuro prometedor. Además, su principal objetivo es aumentar y mejorar la producción para que este producto se ubique cada vez más en otros países y puedan acceder a él desde todas partes del mundo.
28 años trabajando la tierra no pueden ni deber ser en vano para Vicentina, una mujer que le puso el hombro a las dificultades y que en cada caída se levantó y siguió apostando al mundo del café.
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