Ya sea Mark Zuckerberg lamentando que los espacios de trabajo están “culturalmente castrados” o un nuevo funcionario del Departamento de Estado argumentando que “los hombres blancos competentes deberían estar a cargo”, la coalición anti-DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) comparte una idea central: el progreso de las mujeres ha perjudicado a los hombres, y la única forma de avanzar es desmantelarlo.
¿Intereses personales? Sin duda, pero no como imaginás. Los Zuckerberg y los Trump no tienen nada que ganar personalmente eliminando las políticas de DEI; ya son algunas de las personas más poderosas del planeta. Pero sí tienen mucho que ganar sembrando estratégicamente el descontento en nuestras ya tensas relaciones de género. Esa guerra de género nos mantiene distraídos, “inundando el debate” mientras ellos ejercen su poder sin control.
Dicho en términos más directos: nos están mintiendo. Pero yo te voy a decir la verdad: revertir el progreso de las mujeres—desmantelando el DEI u otras iniciativas—no va a ayudar en absoluto a la gran mayoría de los hombres. Y si seguimos cayendo en esta trampa, todos vamos a estar peor.
Estos hombres muy ricos y muy poderosos han sabido canalizar un resentimiento que lleva décadas en gestación. Nuestra realidad económica en términos de género se dio vuelta. En 1980, los hombres blancos sin título universitario ganaban más que el trabajador promedio; hoy ganan menos, mientras que las mujeres con estudios universitarios ganan más.
Ese cambio económico está entrelazado con un cambio social: la caída en las tasas de matrimonio. A medida que hombres y mujeres divergen en términos políticos, académicos y económicos, cada vez menos se casan, y esta tendencia avanza el doble de rápido entre quienes no tienen estudios universitarios. No es sorprendente que un tercio de los hombres republicanos crean que los avances de las mujeres se dieron a costa de ellos.
Si sumamos esa sensación de pérdida a la ansiedad y depresión que trajo la modernidad, obtenemos un panorama sombrío para los hombres jóvenes. Es comprensible que muchas mujeres duden en señalarlo, por miedo a restarle importancia a los avances femeninos, pero los datos son innegables: los hombres están sufriendo. Se suicidan cuatro veces más que las mujeres. Mueren por sobredosis a una tasa dos o tres veces mayor. También son los más afectados por la epidemia de la soledad: el 15% de los hombres dice no tener amigos cercanos, cinco veces más que en 1990.
Entonces, ¿cómo es que desmantelar el progreso de mujeres y personas racializadas va a solucionar las crisis sistémicas que afectan a los hombres—su soledad, sus muertes por desesperación, sus (relativamente) reducidas perspectivas económicas y románticas?
No lo hace.
De hecho, la cultura hipermasculina que promueven Trump y compañía solo agrava estos problemas. La investigación muestra que los hombres con creencias arraigadas en normas de género tradicionales, como el machismo, son más propensos a la depresión, la ansiedad y la ira. Esa misma vergüenza y estigma hace que sean menos propensos a buscar ayuda para su salud mental, perpetuando un ciclo de sufrimiento del que ningún hombre, por sí solo, puede salir.
Los hombres no están sufriendo porque las mujeres trabajen. Están sufriendo porque el guion con el que crecieron—si trabajás duro, vas a poder mantener a tu familia—ya no se aplica universalmente. Para bien o para mal.
La solución, entonces, no es deshacer los avances. Es reescribir el guion de los hombres y crear nuevas opciones.
Sí, las mujeres han sido sistemáticamente excluidas de oportunidades durante generaciones, pero los hombres también han sido encasillados. La sociedad espera de ellos ciertas actitudes y roles masculinos, lo que los aleja de determinados trabajos, experiencias e incluso emociones.
Cuando fundé Girls Who Code, pensaba en las mujeres que querían ser ingenieras o desarrolladoras de software pero nunca habían visto a alguien como ellas en esos roles. No tenían el guion. Pero ahora, al mirar atrás, pienso en los guiones de los varones. ¿Necesitaban ellos también un permiso cultural para elegir una profesión históricamente femenina? ¿Deberíamos haber creado “Boys Who Nurse” (Chicos que Cuidan)?
Ahora, desde Moms First, pienso en los guiones de los padres. Solo el 13% de los empleadores ofrece licencia por paternidad paga a todos sus empleados varones, y existen “reglas no escritas” que desalientan a quienes sí la tienen de tomarla por completo. Sin embargo, los padres que trabajaron desde casa durante la pandemia valoraron el tiempo con sus hijos. Una encuesta reveló que más de dos tercios sintieron un vínculo más fuerte con ellos. Los padres también necesitan un nuevo guion, uno que expanda la idea de lo que significa realmente “mantener a la familia”.
Y, por supuesto, pienso en el guion de mis hijos. Quiero que sepan que pueden llorar, ser vulnerables, compartir sus sueños y miedos con las personas que aman, todas esas cosas que siempre he hecho con mis amigas sin pensarlo dos veces.
Al final del día, todo se reduce a la elección. Si los hombres quieren ser fisicoculturistas, agricultores o programadores que en realidad sueñan con ser astronautas, que lo sean. Pero, al igual que las mujeres, merecen el derecho a elegir—otra carrera, otro estilo de vida, otra forma de ser hombres.
Estos ataques contra nuestro progreso son solo una distracción, un enemigo ficticio en la guerra cultural de Trump para desviar la atención de las luchas reales que enfrentamos. Si logramos ver esta estafa por lo que es, tal vez podamos escribir nuevos guiones tanto para los hombres como para las mujeres, y enfocarnos en los problemas verdaderamente urgentes. Hasta entonces, no caigamos en la trampa.
Este artículo de Reshma Saujani se publicó originalmente en MC US
at redacción Marie Claire
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