Jessica Parks es una jueza feminista decidida a volver la justicia y las salas de tribunal más respetuosas, empáticas y compasivas, especialmente con las mujeres víctimas de violencia. Durante sus audiencias, frena a abogados arrogantes y prohíbe los intentos de culpabilizar o minimizar a las víctimas. Madre de un único hijo varón, Parks lo cría desde una educación feminista. A los 12 años le habla de consentimiento, del “no es no” y de la ausencia clara y rotunda del “sí”, que también significa “no”. Le habla de sexo y también de la pornografía mainstream: de su función recreativa, pero nunca educativa, y de la diversidad de cuerpos que el porno no representa y que, sin embargo, existen en el mundo real.
Sobre todo, Parks le da a su hijo el ejemplo de una madre que trabaja, que ocupa un lugar de poder en un mundo masculino sin haberse amoldado a las normas patriarcales, y que lo acompaña en sus fragilidades sin desvalorizarlo. Y, sin embargo, parece no alcanzar: cuando su hijo es acusado de violencia sexual, todas las certezas de su familia se derrumban. Interpretada por la actriz londinense Rosamund Pike, Jessica Parks es la protagonista de Inter Alia, una obra teatral escrita por la dramaturga y abogada australiana Suzie Miller, que indaga en las preocupaciones de una madre, la complejidad de la presión social y el rol de los padres y de la educación frente a los estereotipos y la violencia de género.

Según los datos publicados por el ISTAT en julio de 2025, los padres —y en particular las madres— tienen un rol central en la adhesión (o no) a ciertos prejuicios de género. Del informe surge, por ejemplo, que para el 30,4% de los varones y el 19,2% de las mujeres de entre 11 y 19 años, las tareas domésticas como cocinar, limpiar o cuidar a los hijos son responsabilidades femeninas; y son sobre todo quienes tienen entre 11 y 16 años los que creen que los hombres son menos aptos para el trabajo de cuidado. Para el 22% de los varones y apenas el 6,7% de las chicas, además, la carrera profesional es más importante para el hombre que para la mujer: es el estereotipo menos extendido hoy, pero también el que más divide por género.
Y luego están los prejuicios vinculados a la violencia masculina contra las mujeres, que persisten incluso entre jóvenes: el 23,5% de los varones y el 7,2% de las mujeres de entre 14 y 19 años cree que las chicas pueden provocar la violencia sexual por su forma de vestirse; y el 19,5% de los varones frente al 7,6% de las mujeres piensa que las chicas muchas veces dicen “no” cuando en realidad quieren decir “sí”. Como señala el ISTAT, sin embargo, estos prejuicios —todavía tan difundidos entre jóvenes y adolescentes— son menos frecuentes entre los hijos de mujeres con alto nivel educativo. Quienes tienen una madre con al menos un título universitario, por ejemplo, creen menos que las tareas domésticas sean “cosa de mujeres”, que los varones estén más predispuestos para las materias científicas o que la carrera profesional sea más importante para los hombres que para las mujeres. Lo mismo ocurre con los estereotipos vinculados a la violencia sexual: no solo tienden a compartir menos esos prejuicios, sino que además son más proclives a considerar la violencia como algo inaceptable.

No es una cuestión de clase ni de recursos económicos
Como explica Maria Paola Paladino, profesora de Psicología Social en la Universidad de Trento, “las madres con mayor nivel educativo pueden representar un modelo alejado de las expectativas estereotipadas clásicas, y del que se aprende, por ejemplo, que las mujeres también pueden estudiar, hacer carrera y realizarse profesionalmente”. No se trata de una cuestión de clase ni de disponibilidad económica: los prejuicios de género y la violencia masculina contra las mujeres atraviesan todos los estratos sociales. Pero, como señala la especialista, estos datos muestran que “la educación es importante para las madres —e indirectamente también para los hijos— a la hora de brindar herramientas de emancipación e igualdad de género”.
Los padres, sin embargo, también tienen un rol, quizá incluso más importante. Como escribió el sociólogo Michael Flood en The Guardian, los varones aprenden a “interpretar” su género principalmente de sus padres y de las figuras masculinas de referencia. Para la profesora Paladino, es un aspecto que merece mayor atención: “Si hubo una reflexión importante sobre los roles de género y la condición femenina, no ocurrió lo mismo con la experiencia masculina”, afirma. “Contar con figuras parentales o referentes varones que muestren que no existe una sola manera de ser hombre puede ser de gran ayuda”.
Pero no se puede reducir todo a la familia
Si bien es cierto que los roles de género y los estereotipos se incorporan desde los primeros años de vida a partir de lo que se ve y se escucha en el ámbito familiar, con el tiempo entran en juego otros factores. “A lo largo de su desarrollo, una persona primero se confronta solo con la familia, pero luego también con los pares, la escuela y los medios —incluidas las series de televisión, el cine, pero sobre todo las redes sociales, y a veces también la pornografía—”, explica Paladino. En este proceso de descubrimiento del mundo, sostiene la experta, se vuelve todavía más importante “contar con anticuerpos” no solo frente a los prejuicios de género, sino especialmente frente a la persuasión: “Las redes sociales, por ejemplo, apelan a las necesidades de las personas”. Por eso, agrega, resulta clave “escuchar las necesidades de los y las adolescentes, enseñarles a leer sus propias demandas y también a decodificar cómo funciona el mundo online”.
Y está el gran tema de la escuela
“La escuela es una institución grande y compleja”, afirma Paladino, por lo que para generar un impacto real se necesita un enfoque transversal: “No alcanza con dar una clase; hace falta formar a los docentes, crear espacios de intercambio entre chicos y chicas, y convocar a personas expertas en la temática”.
Este artículo se publicó originalmente en MC Italia.
at redacción Marie Claire
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