Monday 22 de December de 2025

SOCIEDAD | Hoy 08:02

Violencia digital: cuando el odio en redes se convierte en una amenaza real para las mujeres

El universo digital prometió conexión, cercanía y democracia pero se convirtió, más temprano que tarde, en un espejo cóncavo que amplifica las peores violencias del mundo offline.

La violencia digital no puede pensarse como un insulto perdido en un chat o en un comentario aislado en redes sociales. Hablamos de un ecosistema de agresión omnipresente, donde el daño a la dignidad, la integridad y la seguridad es tangible y concreto como un golpe.

La dimensión de esta violencia lleva a pensar a expertos de distintos campos en la urgencia de nombrar estas nuevas agresiones —y sus mil caras— sufridas por 1 de cada 3 mujeres en Argentina. Si incluimos a niñas, el porcentaje asciende al 61% que sufrió algún tipo de acoso en línea, según datos de BTR Consulting. Y aunque se da en menor proporción, los varones también sufren hostigamientos. En este contexto, resulta urgente analizar el vacío legal que, en plena era de la Inteligencia Artificial, deja a las víctimas peleando contra fantasmas, sin mecanismos jurídicos que nombren su dolor.

 

Violencia digital

 

“Te voy a destruir la vida”: la semántica del odio

En el lenguaje de la violencia aparece un patrón que refleja la desigualdad estructural. A los varones se los ataca por sus ideas, su productividad o su capacidad (“ladrón”, “inútil”); a las mujeres, por sus cuerpos, su vida sexual o su salud mental (“puta”, “malcogida”, “loca”).

No se trata de una percepción subjetiva: es una estadística. Los relevamientos de la Defensoría del Pueblo de CABA junto al United Nations Population Fund confirman que la llamada “violencia por identidad” se construye a partir de burlas y descalificaciones centradas en el género, la orientación sexual o la apariencia física. Esta modalidad ya alcanza al 20% de las mujeres jóvenes de entre 14 y 39 años a nivel global.

La creatividad de la crueldad es efectiva. El agresor busca dañar. Y en esa lógica, las palabras dejan de ser etéreas para convertirse en acciones. La frase “Te voy a destruir la vida”, recibida por una víctima en un caso testigo al que accedió Marie Claire Argentina, dista de ser una metáfora dicha en un arrebato de enojo. Rápidamente, pasa al plano de la acción.

La víctima se vio envuelta en ataques concretos: persecución a su hijo, desprestigio laboral mediante llamadas telefónicas anónimas a colegas y, finalmente, la difusión de contraseñas y documentos digitales con el objetivo de perjudicarla.
“La sensación es que me quiere volver loca, y que lo está logrando”, dice con desesperación Nadia, de 47 años (nombre ficticio para proteger su identidad). Aquí, el agresor combinó todas las formas posibles de violencia digital.

No se trata de un caso aislado. Los vemos a diario en los medios de comunicación: personas famosas o anónimas que denuncian amenazas, persecuciones, intentos de contacto físico, envío de paquetes y múltiples formas de intimidación.

Cuando el odio digital escala al terror físico

Este odio escala rápidamente de la humillación al terror físico. Y aun cuando no llegue a concretarse una agresión fuera de la pantalla, lo que ocurre en el ámbito digital lastima en la vida real. No hablamos de haters anónimos ni de simples episodios de gaslighting digital: hablamos de escenarios de alto riesgo, que se agravan cuando las mujeres tienen voz pública.

El informe “Hackeá la violencia digital”, elaborado por UNFPA, Amnistía Internacional y ONU Mujeres, pone el foco en el ámbito periodístico y arroja un dato alarmante: el 44% de las periodistas que sufrieron ataques reportaron amenazas concretas de violencia física.

La violencia digital no inventa nada nuevo: recicla viejos mandatos machistas y les amplifica el alcance, recordándonos que incluso en la virtualidad, el lugar de las mujeres sigue siendo objeto de disputa.

 

Violencia digital

 

 

Historias que se repiten

La escena ya no transcurre en una calle oscura, sino en la pantalla de un celular. Llamémosla Martina (nombre ficticio). Tiene 38 años, es emprendedora, madre sola y dueña de su propia marca. Un día dijo que no: no a una propuesta laboral desmedida, no a un modelo de negocio injusto.

La respuesta fue una amenaza conocida: “Si no trabajás conmigo, no vas a trabajar con nadie”.

Lo que siguió fue el uso de accesos digitales compartidos durante el vínculo laboral para desplegar una campaña de hostigamiento, suplantación de identidad y manipulación de su imagen pública.

Una Justicia que llega tarde

“La violencia digital opera a la velocidad del clic, pero la Justicia argentina opera como si todavía imprimiera oficios en papel”, explica Melisa García, abogada del caso. Tras un año de peregrinar por fiscalías, el expediente quedó reducido a un simple hostigamiento, una figura que no contempla la devastación emocional y profesional de la víctima.

El caso de Martina expone una patología del tejido social: la tecnología como herramienta de disciplinamiento hacia mujeres autónomas.

Más cifras que duelen

Los datos refuerzan el diagnóstico. Según la Defensoría del Pueblo de CABA y UNFPA, el agresor es hombre en el 65% de los casos, mientras que el 28% de las mujeres agredidas reduce su presencia en redes, silenciando su participación pública.

Aunque la violencia digital está reconocida en la Ley 26.485, la práctica judicial sigue mostrando un desfasaje alarmante.

El vacío legal en la era del deepfake

La Inteligencia Artificial generativa abrió una puerta aún más oscura. Casos recientes en Córdoba y Buenos Aires revelaron cómo alumnos utilizaron IA para crear videos pornográficos falsos de compañeras, montando sus rostros sobre cuerpos desnudos y distribuyéndolos en grupos escolares.

El problema es claro: no existe una figura penal específica para el deepfake en Argentina. Las imágenes “simuladas” no siempre encuadran como pornografía tradicional, obligando a fiscales a buscar atajos legales.

La Ley 27.736, conocida como Ley Olimpia, reconoce la violencia digital dentro de la Ley de Protección Integral a las Mujeres. Pero cada avance legislativo recuerda que primero hubo una tragedia.

La urgencia del acompañamiento adulto

Los adolescentes no son ajenos a esta violencia. Jóvenes de entre 12 y 19 años identifican el vínculo directo entre violencia digital, poder y humillación pública. Lo más alarmante es el vacío de acompañamiento adulto: muchos no piden ayuda por miedo a ser castigados o desestimados.

La ESI aborda estos temas, pero no alcanza. “Los adultos también están atrapados por la lógica del algoritmo”, señala la psicóloga Patricia Faur.

Nombrar para reparar

La dificultad de la Justicia para dar respuestas está ligada a las múltiples caras de la violencia digital. Pero esa complejidad no puede ser excusa. Casos trágicos, como el de Belén San Román, o el hostigamiento sistemático a voces públicas como Marina Abiuso, muestran que el objetivo final es acallar.

A nivel global, el 70% de las mujeres con voz pública modificó su uso de redes para evitar ataques. En Argentina, el 98% de los casos de violencia digital atendidos por Abofem tienen como víctimas a mujeres.

La conclusión es clara: la violencia digital es real, es urgente y es de género.
Y hasta que el Estado modernice sus herramientas, la mejor defensa sigue siendo la red entre mujeres: creerse, acompañarse y no dejar pasar ni un solo píxel de violencia.

at Malen Lesser

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