Las mujeres son indispensables en la industria del café, hablamos con una de ellas para saber su historia de vida y el día a día de ellas en la industria.
VIDA DE CAFETAL
Cuando era niña mi abuelito tenía cafetal, entonces cada mañana mi papá iba a trabajar allí; y yo lo acompañaba y lo ayudaba. Yo tenía 7 años y cada día volvía a casa con diez centavos, los cuales repartía entre mis hermanitos”, cuenta Elvia María Monzón Del Valle, hoy de 50 años, a través de una videollamada desde Rancho Viejo, un pueblo de 2000 habitantes ubicado en Guatemala. Enseguida describe entusiasmada su “paraíso cafetero” como un sitio entre montes, con un pequeño río y muchos pinos, robles, chalunes y cafetales, así como también caña.
El lugar se llama así porque hace más de 50 años solo había una pequeña casita precaria, hoy, en cambio, y gracias al café se transformó en una aldea en desarrollo. “La mayoría de las personas que trabajan en el área rural con el grano son mujeres”, asume Elvia y agrega: “Por empezar, es la manera más sencilla de obtener un empleo para nosotras. Si no contamos con una parcela propia, trabajamos en las de otras fincas más grandes. Nos dedicamos más bien a cortar la cereza de café y a despulpar. Antes lo hacíamos con la mano y lavabámos todo en una especie de canoa, ahora tenemos artefactos que nos ayudan, pero nadie como nosotras sabe el punto del lavado y del secado del grano”, asume.
TRABAJO EN COOPERATIVA
Elvia trabajó por muchos años en otras parcelas hasta que logró tener la suya propia. En la actualidad, en su espacio trabaja con tres personas más. “Lo único que yo les indico, es cómo vamos a hacer la poda y cuánto tiempo dejaremos secar los granos al sol”, cuenta y añade: “Antes vendía mi café a cualquiera que pasaba, pero cuando entré a nuestra cooperativa empecé a aprender y capacitarme para saber cómo y a quiénes venderle para tener más rédito”.
Monzón también le enseña a la gente de su cooperativa a trabajar de manera sustentable. “Nos importa mucho proteger nuestro medio ambiente, más en este momento que aprendimos varias técnicas gracias al apoyo del IICA (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura)”, cuenta. La cooperativa se llama Asociación Integral de Caficultores Rancho Viejo, se abrió en 2013 y de sus 15 miembros originales, Elvia era la única mujer. “La mayoría se preguntaba qué estaba haciendo una señora entre tantos varones, por qué no se quedaba en su casa haciendo lo que ellos creían que tenía que hacer”, recuerda entre risas. Ahora el número es más equitativo (ya son 10 mujeres) y Monzón ya va por su segundo mandato al frente del equipo. “Me acerqué porque sabía que juntos y juntas íbamos a poder lograr muchas más cosas.
Antes estábamos muy separados y aislados y no podíamos crecer. Con la cooperativa, por ejemplo, ya logramos tener nuestra propia tostaduría, que nos aliviana el esfuerzo y aumentamos mucho la producción para la venta. De esta manera, además el grano no se quema y podemos ofrecer un café bueno y de alta calidad”, detalla. La tostadora de café es parte del plan de fortalecimiento a organizaciones de productores que promueve el PROCAGICA (Programa Centroamericano de Gestión Integral de la Roya del Café) para mejorar la integración de diversas comunidades en la cadena de café.
“Siempre quien más trabaja es quien menos recibe. Tenemos que seguir luchando y buscando otras maneras y estrategias para terminar por fin con esa cadena injusta”.
Esto generó nuevos puestos de trabajo, especialmente para muchos jóvenes que estaban desempleados en la zona. “Muchos chicos querían emigrar a Estados Unidos en busca de un empleo, pero arriesgaban su vida, se iban sin ninguna oferta laboral y de forma ilegal. De a poco estamos dándoles otras oportunidades. Yo siempre digo que el café es lo que mueve a nuestro país”, explica Elvia, quien entiende muchas veces la frustración de los productores frente a una realidad: sus desproporcionados réditos en la larga cadena de valor del café. “Siempre quien más trabaja es quien menos recibe. Tenemos que seguir luchando y buscando otras maneras y estrategias para terminar por fin con esa cadena injusta”.
VIRUS Y CONECTIVIDAD
Como en todo el mundo la situación de pandemia afectó a la cooperativa y por ende a todas las familias. Según explica Elvia dejaron de vender muchas cantidades de café, más que nada debido a que las cafeterías estaban cerradas y no había prácticamente consumo y menos importación. “Al comienzo fue muy duro y triste, la gente ya no quería ir a trabajar a los cafetales. Realmente daba muchísima pena”, recuerda, a la vez que explica que hoy en día están activos, pero con los cuidados preventivos por el coronavirus.
La conectividad es otra de las dificultades que experimentan en el pueblo. La mayoría de las trabajadoras no tienen teléfonos inteligentes -Elvia recibió el suyo recién el año pasado- y tampoco saben cómo funcionan. “Nos quisieron dar capacitaciones vía Zoom por ejemplo para enseñarnos, pero es algo que nosotras desconocemos totalmente. Manejamos teléfonos más viejos con teclitas y solo pocas tienen dominio de WhatsApp”, cuenta. El IICA desarrolló el año pasado el informe llamado Desigualdad digital de género en América Latina y el Caribe, realizado por la Universidad de Oxford, IICA, BID Y FIDA que brindó mucha información para poder reconocer la exclusión digital y realizar acciones de capacitación como sucedió en Rancho Viejo. En tanto, lograron sacar su primer crédito y compraron un terreno, pero aún no decidieron qué construirán allí.
“La mayoría de las personas que trabajan en el área rural con el grano son mujeres. Es la manera más sencilla de obtener un empleo para nosotras”.
El próximo sueño que tiene Elvia para su cooperativa es poder tener una bodega para acopiar el café, ya que muchas veces guardan la producción en sus propias casas y, por supuesto, no es el lugar más adecuado. “Y más tarde quiero que existe una escuela cafetera en la comunidad. Mi hijo siempre me dice: ´“Usted está volando muy alto”’ y yo le respondo: ‘No, mi hijo, siempre vale soñar. Mirá todo lo que ya logramos’”.
UNA VIDA DEDICADA AL CAFÉ
Como buena productora de café Elvia también es gran consumidora de esta infusión, mejor dicho “de su propio café” del que se siente súper orgullosa. “De mi producción dejo tres quintales por mes para tostar y tomar en casa. Vivo con mi hijo y una de mis niñas (una chica de 15 años que se la dieron en guarda), la otra reside en un pueblo cercano que no tiene café y le llevamos del nuestro cada semana”, explica.
El proceso de preparado de Elvia es poner una jarra en agua hasta que hierva, ahí le baja la llama y le agrega tres o cuatro cucharadas repletas de grano molido, lo bate, deja que se asiente y finalmente lo cuela. “En casa siempre tomamos de nuestro café, estoy muy orgullosa del producto que hacemos. Podemos mejorar, pero con lo que tenemos realizamos una bebida de muchísima calidad”, asegura y cuenta que además de trabajar en el cafetal adora criar animales. Hasta hace poco tuvo más de cien gallinas, que luego vendió, y ahora tiene colmenas dedicadas a la producción de miel. “Soy parte de un proyecto que se llama Paz en cadena, me dieron dos colmenas y cuando tenga cuatro le tengo que dar un par a otra mujer”, aclara y revela que en breve tiene muchas ganas de envasar el producto y venderlo.
“Lo más lindo de mi trabajo es recibir la paga después de tanto esfuerzo y trabajo. También me gratifica cuidar mis cafetales, porque realmente de ellos vivimos no sólo yo, sino muchísima gente”, cuenta y lanza: “A mi hija de 15 años ya pienso darle su propia parcela para que empiece a conocer cómo es el trabajo. Ya lo hice con mi hijo. Quiero que ellos también disfruten y vivan a través del café”.
Fotos: Morena Pérez Joachin.
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