La industria de la moda es hoy una de las más contaminantes del planeta: genera cerca del 20% de las aguas residuales globales y es responsable de aproximadamente el 10% de las emisiones de carbono. Las cifras impactan tanto como las imágenes de vertederos textiles en el sudeste asiático o incluso en el norte de Chile. Se producen más de 100 mil millones de prendas al año, y muchas son desechadas antes de cumplir una temporada. Este modelo de producción rápida, impulsado por el fast fashion, no solo deja huella en el ambiente, también moldea una lógica de consumo frenética, superficial y poco sostenible.
El denim, ese ícono cultural que atraviesa generaciones, se presenta como uno de los tejidos más agresivos para el ecosistema. ¿Sabías que fabricar un solo par de jeans puede requerir hasta 10.000 litros de agua? A eso se suma el uso intensivo de químicos para lavados y acabados, que contaminan ríos, suelos y comunidades. Aunque el jean resiste el paso del tiempo, su fabricación masiva lo transforma en un símbolo del desgaste ambiental.
Otro gran protagonista en la lista de contaminantes es el poliéster. Una fibra sintética presente en el 60% de las prendas producidas globalmente, que puede tardar hasta 200 años en degradarse. Cada lavado libera microplásticos que terminan en los océanos, afectando gravemente la biodiversidad marina. Y como si fuera poco, las tintas industriales utilizadas para teñir las prendas arrasan con cursos de agua y ecosistemas enteros, especialmente en países sin regulación ambiental efectiva.
Frente a este escenario, la moda circular emerge como una respuesta ética y estilística. Reutilizar, reparar, intercambiar o alquilar prendas extiende su ciclo de vida y reduce significativamente los residuos textiles. Darle una segunda oportunidad a una prenda vintage no es simplemente una elección estética: es una declaración de principios. Vestir con propósito implica valorar lo hecho, resignificar lo heredado y diseñar un presente más justo para la industria.

Vestirse también es un gesto político
Un vestido puede ser muchas cosas: una fantasía, un refugio, un manifiesto. Y el acto de vestir, lejos de ser neutro, implica decisiones que impactan no solo en quien lo lleva, sino también en quien lo produce. En los últimos años, conceptos como sustentabilidad, trazabilidad y comercio justo dejaron de pertenecer al universo especializado y empezaron a aparecer en etiquetas, posteos y campañas.
Mientras las marcas conscientes trabajan bajo modelos de diseño éticos, plataformas como Shein aceleran el ciclo del consumo al extremo. El desafío es claro: ¿cómo sostener la moda responsable en una era dominada por el clic compulsivo? En esa encrucijada, la moda circular se vuelve refugio, resistencia y posibilidad.
Nacida de la urgencia económica de los años noventa, cuando la clase media argentina descubrió en la ropa usada una alternativa accesible, la moda circular evolucionó desde la necesidad hasta la convicción. Lo que antes era síntoma de crisis se transformó en gesto de estilo. Hoy, elegir moda reutilizada es también abrazar una narrativa: la de quienes defienden el valor de lo hecho, la singularidad y el impacto consciente.
Las nuevas generaciones, atravesadas por la urgencia climática y la expresión personal, revirtieron el viejo estigma de “ropa usada” y lo resignificaron como una práctica cool, auténtica y subversiva. La circularidad habilita infinitas combinaciones: looks únicos, atrevidos y expresivos que escapan de la lógica del descarte. El ecosistema de la moda circular se diversificó y sofisticó con el paso del tiempo, adaptándose a perfiles múltiples. Desde espacios curados con estética definida hasta tiendas por kilo y plataformas de alquiler, el mercado ofrece propuestas presenciales y digitales que acompañan el cambio cultural.
El desafío es claro: ¿cómo sostener la moda responsable en una era dominada por el clic compulsivo? En esa encrucijada, la moda circular se vuelve refugio, resistencia y posibilidad.
Entre las opciones más populares se destacan Galpón de Ropa, Cocolice y The Vintage Hole, tres referentes porteños que promueven el segundo uso de prendas de marcas masivas. Con estética urbana y precios accesibles, democratizan el consumo consciente sin perder estilo.
La Kilovintage, por su parte, propone un formato de venta unisex por kilo que desafía el modelo tradicional por unidad. Este enfoque atrae a quienes buscan prendas con carácter y estilo, ofreciéndoles la posibilidad de comprar por volumen y lograr un ahorro significativo. Una experiencia que convierte el acto de compra en un juego de exploración entre verdaderas joyas textiles.
Para quienes buscan piezas icónicas, Juan Pérez continúa siendo una referencia indiscutida: selecciona joyas vintage de diseñadores de lujo, como blazers Valentino y vestidos Dior, transformando cada prenda en una obra que atraviesa el tiempo.
También hay propuestas más intimistas como Kahlo Vintage, Ocre, Mono Shop y Le Garage di Tutti, con curaduría personalizada, identidad marcada y una estética que conversa directamente con el consumidor.
En el universo de los accesorios, Galgo Negro transforma prendas originales en piezas únicas mediante un proceso completamente artesanal. Además, ofrece una cuidada selección de ropa vintage que complementa su propuesta creativa.
Por su parte, Keak Vintage Boutique y Delonvintage se destacan en la búsqueda de piezas premium, aportando estilo a través de prendas con historia y una curaduría minuciosa centrada en el detalle.
Y para quienes exploran el vestuario como herramienta narrativa, Tienda La Moderna ofrece alquiler de prendas de época para producciones teatrales, series, cine e incluso editoriales de moda. Una apuesta que une creatividad, memoria y conciencia.
La moda circular no responde solo a una necesidad económica o ambiental. Es, sobre todo, una respuesta al deseo: de vestir con historia, con identidad, con sentido. En un contexto dominado por el fast fashion y plataformas de consumo masivo que ofrecen prendas a costo cero y envíos inmediatos, estas iniciativas funcionan como faros de coherencia y resistencia estética.
Vestirse, hoy más que nunca, es una forma de posicionarse. Y en ese gesto cotidiano, cada elección importa. Porque el estilo no tiene por qué estar reñido con la responsabilidad. Al contrario: puede ser su mejor aliado.
at Federico Velenski
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