En una esquina tranquila del barrio porteño de Monserrat, entre las calles Alsina y Santiago del Estero, funciona desde hace 23 años un restaurante donde cada plato guarda una historia. Allí, Liliana Helueni, cocinera y anfitriona, ofrece cocina árabe con raíces sefaradíes, heredada de su familia y enriquecida por décadas de tradición.
Liliana creció entre aromas intensos, especias exóticas y la rutina del trabajo gastronómico. Su abuelo tenía un almacén de frutas secas y especias; su padre, un restaurante donde ella pasó buena parte de su infancia. “Mi primer recuerdo es el aroma de la chaqueta de mi papá, impregnada de barat y comino. Esos olores me marcaron para siempre”, cuenta.
Después de años en el negocio familiar, decidió independizarse. Fue a comienzos de los 2000, en medio de una crisis económica que afectaba profundamente al comercio. La falta de clientes, la necesidad de autonomía y la oportunidad inesperada que le ofreció un cliente habitual la llevaron a abrir su propio espacio, esta vez junto a sus hijas.
El restaurante que lleva su nombre es cálido, sencillo y sin pretensiones. La atención es cercana, familiar, y muchos de sus comensales son clientes habituales que encuentran allí algo más que buena comida: una conexión con sus propias historias.“El mayor halago es cuando alguien me dice que un plato le recuerda a su mamá o a su abuela”, dice Liliana con emoción.
La cocina que ofrece es artesanal, lenta y cargada de significado.“Necesitamos volver a nuestras raíces, al plato hecho con las manos y con tiempo. No podés apurar una receta que lleva historia”, explica.
La carta incluye clásicos como lahmayin abiertos, kibbe frito, boios, falafel, hummus, muarrak y sembusak, entre muchas otras opciones. Cada preparación es una invitación a compartir, a detenerse, a reconectar.
Su historia personal también se resume en un plato: el lahmayin.“Me recuerda los domingos en el negocio de mi papá, el frenesí, los tachos de carne vacíos. Una vez una empleada me armó uno con lo último del jugo que quedaba... y fue el mejor que probé. Desde entonces, siempre me sale bien. Es mi plato, el que me representa”, asegura.
Hoy, Liliana Helueni es mucho más que una cocinera. Es una transmisora de cultura, una guardiana de recetas ancestrales y una mujer que, a fuerza de trabajo y pasión, convirtió la cocina en un acto de amor y memoria.
at redacción Marie Claire
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