En algún punto de los últimos diez años dejé de recordar teléfonos. Abandoné, primero, el esfuerzo de memorizarlos y, con el tiempo, también olvidé los pocos que todavía retenía. Luego, dejé de recordar cumpleaños, compromisos, listas, direcciones, mis propios dichos. Ahora, como Nora Ephron, no me acuerdo de nada: no es que lo necesite. Tengo el celular siempre en la punta de los dedos. Lo consulto a cada rato y recuerda por mí, busca por mí, decide por mí.
Cuando estaba en la universidad estudiando negocios tuve, como parte de un grupo de materias de cultura general, un curso de neurociencias. Leímos a Sacks, a Kahneman y algunos papers. En uno de ellos, The extended mind, publicado en 1998 en la revista Analysis por Andy Clark y David Chalmers, descubrí por primera vez la idea de una mente extendida, o bien de la posibilidad de que los procesos cognitivos se extiendan más allá de nuestros cuerpos, cerebros hacia el ambiente. Según Clark y Chalmers, la mente abarcaría todo aquello que forma parte de nuestra cognición, sea una cuaderno, un smartphone o un implante neuronal.
“La posibilidad de ser otro, característica principal del cuerpo futuro, está casi al alcance de la mano: queda en uno decidir si esta libertad será una aliada o una prisión”.
Una nueva concepción
A partir de ese momento, mi idea del cuerpo cambió. Los límites entre naturaleza y cultura, entre biológico y sintético comenzaron a desvanecerse. El futuro empezó a verse, para mí, como una novela, una película de ciencia ficción: existencias post y transhumanas, un mundo de cyborgs compuestos por materia orgánica y dispositivos cibernéticos y, con ello, nuevas bellezas, nuevos géneros, nuevos artefactos de control.
Dice Donna Haraway en su Manifiesto para cyborgs, un ensayo feminista de 1983 en el que plantea una existencia no dual en cuanto a “yo/otro, mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer”, que “los cuerpos son mapas de poder e identidad”. Pocos años después, Barbara Kruger, aquella artista estadounidense cuyo lenguaje de letras blancas sobre fondo rojo fue apropiado por la firma de Supreme, diseñaría para la Women’s March on Washington, una protesta de 1989 contra leyes anti-aborto de la era post Roe v. Wade –sentencia anulada en 2022–, un poster en el que, sobre la imagen de un rostro de mujer en blanco y negro fragmentado, desencarnado, escribiría “Tu cuerpo es un campo de batalla”.
Pensar en los cuerpos del futuro implica considerar no sólo las transformaciones físicas involuntarias causadas por aspectos climáticos, habitudinales –circulan en Internet renders de humanos del año 3000 deformados por las posturas frente a la computadora, el uso de celulares–; sino también en cuerpos cuyas fronteras son cada vez más difusas y cuyas lógicas de dominación –el gobierno de los cuerpos y de las mentes del que habla Michel Foucault– son nuevas y más profundas.

Sin límites, ni certezas
De la mano de los avances técnicos y científicos, la hibridación biológica-sintética plantea, entonces, la posibilidad de una transformación total. Por un lado, profunda, esencial, imperativa y en busca de definición: ¿qué es lo humano cuando los límites se desdibujan? Los cuerpos pueden volverse fantásticos, monstruosos, conceptuales, intangibles.
Artistas contemporáneas como la china Cao Fei, cuya obra Oz (2022), un avatar digital “con tentáculos biónicos y una apariencia de género neutro” que invita a imaginar “relaciones entre especies que dan lugar a seres híbridos más allá de las identidades binarias, sobre todo en lo que respecta a las relaciones entre la naturaleza y la cultura, y el hombre y la máquina”, estuvo en exhibición en su muestra individual en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires entre noviembre y febrero 2024-25, o la argentina Trinidad Metz Brea, que se alimenta del mundo orgánico, digital y ficcional para construir criaturas mestizas, no binarias, proponen este tipo de miradas sobre los cuerpos del futuro que se muestran posteriores a toda etiqueta y a cualquier era.
Por otro lado, los cuerpos pueden volverse confines. En el plano de lo tangible, tal vez en oposición a la alternativa liberadora de la desdefinición, la oferta de productos y servicios para adherir al parámetro de lo ¿normal?, de lo bello, incluso para frenar el tiempo crece de manera exponencial: cirugías, intervenciones estéticas y tratamientos médicos trazan una nueva frontera de perfeccionamiento y modificación cibernética corporal.
El cuerpo, entonces, no se empuja únicamente a adoptar la dinámica de la moda, sino que deviene en el objeto mismo del ciclo de tendencias, se vuelve el sujeto de un ciclo de renovación constante –el trayecto mediático de la familia Kardashian es el mejor exponente, y altamente documentado, de este fenómeno–. Si en el pasado era el vestido el que domesticaba el cuerpo según el clima de la época; ahora lo efímero y lo deseable se manifiestan directamente sobre el organismo en un modo cada vez más acelerado.
“Si en el pasado era el vestido el que domesticaba el cuerpo según el clima de la época; ahora lo efímero y lo deseable se manifiestan directamente sobre el organismo en un modo cada vez más acelerado”.
Demasiado perfecto
La mañana posterior a los Oscars 2025 tuve una conversación con una amiga, también periodista, sobre la representación del cuerpo femenino en el evento. Hablamos de las figuras cada vez más desnudas, cada vez más delgadas de la alfombra roja, de la demanda física, psicológica de la imagen perfecta, constreñida, atemporal –la mención a la película “La sustancia” (2024) fue frecuente– y sobre qué se debe sacrificar en pos de alcanzarla –tiempo, salud, goce, dinero–. En un artículo de ese mismo día, titulado “Muchos de los vestidos de los Oscar parecían un poco demasiado perfectos”, Rachel Tashjian, crítica de moda del Washington Post, escribió lo siguiente: “Los vestidos parecían enfatizar el cuerpo como un objeto de alta costura en sí mismo: solo Dios o una máquina podrían ser responsables de una perfección semejante”.
Frente a lo espectral, a la autodeterminación del cuerpo híbrido, sintético, se impone, a la vez, una lógica productiva, despolitizante y de optimización. “El cuerpo está también directamente inmerso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata, lo cercan, lo marcan, doman”, dice Foucault en Vigilar y castigar (1989). La posibilidad de ser otro, característica principal del cuerpo futuro, está casi al alcance de la mano: queda en uno decidir si esta libertad será una aliada o una prisión.
Ilustraciones: Mila Moura.
at Paula Guardia Bourdin
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