Thursday 28 de March de 2024

SOCIEDAD | 17-07-2023 08:02

Atentado a la AMIA: tres mujeres que convirtieron el dolor en homenaje

El mayor atentado de la historia terrorista local permanece impune. Hablamos con una madre, una hija y una viuda de víctimas para saber cómo se sigue adelante, qué rol ocupan la búsqueda de justicia y la memoria y cómo se conjugan con el día a día.

La mañana del 18 de julio de 1994 un atentado voló la sede de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), en el barrio de Once, y terminó con la vida de 85 personas. Desde entonces el caso permanece impune y los familiares de las víctimas siguen un recorrido en busca de seguir viviendo mientras se exige justicia y se crea memoria. Aquí, tres historias que cuentan esas vivencias.

Sofía Kaplinsky de Guterman, Docente y escritora :“Intento crear conciencia de que esto no fue solo una institución judía, sino que nos pasó a todos.”

Andrea Judith, su única hija, tenía 28 años cuando murió en el atentado. Era maestra jardinera y había ido a la bolsa de trabajo de la mutual. 

Andrea era nuestra única hija. Era maestra jardinera y estaba buscando trabajo. Le sugerí que se anotara en la bolsa de empleos de la AMIA.  Siempre la acompañaba a todas partes y esa fue la única vez que le dije “no puedo acompañarte”, porque estaba con mucho trabajo. 

Con Andrea pasaba algo muy especial. Hacía meses que soñaba que la querían matar. Y a ella, que era un cascabel, un monumento a la vida, la veía realmente preocupada. El día previo al atentado me dijo: “volví a soñar lo mismo”. Esa noche no dormí. Estaba preocupada. No sabía, ni me imaginaba, por qué. Al otro día a la mañana la llamé a su casa para que no saliera, diciéndole que la iba a acompañar en otro momento. Pero saltaba el contestador porque ella ya había salido. Siete días después encontramos su cuerpo.

En aquel entonces cambié totalmente. Seguía dando clases, pero ya tenía otras miras en mi futuro. O más bien, no tenía otro futuro. Se me hizo que si ella no estaba yo tampoco tenía derecho a estar. Me invitaron a la primera reunión de familiares y ahí fue el shock definitivo para mí. No sabía qué hacía entra esa gente. Sentía que no tenía que estar entre ellos. Quería negar lo que me había sucedido. 

Sofía Kaplinsky de Guterman
Amia: tres mujeres que convirtieron el dolor en homenaje

 

De regreso a casa pasé por el negocio de una señora que yo sabía que tenía cáncer. Ella  me chistó y me dijo: “pero qué aspecto que tenés, no te arreglas. Vos no estás enferma”. Le dije “no, pero no quiero vivir”. Me respondió: “es muy simple, dejá de trabajar por tu hija. Pero como era tu única hija y vos sos la única que podes hacer algo por ella, la estás matando definitivamente. Elegí lo que queres hacer”. 

Ahí me dije: “tengo que hacer algo”. No volví a mi casa. Me fui a caminar, hablándome a mí misma, preguntándome qué es lo que debería hacer. Pasé por una escuela. Entré y le conté a la directora lo que me había pasado. Estábamos a escaso un mes del atentado y ella me preguntó: “¿qué es lo que quiere?”. Le respondí: “soy docente, le prometo que no la voy a hacer quedar mal, deme un día para hablar con los chicos de los grados superiores”. Y así comencé un trabajo que hace 26 años que hago.

Yo no conocía a todas las víctimas, sus historias, vidas. Y me dije: “no puedo permitir que se hable de 85, eso es un número”. Me puse 85 víctimas sobre mis espaldas y dentro de mi corazón y las vivo presentando. Voy a todos lados, desde las escuelas de los pueblitos, dónde me preguntan por qué voy a hablarles si allí no pasó nada. Les hago ver que sí les pasó, que son argentinos. Creando la conciencia de que esto no fue solo una institución judía, sino que nos pasó a todos. Ese es mi trabajo. Voy sembrando memoria.

Gabriela Rodríguez. “No tiene sentido vivir en una dinámica que deja causas terribles como esta, impunes”.

Tenía ocho meses cuando en el atentado perdió a su mamá, Silvana Alguea de Rodríguez, que trabajaba en la sede de la AMIA.

Cuando se acerca julio, algo dentro mío se agudiza. Me pongo más sensible, todo me cuesta más. En general doy todo por transmitir la luz con la que pienso a mi mamá. Contaría todo lo que la admiro, su vida, pero hoy me siento diferente. Elijo exhibir mi tristeza, porque aprendí que también es parte. Hace unos días empezó a llover y no me había dado cuenta. Sonó un trueno y pensé que era otra bomba. En 2020. En cuarentena. Rídiculo, como suena. Ridículo como hubiera sonado ese día, si hubiera sido mentira.

Un mes atrás hubo una explosión en una perfumería. Prendí el noticiero para ver las imágenes y me acordé de la explosión en AMIA. ¿Cuál es el punto medio entre disfrutar de la vida al máximo, a pesar de todo, y no olvidarme de que mataron a mi mamá en un atentado terrorista? Particularmente yo, exijo justicia porque considero que es lo mínimo que como sociedad necesitamos. No tiene sentido vivir en una dinámica que deja causas terribles como esta, impunes. Donde la justicia no funciona, pareciera estar rota. Da vergüenza.

Gabriela Rodríguez
Amia: tres mujeres que convirtieron el dolor en homenaje

 

Ruego justicia porque quiero un país donde cada acto tenga su consecuencia. Justicia por cada hecho impune acá y en el mundo. Deseo con toda mi alma que nadie más tenga que pasar por esto.
Viví años naturalizando frases y neutralizando su significado. “Tu mamá no se murió, la mataron”, “explotó una bomba”, “mi mamá no va a volver”. Levantando una barrera de autodefensa, comprendiendo muy de a poco lo que cada frase significaba. Algunas no las termino de asimilar hasta el día de hoy. Sé lo que significan, simplemente no logro asimilarlo.

Siento que mi mamá me guía en algunos momentos de mi vida y cada vez se me hace más difícil negar esa rarísima sensación de que está conmigo. Luchaba contra eso porque creía que era un consuelo inútil. Esa bomba nos truncó la vida.
Agradezco el abrazo que nace al escucharme y la empatía, pero me genera impotencia, y me hace sentir que no logro expresarme si cuando leés esto, por dentro lo único que pensás es “pobre chica”. Yo no puedo olvidar.

Haber vivido 26 años sin mi mamá me impide hacerlo. Pero a vos, que lees esto, y tenés la opción de mirar para otro lado y seguir con tu día, de pensar que es algo que me pasó a mí o a “la comunidad judía”, entiendo completamente la tentación de mirarlo desde afuera, de “compadecerte”, de creer que esto no te toca, pero quiero pedirte algo: elegí recordar conmigo. Involucrate. Recordemos juntos. Esto no quedó atrás. Sigue de por vida y es responsabilidad de cada uno, el no dejar que muera en el olvido. Recordar para no permitir que se repita y para seguir exigiendo justicia.

Diana Wassner Malamud, Psicóloga “La búsqueda de justicia fue parte de mi nueva vida.”

En el atentado murió su esposo, Andrés Malamud, de 37 años. Era el arquitecto que llevaba adelante la reforma del edificio de la AMIA.  

Hasta el lunes 18 de julio de 1994 mi vida era, según yo, entre comillas, común, normal, usual. Estaba casada con Andrés, teníamos una familia divina, con dos hijas, una que en ese momento tenía cinco años y otra de dos, y un montón de proyectos. Trabajábamos, vivíamos al día, vacacionábamos, ibamos todos los fines de semana a El Tigre. Atravesábamos la vida como ligeros, sin demasiadas preocupaciones.

Antes de eso yo había tenido una vida complicada. Me habia ido del país por diferentes circunstancias. Una vez que volví a la Argentina a pasear, lo conocí a Andrés a los dos días de llegar y me quedé. Pensé que a partir de ese momento la vida iba a ser estupenda, como era la de todo el otro mundo, que siempre me había dado un poco de envidia. Y bueno, después apareció el 18 de julio, lamentablemente. El cuerpo de Andrés lo sacaron de los escombros el viernes 22 a la noche. Los primeros días fueron de shock absoluto e incertidumbre total, yo ya lo últimos días no tenía esperanzas de que apareciese con vida. Tenía clarísimo que estaba muerto. 

Diana Wassner Malamud
Amia: tres mujeres que convirtieron el dolor en homenaje

En la semana del atentado, vino mi familia, que vive en México. Mí mamá se quedó conmigo un tiempo, después una amiga, y volvió a venir mi mamá. Después me fui con las nenas a México, todo el verano. Cuando volvimos, a fines de febrero, nos encontramos las tres en la nueva vida que iba a venir. Una vida ni de vacaciones, ni de visitas, ni de nada. Era la vida que teníamos que atravesar, pero el problema era que no era la vida soñada, pensada, ni querida siquiera. 
La búsqueda de justicia fue parte de la nueva vida.

Era como algo que estaba dentro mío esa característica de lucha, de no dejar pasar las cosas. Pero más allá de eso sentía como una obligación, como algo que me decía que no le podían robar la vida a uno de esa manera y que todo quede impune. Me parecía que el nivel de injusticia e impunidad tenía que tener un límite. Lamentablemente no lo tuvo. Aún después de tantos años de lucha. Es un espanto que en este país pasen esas cosas. 

La sensación mía era “¿qué hago con esto?” y me salió eso. Más allá de que a veces siento cansancio y digo, “bueno, basta, hasta dónde” y más allá de todos los interrogantes, las dudas, creo que fue como de alguna manera un eje que tuvo mi vida. Y también la decisión atravesada de querer vivir bien. De que mi vida no iba a ser una porquería porque eso había pasado, que yo iba a tener una buena vida de todos modos y mis hijas también, por supuesto. En base a eso fue como traté de salir. 

at Cecilia Devanna

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