En un ecosistema digital saturado de influencers de lifestyle, moda y recetas, Sol Ferreyra más conocida como Sol Despeinada irrumpe con una propuesta tan disruptiva como necesaria: hablar de salud sexual, feminismo y derechos reproductivos con humor, rigor científico y una estética que desafía los moldes tradicionales de la medicina. Médica, docente universitaria y comunicadora, Sol se convirtió en una de las voces más influyentes de la salud pública en redes sociales, con una comunidad que supera el medio millón de seguidores en Instagram.
Graduada de la Facultad de Medicina de la UBA, Sol comenzó su carrera como médica, pero entendió que su vocación iba más allá del consultorio. “La medicina no puede seguir hablando en difícil”, repite en entrevistas y posteos. Su cuenta @sol_despeinada nació como un espacio de catarsis y divulgación, donde las publicaciones sobre métodos anticonceptivos, infecciones de transmisión sexual o sobre el aborto legal conviven con memes, sarcasmo y referencias pop.
“Yo no adhiero a la forma tradicional y conservadora de ejercer la medicina, donde se establece una asimetría de poder que históricamente ha sido un clásico en la consulta médica. Esa lógica en la que el médico, desde su saber, determina si tus conductas están bien o mal. Quizás hace 50 años existía un consenso social que validaba ese modelo. Pero hoy, con el impacto de las redes sociales y una mayor conciencia colectiva, ese consenso ya no está más”
Su estilo directo, inclusivo y sin eufemismos la convirtió en referente de una nueva generación de profesionales de la salud que entienden que comunicar también es cuidar. “No hay salud sin educación sexual integral”, afirma, y lo demuestra con cada video, reel o hilo de Twitter donde desarma mitos, responde dudas y visibiliza desigualdades.
Sol no esquiva los temas incómodos. Desde su canal de YouTube y sus redes, aborda cuestiones como el uso medicinal del cannabis, el consentimiento, la violencia obstétrica o el placer femenino. Todo con una perspectiva feminista interseccional que interpela tanto a adolescentes como a profesionales de la salud.

¿Qué lugar ocupan hoy las mujeres en especialidades históricamente masculinizadas como la cirugía, y qué barreras siguen existiendo aunque no estén formalmente escritas?
-Cualquier médico, independientemente de su orientación sexual o género, puede ejercer cualquier especialidad, siempre y cuando cuente con la formación adecuada. No hay ninguna norma escrita que lo impida, pero durante muchos años existieron barreras implícitas que dificultaron el acceso de las mujeres a ciertas especialidades. En áreas como cirugía, cirugía cardiovascular o traumatología, era muy raro ver mujeres. No estaba prohibido, pero bastaba con mirar las residencias para notar su ausencia.
Hace apenas cuatro años conocí a la primera mujer que hizo la residencia en cirugía cardiovascular en el Hospital Fernández. Me costaba creerlo. Pensaba: ‘No puede ser, no puede ser’, y sin embargo, era cierto.
En los hospitales hay muchas denuncias por situaciones de abuso, violencia y falta de paridad hacia las mujeres. Las relaciones de poder que vemos en la sociedad también se reproducen en estos microecosistemas. El mundo de la medicina tiene su propio microsistema, donde estas formas de violencia se replican con frecuencia.
-¿Cómo ves el equilibrio entre el derecho a la objeción de conciencia de los médicos y el derecho de los pacientes a acceder a prácticas médicas garantizadas por ley?
-El derecho a la objeción de conciencia debe ser respetado. Creo que no todos los médicos están obligados a realizar prácticas que entran en conflicto con sus creencias religiosas o personales, y la ley contempla esa posibilidad. Me parece legítimo que quien lo necesite pueda hacer uso de ese derecho, y lo comparto plenamente.
Ahora bien, así como el médico tiene derecho a negarse, el paciente también tiene derecho a acceder a la práctica médica, tal como lo establece la ley. Celebro que los profesionales puedan expresar su voluntad, pero también creo que hay quienes sobreponen sus creencias personales como si fueran una verdad colectiva. Militan desde un lugar que dice: ‘Como yo no quiero hacerlo, nadie debería poder hacerlo’. Y la verdad es que no funciona así.”
-¿Qué opinás sobre el uso político de las estadísticas de fecundidad en relación con la interrupción voluntaria del embarazo?
-En torno a la práctica de la interrupción del embarazo, hay mucha preocupación por los números, pero se los suele mezclar con las cifras de la tasa de fecundidad en Argentina, que viene en descenso desde hace tiempo. Se intenta instalar la idea de que esa baja está directamente relacionada con el aborto, lo cual no tiene mucho sentido y resulta bastante ingenuo. En realidad, hay una intención política de sacar conclusiones simplistas (casi una regla de tres) que desvían la atención de otras responsabilidades estatales.
Se omite hablar del acceso a la vivienda, del aumento de la canasta básica, de las condiciones laborales, de la clase social. No se contempla que muchas personas hoy pueden planificar su maternidad o paternidad, y que existen otras formas de formar una familia, como la inseminación asistida o la adopción. Entonces, la pregunta es: ¿les preocupa realmente la familia, o simplemente que haya más embarazadas?”
Accedé a los beneficios para suscriptores
- Contenidos exclusivos
- Sorteos
- Descuentos en publicaciones
- Participación en los eventos organizados por Editorial Perfil.

Comentarios