El relevo creativo en Loewe era uno de los acontecimientos más esperados de la Semana de la Moda de París. Tras la salida de Jonathan Anderson -quien partió hacia Dior en marzo de este año-, la casa española presentó su primera colección bajo la dirección de los diseñadores estadounidenses Jack McCollough y Lázaro Hernández, fundadores de Proenza Schouler. El dúo, con más de dos décadas de trayectoria en la moda neoyorquina, asume la dirección de una de las firmas más influyentes del lujo global.
Su llegada no es un movimiento menor. McCollough y Hernández, que se conocieron en la Parsons School of Design y lanzaron Proenza Schouler en 2002, consolidaron un estilo que supo equilibrar el minimalismo contemporáneo con un aire cool, conceptual y muy ligado al arte. En 20 años construyeron un sello propio, respaldado por tres premios CFDA y por una red de musas que va de Natasha Lyonne a Chloë Sevigny. Su independencia, sin embargo, también limitó el alcance de la marca frente a los gigantes del lujo. Ahora, con Loewe, tienen el desafío de trasladar su lenguaje a un escenario mayor, y de dialogar con la herencia que Anderson convirtió en fenómeno cultural.

Una puesta en escena cargada de referencias
El debut se celebró en un espacio que ya marcaba un cambio de tono: una residencia universitaria transformada en pasarela, donde las paredes exhibían obras del artista Ellsworth Kelly. En primera fila, la presencia de personajes como Pedro Almodóvar confirmaba la intersección entre moda, arte y cine que Loewe ha cultivado en la última década.
La pasarela también mostró un humor inesperado: vestidos que imitaban toallas enrolladas, zapatos transparentes con calcetines de color, o medias bicolor que parecían jugar con la percepción del espectador. Todo esto reforzaba la idea de que la propuesta no era solemne ni intimidante, sino consciente de que la moda también puede ser un gesto lúdico.

Claves del desfile Loewe primavera-verano 2026
Protagonismo del color
Si Proenza Schouler había virado en sus últimos años hacia el minimalismo, en Loewe el dúo apostó por una paleta vibrante. Amarillos intensos, naranjas saturados y rojos encendidos convivieron con neutros estratégicos. El “amarillo pollito” dominó varias salidas, desde abrigos estructurados hasta vestidos micro de textura escultural. Esta declaración cromática marcó distancia con la sobriedad reciente de su propia marca y abrió un nuevo camino para Loewe.

Rayas y estructuras gráficas
Las rayas fueron uno de los hilos conductores: en microvestidos, en camisas alargadas que asomaban bajo shorts y en vestidos voluminosos con escotes escultóricos. Su uso no fue decorativo, sino arquitectónico: cada línea ayudaba a moldear siluetas y a crear ritmo visual en la pasarela.

El cuero como lenguaje común
En chaquetas negras, azules y naranjas, en pantalones de acabado corrugado y en bolsos de texturas experimentales, el cuero reafirmó su lugar como ADN de Loewe. McCollough y Hernández hablaron este “idioma” con fluidez, pero lo reinterpretaron desde la estructura y el contraste, más cercano a la precisión neoyorquina que a la suavidad artesanal con la que Anderson lo había explorado.
Accesorios con vocación de deseo
Los bolsos confirmaron que la dupla entiende el peso comercial de Loewe. Circular, rígido y texturizado, uno de los nuevos modelos que captó miradas desde la primera salida. También hubo carteras geométricas con relieves experimentales y zapatos transparentes. Todo pensado para alimentar la conversación viral y, al mismo tiempo, conquistar al cliente.

El guiño irónico con el “towel dress”
Uno de los momentos más comentados fue el vestido que simulaba una toalla enrollada al cuerpo, realizado con tecnología 3D. En él se condensa la actitud de este debut: un equilibrio entre lo sofisticado y lo desenfadado, entre la alta moda y la ironía pop que conecta con un público global.
El arte como catalizador
La inclusión de Ellsworth Kelly en el montaje no fue un mero decorado. Sus colores planos y formas puras dialogaron con los bloques cromáticos de la colección y reforzaron la tradición de Loewe de vincularse con el arte contemporáneo.

Un nuevo capítulo para Loewe
El debut de Jack McCollough y Lázaro Hernández no pretendió borrar lo inmediato, pero tampoco se limitó a repetirlo. La colección habló de color, estructura y materiales con un tono propio, más gráfico y directo, sin perder la sofisticación. Fue un gesto de confianza: no necesitan gestos estridentes para marcar el inicio de su etapa.
En el horizonte queda la gran pregunta: ¿lograrán convertir esta visión en un lenguaje sostenido, capaz de ampliar el alcance de Loewe sin diluir su identidad? Si algo demostró este primer capítulo es que saben navegar entre el legado y la innovación, entre el rigor y el juego. Y que, con ellos, Loewe entra en una fase donde el lujo español se mira en clave global, con acento neoyorquino, pero raíces firmes en Madrid.
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