Saturday 20 de December de 2025

MODA | 02-09-2025 08:02

Ese beso memorable entre Lady Diana y Carolina de Mónaco que volvió invisible (más que nunca) al príncipe Carlos

Francia, fines de los 80: dos mujeres, íconos absolutos, se encuentran; un saludo se convierte en mito y las crónicas de las cortes europeas se encienden con un instante irrepetible (que el rey Carlos nunca olvidó…).

¿Puede un saludo de apenas unos segundos, con un beso en la mejilla que no es más que un gesto de cortesía, convertirse para siempre en un mito absoluto, más allá del protocolo y de la crónica? Si ese saludo es entre Lady Diana y Carolina de Mónaco, la respuesta solo puede ser sí. Y otra vez sí. Y una vez más, sí.

Dos reinas sin corona, dos diosas de fines de los años 80, fotografiadas en el Château de Chambord en una velada que superó los límites del tiempo y de la memoria. Es el 9 de noviembre de 1988: Francia recibe en visita oficial al entonces príncipe Carlos junto a Diana, princesa de Gales. Las salas del castillo, iluminadas por cristales y candelabros, se llenan de rostros aristocráticos, flashes y terciopelos. Pero todo eso queda en un segundo plano cuando la luz se concentra en dos mujeres que, ya divinas por separado, juntas alcanzan una dimensión prácticamente extraterrena: Diana Spencer y Carolina Grimaldi.

 

Carolina de Mónaco

 

Lady Diana aparece como esculpida en luz. Viste un largo vestido blanco de Catherine Walker, bordado con perlas diminutas que parecen gotas de hielo. El corte, afilado, se asemeja a un albornoz de alta costura entallado, con mangas que dibujan una coraza de incrustaciones y hombros ligeramente pronunciados, listos para sostener el peso de un mito. En los lóbulos, aros chandelier de perlas y diamantes, una herencia preciosa que hoy también brilla en los looks de Kate Middleton. Su pelo rubio dorado, corto, con efecto laca y cepillo, era el peinado más imitado del planeta.

Frente a ella, Carolina de Mónaco no se opaca, sino que redobla su aura. Regia en un vestido de terciopelo negro bordado en dorado, como una tabla de oro líquido, acompañado de pendientes chandelier de metal cincelado que terminan en dos perlas negras. Un contrapeso perfecto a la luz de Diana: el claroscuro absoluto. Su cabello castaño oscuro, recogido en un chignon bajo y sujetado con una cinta de seda negra como el caviar, evoca a las damas francesas de la corte.

 

Carolina de Mónaco

 

El fotógrafo Georges De Keerle captura el instante en que las dos mujeres se saludan. Una mejilla roza a la otra. Los labios quedan suspendidos. Es un beso ceremonial, claro, pero parece un sello que consagra a dos reinas. El traspaso de una corona invisible es la revelación de que sí, estas dos estrellas pertenecen a la misma constelación, brillando y encandilando con igual intensidad, como si fueran hermanas.

A su lado está el príncipe Carlos. Pero el heredero al trono aparece como una sombra amable. Un actor secundario eclipsado por la magnificencia femenina que lo rodea. A pesar de la flor roja en el ojal, a pesar de la sonrisa de protocolo, las miradas se dirigen hacia otro lado: hacia Lady Diana, que resplandece. Hacia Carolina de Mónaco, que sostiene la mirada. Hacia ese contacto que vale por un tratado entero de diplomacia estética.

Estas fotos de Lady Diana y Carolina de Mónaco juntas quedaron grabadas en la memoria colectiva. Recortadas en revistas. Guardadas en los archivos reales. Y sin embargo, al mirarlas hoy, conservan un poder que va más allá de la crónica o la moda. Son la prueba de que la belleza puede ser un lenguaje político, de que la alta costura puede tender puentes, de que dos mujeres de sangre azul pueden dejar una huella más fuerte que toda una sala colmada de formalidades.

En esas imágenes, Lady Diana y Carolina de Mónaco hicieron eterna una noche de noviembre. La luz blanca contra el terciopelo negro. Las perlas claras frente a las oscuras. La espontaneidad británica junto a la disciplina monegasca. Dos estilos, dos mundos, dos reinas de hecho. Y hoy, al volver a ver ese saludo, solo podemos pensar que hay encuentros tan magnéticos y poderosos que no pertenecen a una época, sino que son universales y atemporales.

 

Este artículo se publicó originalmente en MC Italia.

 

at redacción Marie Claire

Galería de imágenes

Accedé a los beneficios para suscriptores

  • Contenidos exclusivos
  • Sorteos
  • Descuentos en publicaciones
  • Participación en los eventos organizados por Editorial Perfil.

En esta Nota

Comentarios