Hace cinco años, Hillary Taymour, fundadora de una de las marcas independientes más comentadas de Nueva York, Collina Strada, estaba entrevistándose para un nuevo trabajo. Se había abierto un puesto de directora creativa en una marca europea de lujo femenino, y si lograba conseguirlo, pasaría de vestir a una clientela fiel en Estados Unidos a diseñar para millones de mujeres en todo el mundo.
Después de ocho meses de entrevistas con ejecutivos y responsables de RR.HH., Taymour, graduada de SCAD, estaba convencida de que el puesto era suyo. Incluso empezó a hacer las valijas, entregó su departamento en Manhattan y planificó su look para el primer día como líder de una histórica casa de moda.

Pero la llamada final fue un baldazo de agua fría: habían elegido a un diseñador hombre. Taymour quedó devastada, aunque no sorprendida. Hasta hoy, se presentó como candidata a la dirección creativa de siete marcas de lujo femeninas más. Todas, salvo una, quedaron en manos de varones. “La falta de mujeres a quienes se les dé la oportunidad de vestir a mujeres es escandalosa”, dice, resignada, en una charla por Zoom en junio.
Su historia expone un problema mayor: los codiciados puestos de dirección creativa en moda femenina de lujo —los que diseñan colecciones de pasarela y marcan tendencias que después se filtran a la moda masiva— siguen estando en su mayoría en manos de hombres. Aunque el lujo se construye en torno a lo que las mujeres quieren vestir, pocas veces ellas tienen voz sobre lo que realmente es.
En los últimos años, las grandes casas de moda jugaron a lo que la prensa especializada llama “la silla musical de directores creativos”: Alessandro Michele dejó Gucci y hoy está en Valentino; Pierpaolo Piccioli pasó de Valentino a Balenciaga; Demna Gvasalia dejó Balenciaga y tomó el mando en Gucci, tras la breve gestión de Sabato De Sarno.

Entretenido, sí. Diverso, no tanto. Dos de las pocas mujeres que lideraban casas históricas, Maria Grazia Chiuri en Dior y Virginie Viard en Chanel, fueron reemplazadas por Jonathan Anderson y Mathieu Blazy, respectivamente. Algunas diseñadoras empiezan a abrirse paso —Rachel Scott en Proenza Schouler, Meryll Rogge en Marni—, pero la desigualdad es evidente: hoy, solo 10 de 33 direcciones creativas de marcas de lujo femenino están en manos de mujeres, y apenas dos de ellas son mujeres de color. En 2025, la estadística es tan baja como en la época de Coco Chanel.
No se trata de que ser mujer sea requisito para diseñar ropa femenina. Hay grandes diseñadores hombres que han creado piezas memorables y funcionales. Pero la falta de mujeres al frente revela un problema más profundo.
Candidatas capacitadas no faltan. Diseñadoras como Grace Wales Bonner, Martine Rose o Simone Rocha reciben becas millonarias y premios como el LVMH Prize. Hillary Taymour misma multiplicó año a año las ventas de su marca desde 2009. Sin embargo, el techo de cristal persiste: las mujeres son aplaudidas, pero pocas veces promovidas.
La consultora McKinsey lo confirmó en su Women in the Workplace 2024: las mujeres tienen muchas menos chances de ascender, sin importar su desempeño. Ese “escalón roto” en la escalera corporativa congela carreras.

Para Mimma Viglezio, ex vicepresidenta global de comunicaciones en Gucci, el sesgo está naturalizado: “Nadie en un directorio dice abiertamente ‘no queremos mujeres’. Pero muchos ejecutivos varones siguen viendo a una mujer al frente como un riesgo”, asegura. Y recuerda una frase brutal de un CEO de joyería de lujo: “El problema de contratar mujeres jóvenes es que se embarazan, se toman un año y yo igual tengo que pagarles”.
Lo paradójico es que esto también les juega en contra a las propias marcas. El mercado global de indumentaria femenina alcanzará un billón de dólares en 2027, frente a 639 mil millones del masculino. Además, el 80% del consumo lo deciden mujeres, que suelen priorizar a marcas donde se ven representadas. Bajo la dirección de Chiuri, Dior multiplicó sus ventas de €2.700 millones en 2018 a más de €9.000 millones en 2023.
Lo mismo se refleja en fenómenos como The Row, liderada por las gemelas Olsen, que alcanzó un valor de mil millones de dólares en 2024, o en el furor por piezas diseñadas por Phoebe Philo, aún años después de su salida de Céline. Las diseñadoras entienden en carne propia lo que significa vestirse cada día: saben por qué un bolsillo demasiado chico frustra, por qué un blazer amplio salva una jornada de 12 horas, o cómo un detalle de confección puede transformar comodidad en poder.
Frente al portazo de las grandes casas, muchas optaron por crear su propio camino: desde Rocha y Sandy Liang con colecciones independientes hasta Philo con su firma homónima que se agota en minutos. El mercado demostró que el éxito no depende de los conglomerados, aunque su apoyo sigue significando legitimidad.
Al cierre de la entrevista, Taymour esperaba respuesta de otra búsqueda. Un mes después supo que no la habían elegido, pero al menos la marca contrató a otra mujer. Fue otra decepción, pero con un pequeño alivio.
Este artículo se publicó originalmente en MC US.
at redacción Marie Claire
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