El desfile más esperado de la temporada dejó por el suelo todas las expectativas y le robó una sonrisa hasta al editor más conservador. El tan anticipado debut de Matthieu Blazy en Chanel fue un flechazo al corazón: una colección construida sobre el amor. Ese mismo romance —entre Coco Chanel y Boy Capel— que dio origen a la Maison se reflejó anoche en piezas con terminaciones deshilachadas y bolsos abollados, símbolos del uso y del cariño que les damos a las prendas que realmente amamos.
Dicen que lo bueno se hace esperar. Los códigos de la casa Chanel fueron pensados y repensados durante más de un año y medio, un plazo poco común en una industria donde la velocidad suele ser ley.

El Grand Palais de París se convirtió, literalmente, en el universo Chanel: un viaje al futuro que partió desde el pasado. Un planetario impactante, tan logrado como aquellas escenografías monumentales con las que Karl Lagerfeld solía deslumbrar al público. Desde la primera impresión, el mensaje fue claro: la mujer Chanel está por encima de toda cultura, raza o religión, porque el código Chanel es universal.
Incluso la primera fila desafió lo tradicional. Personalidades como Jeff Bezos y la boxeadora argelina Imane Khelif compartieron espacio con embajadoras fieles como Penélope Cruz, Nicole Kidman (que acaba de reestrenar ese título), Marion Cotillard y Margot Robbie.

Un amor que se viste de futuro
El desfile abrió con un traje sastre que remite al ADN más profundo de su fundadora: aquella Cocó que, durante la guerra, liberó a las mujeres del corset y las animó a usar pantalones. La silueta, ochentosa y sin ostentación, marcó el pulso de toda la colección: joven, dinámica y llena de movimiento.
La nueva era de Chanel respira aire fresco extraído del pasado. Siluetas que liberan, colores que cobran vida con cada paso, modelos que sonríen mientras desfilan. Sobre la pasarela, la historia se movía al ritmo de las estrellas que se encendían bajo el techo cristalino del Grand Palais.

En palabras de Coco: “La moda es un universo de fantasía en el que refugiarse en tiempos hostiles.” Matthieu Blazy parece haber tomado esa frase como punto de partida para invitarnos a un nuevo universo: un Chanel más libre, más humano y más alegre.
La revolución de los códigos
La colección fusiona camisas masculinas con faldas de día, de noche y de gala, creando una propuesta genderless que celebra la fluidez. Texturas y flecos acompañan el movimiento de una mujer liviana, pero imposible de pasar desapercibida. En su búsqueda de comodidad, Blazy reemplaza las clásicas cadenas de los bolsos por asas más confortables, y juega con contrastes entre feminidad y masculinidad también en el calzado.

Los estampados se animan a un juego irreverente de guilty pleasures, con guiños al animal print. El mítico bolso 2.55 se relaja y se descontractura, abriendo paso a una nueva era para los coleccionistas: clutches en forma de globo terráqueo o huevo (símbolos de renacimiento) y el divertido bolso Nemo, que consolida la irrupción del naranja, un tono inusual en la historia reciente de la Maison.
Matthieu también reinterpreta los códigos icónicos: lleva el tweed al formato print, transforma la chaqueta Chanel en una bomber redondeada y desalineada, y plasma alegría no solo en la paleta de color, sino en el gesto mismo de sus diseños.

Un renacer para la historia
Valió la pena la espera. Los nuevos aires de Chanel son, sin duda, el renacimiento que la industria necesitaba. El llamado “Chanel Day”, como lo bautizaron las redes, ya se consagra como un hito que remite a aquel legendario debut de Karl.
¿Se quedará Matthieu Blazy en Chanel hasta el final de sus días? Cuesta imaginar una historia de amor más genuina: la de un diseñador que entiende que la moda, cuando se hace con emoción, puede volver a enamorarnos una y otra vez.
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