Antes de que la moda hablara de cool, effortless o natural chic, Brigitte Bardot ya encarnaba todo eso sin proponérselo. Su estilo no nació en las pasarelas, sino en la vida real: en la playa de Saint-Tropez, en los rodajes, en su forma de moverse y de habitar su cuerpo. Bardot no seguía tendencias, las generaba.

La sensualidad sin artificio
Bardot redefinió la idea de sensualidad femenina alejándola del glamour rígido de Hollywood. Vestidos simples, telas livianas, escotes naturales y una actitud despreocupada marcaron una nueva manera de mostrarse mujer: libre, espontánea, dueña de su deseo.

El uniforme Bardot
Faldas con vuelo, vestidos vichy, ballerinas, pantalones capri, camisas anudadas, sweaters caídos y jeans usados fueron parte de un guardarropa que mezclaba inocencia y provocación. A eso se sumaron el peinado voluminoso, el delineado marcado y el flequillo desordenado, hoy clásicos absolutos.

De Saint-Tropez al mundo
Su relación con el sur de Francia convirtió a Saint-Tropez en sinónimo de verano chic. La estética playera —pies descalzos, piel al sol, vestidos livianos— se transformó en un ideal aspiracional que todavía atraviesa editoriales, colecciones y campañas.

Una influencia que no envejece
Diseñadores, casas de moda y marcas contemporáneas siguen citando a Bardot como referencia: desde el revival del escote Bardot hasta el eterno regreso del espíritu sixties. Pero más allá de las prendas, su verdadera herencia es una actitud: vestirse para una misma, no para agradar. El año pasado la firma Jacquemus hizo un desfile inspirado en ella.

El pelo Bardot: volumen, flequillo y libertad
Si su forma de vestir redefinió la feminidad, el pelo de Brigitte Bardot hizo lo mismo con la belleza. En los años 60, cuando los peinados rígidos y perfectamente estructurados dominaban la escena, Bardot impuso una estética opuesta: volumen natural, movimiento y cierto desorden calculado.

Su flequillo largo, abierto y apenas despeinado se volvió una marca registrada —todavía hoy uno de los cortes más pedidos en peluquerías—, mientras que los recogidos altos, sueltos y con mechones cayendo alrededor del rostro rompían con la idea de prolijidad como sinónimo de elegancia. El famoso beehive de Bardot no buscaba perfección: buscaba actitud.

Más que un corte o un peinado, Bardot instaló una idea que sigue vigente: el pelo no tiene que estar impecable para ser bello. Tiene que acompañar el gesto, la personalidad y el movimiento. Esa naturalidad sensual, entre inocente y provocadora, terminó convirtiéndose en uno de los legados estéticos más duraderos del siglo XX.
at redacción Marie Claire
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