Hay una Charlene que muchos hoy ya casi no recuerdan, pero que quedó retratada en una foto del 2001. Pelo largo, rubio, suelto sobre los hombros. Una mirada directa, una belleza deportiva y genuina. Antes del palacio, de los roles oficiales y de las ceremonias, Charlene Wittstock era una joven atleta sudafricana, y esas imágenes son una ventana a su pasado.
En noviembre de 2001, la futura princesa de Mónaco posó para Sports Illustrated South Africa en una producción que hoy tiene sabor a tesoro. Es un retrato deportivo: con malla de pileta, en su elemento, orgullosa, fuerte, natural. Una joven mujer sumergida en su disciplina, la natación, que hasta entonces era su vida cotidiana. Hoy la vemos con cortes cortos, peinados recogidos y estilismos formales. Y sin embargo, esa foto del 2001 sigue contando una versión de ella que no se perdió.

A los doce años se mudó con su familia a Sudáfrica, donde encontró su camino en el agua. La natación pronto se volvió más que una pasión: en 1997 arrasó en los campeonatos nacionales sudafricanos, ganando varias medallas y siendo elegida la Mejor Nadadora del Año. Tres años después, se puso la gorra olímpica y representó a Sudáfrica en los Juegos de Sídney. En las tribunas, entre tantos, estaba el príncipe Alberto de Mónaco. Pero su primer encuentro oficial fue unos meses más tarde, en el Principado, durante una competencia internacional. El casamiento llegó en 2011 y, en 2014, el nacimiento de los mellizos Jacques y Gabriella.

De atleta a princesa, también su estilo fue cambiando: el pelo se acortó, las líneas se volvieron más definidas, el rubio se transformó en tonos fríos y sofisticados. El maquillaje también evolucionó: aunque las royals suelen optar por colores neutros, la princesa consorte se distingue con labiales vibrantes capaces de iluminarle el rostro y darle frescura. Y sin embargo, esa foto del 2001, en traje de baño deportivo y con el pelo recién mojado, sigue intacta en su fuerza.
Este artículo se publicó originalmente en MC Italy.
at redacción Marie Claire
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