Hace algunas semanas, una joven fue al hospital porque le dolía el abdomen. Llevaba 38 semanas de gestación (9 meses) y parió un nene de 2 kilos, pero no sabía que estaba embarazada. “Cuando le pregunté cómo se iba a llamar el bebé, me dijo que no había pensado ningún nombre. Evidentemente, negó estar embarazada porque ¡no había forma de no darse cuenta!”, opina la Dra. Vanesa Ortega, tocoginecóloga que asistió a ese particular parto en el Hospital Provincial Centenario de Rosario, Santa Fe.
“Hay una imposición según la cual si tuviste a un bebé en la panza, lo tenés que amar porque es tu hijo y es tu panza. Y eso no siempre sucede.”
No es la primera vez que en un hospital aparece un caso de este estilo. “En los controles prenatales hay mujeres que están desconectadas de sus embarazos. Es desgarrador, pero sucede”, agrega la especialista, quien recuerda a algunas que, luego del parto, dejaron a sus bebés en una cuna del servicio de neonatología, se fueron y jamás regresaron. La Dra. Ortega también recuerda a la mamá de un niño que nació con labio leporino. “Cuando tuvo al bebé en brazos por primera vez, dijo: ´Sacámelo´”. Y le resulta imborrable el caso de una mujer que, después de haber dado a luz a un bebé prematuro, dejó el hospital sola y apareció recién dos meses más tarde, cuando dijo haberse arrepentido del abandono.
Estas y otras historias dan pie a una pregunta tan disruptiva que resulta casi impronunciable: ¿hay mujeres que se arrepienten de haber sido madres? La psicóloga Cristina Reartes asegura: “Hay que estar muy bien plantada para decir: ´Yo tuve hijos, pero no los quería tener, me arrepiento de haber engendrado´. Hay mujeres que lo dicen, sí, pero no lo hacen abiertamente porque es un tema que genera mucho rechazo. Yo tengo cantidad de pacientes analizados que fueron dejados por sus madres. Esos son hijos no asumidos.”
A PUERTAS CERRADAS
El tema puede surgir en un consultorio, pero difícilmente emerja por fuera de un ámbito “protegido” por el secreto profesional. ¿Por qué? “Porque es algo tan fuerte que no se pude decir. Hay una imposición según la cual si tuviste a un bebé en la panza, lo tenés que amar porque es tu hijo y es tu panza. Y eso no siempre sucede”, opina Rosalía Bisttaco, Licenciada en Trabajo Social que se desempeñó 11 años en un hospital público de la provincia de Santa Fe. Su trabajo permitió que bebés no deseados por sus madres biológicas pudieran ser adoptados sin que sus progenitoras tuvieran que estar en contacto con los recién nacidos. En esos casos, existen protocolos que favorecen que la madre biológica quede internada en una sala “normal” (no en maternidad) y el bebé sea llevado a neonatología inmediatamente después del parto.
“Una vez, unos chicos jovencitos de San Juan decidieron dar a su bebé en adopción. Estaban empezando sus estudios en la facultad y un embarazo no estaba en sus planes”, recuerda la trabajadora social. Su relato es parte de una realidad, la de los embarazos no deseados, tema sobre el cual las Naciones Unidas emitieron un informe este año. En Argentina, el porcentaje de nacimientos no planeados de mujeres de entre 15 y 49 años está cerca del 30 por ciento. La cifra, bastante elevada, está íntimamente relacionada con otra: sólo el 60% de las argentinas de ese rango etario utiliza algún método anticonceptivo. ¿No es entonces razonable pensar que algunos embarazos no intencionales (de mujeres que se embarazaron sin planearlo) pueden ser además no deseados y que, producidos esos nacimientos, pueden existir mujeres arrepentidas?
“Soy una madre para la que los hijos son importantes. Los quiero, leo libros, busco consejo profesional, intento hacer lo posible por darles una educación mejor y mucho amor y cariño. Pero aun así, odio ser madre”.
BAJO LA LUPA
En 2016, la socióloga israelí Orna Dornath publicó Madres Arrepentidas, un libro que reúne el testimonio de 23 mujeres que coinciden en que si pudieran volver a elegir, no serían madres. En sus páginas, se encuentran testimonios como: “Tardé mucho tiempo en poder decirlo. Pensaba que si decía algo así, la gente iba a pensar que estaba loca” y “Soy una madre para la que los hijos son importantes. Los quiero, leo libros, busco consejo profesional, intento hacer lo posible por darles una educación mejor y mucho amor y cariño. Pero aun así, odio ser madre.”
La autora, que pateó el tablero y generó un revuelo mundial, señaló que el arrepentimiento (en torno a este tema) “no está aceptado socialmente”. Su tesis de fondo es que la presión social para tener hijos es tan inmensa que, a pesar de que se supone que eligen ser madres libremente, algunas terminan arrepintiéndose.
La película, La hija oscura, estrenada en 2021 y disponible en Netflix, es otra obra que movió el avispero en la misma línea. Cuenta la historia de una mujer que se fue de su casa cuando sus hijas tenían 7 y 5 años. Las dejó con el padre y no las llamó durante años. Hay una escena en la que la protagonista (que se autodefine como “una madre antinatural”) le confiesa su abandono de hogar a una desconocida, y lo hace con cierta connotación “positiva” (describe que la experiencia “se siente increíble”). ¿Por qué resulta escalofriante ese fragmento de la película? ¿Será porque, tal como señala Reartes, es un tema tabú? ¿O será porque, como piensa Bistacco, las mujeres cargamos con una imposición social en torno a que tenemos que amar a nuestros hijos?
PASOS LENTOS
Hasta hace no muchas décadas, las mujeres no podían ni plantearse si querían ser madres. Debían serlo. “Esposa” y “madre” formaban un “combo” que se deglutía junto (porque si te casabas, “debías” tener hijos). Luego vino el feminismo y puso en cuestión al famoso “instinto materno”, afirmando que existe solo en los animales y que en los humanos “lo materno” es cultural. Ahora la maternidad es una opción para muchas mujeres, pero seguimos lidiando con discursos sociales que pesan y que lleva tiempo “desaprender”. El romanticismo de la maternidad es uno de ellos. Mientras la industria cultural (con la publicidad a la cabeza) siga mostrando sólo a “mamis” espléndidas y bebés rozagantes, como si la maternidad no tuviera matices, el panorama es complejo. Si las mujeres “no están habilitadas” socialmente (y todavía son señaladas) por manifestar que les pesan algunos aspectos de la maternidad, ¿qué margen existe para que alguna “arrepentida” exprese públicamente lo que le pasa sin que eso signifique entrar a la jaula de los leones? Si hasta hablar de libertad puede ser leído socialmente como un signo de individualismo.
“El otro día contaba en terapia de todo lo que me quitó la maternidad. A veces pienso que me hubiese gustado ser más libre… Hablo de libertad en términos de tiempo, de dinero y también de disponibilidad mental”.
“El otro día contaba en terapia de todo lo que me quitó la maternidad. A veces pienso que me hubiese gustado ser más libre… Hablo de libertad en términos de tiempo, de dinero y también de disponibilidad mental, porque tener dos hijos ocupa mi ´disco rígido mental´ todo el día, con ´tareitas´ del cole, pediatra, chats de mamis y etc. Y eso sin mencionar los 15 kilos que me clavé en los embarazos y jamás pude bajar y la culpa que me produce trabajar y estar cansada para jugar con los nenes… El deseo de independencia es complicado de blanquear.
A mi mamá, por ejemplo, no se lo puedo decir”, revela Romina R., una madre de 46 años.
Si hablar de independencia cuesta tanto, el arrepentimiento, ¿está habilitado culturalmente? ¿Será que los casos de “arrepentidas” son pocos y “raros” o será que puede haber más, pero aún la sociedad no está preparada para pensarlo?
Como buena psicóloga, Reartes cierra (no una sesión, pero sí esta nota) con un comentario para reflexionar. “Yo en vez de preguntar: “¿Te arrepentís de haber sido madre?”, diría: “En una segunda vida, ¿volverías a ser madre?”. La seguimos la próxima.
Ilustraciones: Verónica Martínez Castro
at Mariana Comolli
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