Wednesday 8 de May de 2024

SOCIEDAD | 14-02-2024 08:21

En primera persona: “La equinoterapia me permitió seguir adelante con el dolor más grande que puede tener una madre"

Natalia Espina es un ejemplo de coraje y resiliencia. Su amor por su hijo Jerónimo la llevó a transformar para siempre su lugar de origen, ampliando su mirada sobre la discapacidad y también sobre la muerte. Acá, su conmovedora historia vinculada a la equinoterapia.

"Soy nacida y criada en Jáchal, departamento y ciudad al norte de San Juan. A los 18 años, cuando terminé la escuela Secundaria, me fui a estudiar a Córdoba, donde hice la Licenciatura en Teatro en la UNC y donde trabajé muchos años, dando clases de actuación, participando de obras y fundando con otros compañeros un grupo de teatro independiente llamado El Cuenco. En fin, volcándome de lleno a esa actividad.

En el año 1993 mi vida se volvió a cruzar con la del Gringo, Leonardo Guiménez, un ex conocido de Jáchal y de a poco nuestra relación comenzó a afianzarse. Nos pusimos de novios y durante mucho tiempo mantuvimos una relación a distancia. En el 2006, me instalé nuevamente –y ya de forma definitiva- en mi pueblo. Con Leonardo nos casamos y a los tres años, en 2009, nació Jerónimo, nuestro primer y único hijo. Con él descubrimos muchísimas cosas, en especial el mundo de la discapacidad y del síndrome de Down que para nosotros era algo completamente desconocido. Al comienzo, claro, nos invadieron los miedos, el desconocimiento, la desorientación…. Recuerdo perfecto el día del parto y la increíble sensación de haber parido a mi hijo. Por encima de todo, él era eso, mi hijo.

Jerónimo me sobrepasó en amor, en bondad, en luz… En todo. Cuando con “el Gringo” decidimos arrancar con su trabajo de estimulación, nos dimos de lleno con las limitaciones de Jáchal, una ciudad chica, con muy pocos recursos y prácticamente sin ninguna opción para estimular tempranamente a un chico con Síndrome de Down. Esa herramienta valiosísima, la estimulación temprana, era algo inexistente por ese entonces en todo el departamento. 


Por eso decidimos, cuando aun tenía 6 meses de vida, llevarlo a la ciudad de San Juan para estimularlo tres veces a la semana. Cerrábamos el negocio a las 13, hacíamos los 160 km de ida para estimularlo una hora y media y a las 16 volvíamos por la misma senda para seguir con el trabajo y los asuntos de la casa. Lo cierto es que cuando nació Jerónimo yo me dediqué de lleno a su cuidado. Y esos viajes fueron una constante siempre, durante los casi 7 años de vida de Jerónimo.

Natalia Espina - Equinoterapia

Ya a partir de sus primeros meses comenzamos a ver muchísimos cambios en él. Comenzó a demostrar su enorme curiosidad y personalidad ya de muy chico. El centro de estimulación nos fue ayudando y guiando en varios aspectos. Y de manera intuitiva y natural, empezamos a acercarlo a los caballos. Lo hicimos sin saber nada de equinoterapia sino por el simple hecho de convivir todo el tiempo con caballos y otros animales. Finalmente nos fuimos informando más y gracias a ese proceso terminamos trayendo la equinoterapia a Jáchal, a través de dos instituciones: la Escuela Especial Abejitas de Santa Rita y la Escuela Agrotécnica Juan Antonio Videla Cuello. Liliana Aguirre, de la Fundación Equinoterapia San Juan nos ayudó muchísimo en esa tarea. 

Todo este proceso, colaboró a fortalecer mucho la relación de Jero con los caballos. Y ahí vimos cambios aún más profundos en él. Con mucho esfuerzo, y rodeado de mucho amor,  Jerónimo pudo empezar su escolaridad de manera normal, primero en un maternal y luego en un jardín de infantes. En esa época, en Jáchal no existía ni se sabía nada del Régimen de Docentes Auxiliares Inclusivos (DAI), no había ni posibilidad de registrar a un docente bajo ese régimen. De a poco, y con la ayuda de una maestra del maternal de Jerónimo, nosotros logramos llevar ese registro a Jáchal junto con el programa de capacitación para que más docentes puedan sumarse. Así Jerónimo pudo arrancar primer grado en la Escuela Municipal Antonio Quaranta. 
Fue una gran lucha, que implicó ir cambiando la mirada de muchos sobre la discapacidad, la integración… Tuvimos que golpear muchísimas puertas, y enfrentarnos a muchos “no” y a sus múltiples variantes: “Jerónimo no va a poder”, “no va saber”. También nos topamos con muchísima  gente maravillosa, con un corazón excepcional y unas ganas tremendas de ayudar y sumar.

 Como padres, lo que intentamos a partir de nuestra experiencia y lo seguimos haciendo al día de hoy, fue aportar un grano de arena más en el camino de la integración. Es muy importante, para padres con hijos con Síndrome de Down y también para toda la sociedad, entender realmente  que todos los niños merecen tener las mismas oportunidades y que pueden y saben hacerse cargo de ellas.
En ese camino, la estimulación temprana es vital. Jerónimo la tuvo y fue muy feliz. La verdad es que era un nene muy estimulado, muy travieso y curioso. Se anotaba en todo lo que podía y se entusiasmaba a pleno: natación, fútbol, baile, folclore… Tenía una gran determinación y una enorme pasión por el campo y los animales. Amaba la vida al aire libre. 


Nuestra casa la empezamos a construir con el Gringo cuando yo quedé embarazada de Jerónimo. La fuimos armando muy de a poquito, casi ladrillo a ladrillo y siempre rodeados de perros, caballos, gallinas. Así la conoció Jerónimo, que la vivió siempre en obra pero terminada la pudo disfrutar muy poco. Nos mudamos ahí en abril de 2016 y en octubre de ese, en el mes de su cumpleaños número 7, sucedió lo que aún me cuesta horrores contar. Estábamos en los preparativos de su cumple y todo era pura normalidad hasta que a la tarde, en el horario de la siesta, en un descuido, él salió solo con sus perros… Abrió la tranquera y se fue… Se fue, se cayó en un canal de riego y falleció.
Es muy difícil para mí contarlo y lo más difícil de todo es vivir, es seguir adelante con un dolor así. El dolor más grande de todos. Pero se puede. 

Incluso me costó horrores desprenderme de los caballos de Jerónimo que los donamos -junto a sus monturas adaptadas- para fundar la escuela que hoy lleva su nombre: Escuela de Equinoterapia Jerónimo Guiménez Espina. La inauguramos el año pasado y ya estamos brindando herramientas de integración, y también aprendizaje de oficios, a más de 20 chicos con diversas discapacidades. 
La verdad es que la posibilidad de acceder a un oficio vinculado al campo y al trabajo rural suele ser una experiencia bisagra para mucho de estos chicos y adolescentes. Todo este proceso también derivó en que una organización gaucha de Jáchal decidiera organizar una cabalgata en honor a Jerónimo. “El ángel de las cabalgatas”, le dicen ellos… 

Es un homenaje muy emotivo, que me llena el alma, al igual que ver la carita de felicidad de cada uno de los chicos de la escuela cuando se relacionan con los caballos. Sus primeros paseos, las caricias, su encariñamiento, todo es motivo de alegría y orgullo. De alguna manera, siento que ayudarlos en ese camino es una forma de mantener vivo a Jerónimo, sonriendo y disfrutando junto a todos nosotros". 

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