No fue un feliz 2020 para el rugby argentino, deporte que a pesar de haber logrado un verdadero hito en su historia como fue la victoria del seleccionado masculino frente a los poderosos All Blacks, estuvo en el centro de la polémica por otras razones.
En primer lugar, por la noticia, hace poco más de un año, de la golpiza mortal a Fernando Báez Sosa por parte de un grupo de rugbiers y, en segundo, por la “revelación” en noviembre pasado de nefastos tuits antiguos -entre misóginos, clasistas y racistas- de varios miembros de los Pumas.
Y en el medio de los juicios, debates, acusaciones y silencios, un grupo de chicas siguió haciendo lo suyo. Que es jugar, al menos así lo repiten cuando se les consulta por muchos de esos ásperos y difíciles temas.
“Creo que nosotras somos parte de un cambio cultural que ya lleva años desarrollándose y que no sólo es anterior a este momento, sino también, mucho más grande. Hoy a la mujer se la considera de otra manera en la sociedad, y en el rugby también. Por supuesto que para el ‘cambio definitivo’ falta bastante, pero todas sabemos que es un trabajo de hormiga. Y que involucra a hombres y mujeres por igual”, sentencia Yamila Otero (29), pionera del rugby femenino en nuestro país ya que empezó a jugar allá por los comienzos del nuevo milenio, cuando apenas tenía 12 años.
Mentiras piadosas
Entre la incredulidad y el engaño. Así apareció -y aparece- el rugby para muchas de estas chicas, hoy jugadoras bien afianzadas de este deporte que sigue cosechando casi una unánime reacción en los otros: “¿qué?, ¿mujeres que juegan rugby?, ¿existe eso?”.
Y sí, existe, aunque su visibilidad sea difusa (otro de los grandes retos que la UAR tiene por delante) y las historias de sus protagonistas estén repletas de reveses, prejuicios, mentiras blancas y malos entendidos.
“Durante mucho tiempo le oculté a mi mamá que estaba entrenando con los chicos del rugby. Ella estaba convencida de que yo seguía jugando al vóley en mi club de siempre, el GEI (de Ituzangó), pero en realidad me había empezado a juntar con un grupo semi mixto (éramos muy pocas las chicas) a jugar Seven”, cuenta hoy Sofía González (25), miembro del conjunto nacional.
Yamila aporta: “Yo arranqué en el club Don Bosco de Quilmes y era la única chica en un grupo formado íntegramente por varones. Por sugerencia del entrenador, toda esa etapa jugué con el casquito protector puesto así todos me tomaban como un jugador más. Fue una buena ‘solución’ primero porque yo no pensaba cortarme el pelo y segundo porque tampoco quería que nadie hiciera diferencias conmigo", enfatiza y agrega:
"En las competencias muchos rivales se enteraban que habían jugado contra una chica recién al final del partido, cuando me sacaba el casquito. Y ahí se generaba de todo: sorpresa sí, pero también cierta bronca e incredulidad”.
Gimena Mattus tiene 23 años y es oriunda de Chilecito, La Rioja. Comenzó a jugar a los 14 en Nevado, el único club de rugby que hay en todo el departamento y que, por su ubicación, en un profundo desnivel en el monte, es conocido como “el Pozo”.
“Recuerdo que se inundaba todo el tiempo y al ser solo una cancha de tierra, pasábamos del polvo constante al barro profundo”, cuenta. Hoy Gimena es la capitana de la selección nacional, que por ahora solo participa en torneos (como el reciente Sudamericano de Montevideo, donde terminó quinta) de modalidad Seven, con siete jugadoras en cancha.
Federal y singular
Por supuesto, la realidad del rugby femenino no se agota en ese seleccionado, sino que involucra a clubes y equipos de todo el país.
Según la propia UAR, ya son más de 6 mil (6084 en total) las mujeres que practican el rugby en Argentina, una cifra que supuso un crecimiento del 15% con respecto al año anterior y de casi 40% con respecto al 2017 (año de la anterior medición). Hace apenas 10 años, había solo 229 jugadoras fichadas.
¿Y qué es lo que lleva a una chica a prestarle atención a un deporte tan asociado a lo ‘violento’ y, en el peor de los casos, a lo machista? “No sé bien por qué acudí al rugby pero sí sé lo que encontré. Primero que nada, gente que me incluía; yo era mujer, no sabía ni las reglas ni la táctica del deporte y enseguida me tomaron como parte del grupo, sin agresiones, ni reclamos ni diferencias de ningún tipo”, sentencia Sofía González y agrega que, por supuesto, aún hay mucha tarea por hacer:
“Para empezar, habría que lograr que cualquier chica que quiera jugar hoy al rugby encuentre ropa femenina en los negocios para hacerlo. Por otro lado, me encantaría que nuestra selección llegue a la modalidad 15, que tengamos un nombre como Los Pumas y sobre todo, que no haya ningún género asociado a este deporte, que sea simplemente rugby, practicado por hombres y por mujeres por igual”.
Para Yamila, la clave está en seguir abriendo caminos y mentalidades, tanto hacia dentro como hacia fuera del deporte. “Todos somos seres humanos antes que deportistas, por lo cual no habría que culpar en exclusiva a ningún deporte por ninguna conducta. Mucho se habla del machismo del rugby, pero en general todos nuestros entrenadores han sido hombres, al igual que muchos de los que más nos ayudaron en este camino. Y la violencia en el rugby, ya sea verbal como física, siempre se penaliza, a todo nivel. Me parece que es un deporte que tiene muchas cosas buenas de donde agarrarse, la relación que promueve con los rivales, por ejemplo. Depende de nosotras y nosotros hacerlo”.
La jovencísima Sofía Urriza (18), oriunda de Viedma, Río Negro, toma la palabra y concluye:
“Prejuicios siempre habrá, para todos lados, lo importante es qué hace cada una con eso, cuánta trascendencia le da. Yo siempre fui deportista y gimnasta y cuando arranqué con el rugby me topé con muchos chicos que se negaban a pasarme la pelota o directamente me decían: ‘en este deporte no vas a llegar a ningún lado’. Pero jamás les di importancia, seguí haciendo mi camino, demostrando en la cancha lo que tenía y tengo para dar. La mayor inclusión de las mujeres se está dando en muchísimos aspectos y el deporte es uno de ellos. Es parte de un cambio social imparable”.
Fotos: Sergio Bianchi.
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