Hay violaciones a los derechos humanos tan lacerantes que pensar que ocurren en países remotos resulta hasta “tranquilizador”. Eso nos sucede con problemáticas como el matrimonio infantil y también con la mutilación genital femenina.
Ahora, ¿qué pasa si hacés el ejercicio de escuchar a quienes lo sufren, que son niñas y mujeres que sienten igual que vos? ¿Pensaste alguna vez que escuchar sus voces ayuda a abrir los ojos ante un problema que requiere atención mundial y que no podrá revertirse si el involucramiento global no aumenta?
En primera persona
Pues bien, ahora te “presento” a Fotoumata. Hoy tiene 18 años y reside en España, pero nació en Gambia (África). Es una de las 200 millones de niñas y mujeres que han sufrido la mutilación, práctica que consiste en cortar los genitales externos (generalmente con elementos como cristales, cuchillos u hojas de afeitar, y sin ningún tipo de medidas higiénicas).
En la mayoría de los casos se elimina total o parcialmente el clítoris. Otras veces se extirpan también los labios vaginales y, en ocasiones, se cierra la apertura vaginal mediante una costura que deja un espacio ínfimo para una penetración peneana.
Fotoumata lo sufrió a los 6 años. “Mi madre y otras mujeres me llevaron a la fuerza a una casa que no era la mía. No estaba sola, había tres o cuatro niñas más. No recuerdo todo, son como flashes los que tengo… Recuerdo cuando me tomaron por las piernas y me las abrieron, alguien me agarraba con fuerza para que no las pudiera mover. Recuerdo la angustia, los nervios…", cuenta y agrega:
"Recuerdo cómo me taparon los ojos para que no lo viera y el terrible dolor del primer corte. También recuerdo la cara de la mujer que me lo hizo. Era una mujer muy mayor, todavía al día de hoy sigue haciéndolo”.
Hemorragias, problemas urinarios y menstruales, dolor crónico, ansiedad, depresión, baja autoestima y deficiencias en la vida sexual son algunas de las múltiples consecuencias de esta práctica.
Comunidades afectadas
Según un estudio realizado por UNICEF, la mutilación genital femenina ocurre actualmente en 30 países. Y según ONU Mujeres, en 41 naciones no es una práctica ilegal. En África se registran cifras escalofriantes: en Somalia el 98% de la población femenina está mutilada, en Mali el 89% y en Egipto, el 87%.
América Latina no está exenta; se realiza en una comunidad indígena de Colombia.
Los factores que contribuyen a que esta violación a los derechos humanos esté tan extendida son numerosos y diversos, pero el tema no puede abordarse adecuadamente sin pensar en la falta de información científica y en convenciones sociales muy arraigadas.
Cuando una familia acepta someter a su hija a una mutilación genital femenina, no lo hace porque sean personas “bárbaras” o “irracionales”, sino porque desea protegerla contra el estigma y la exclusión social.
En ciertas comunidades, una mujer es aceptada socialmente solo si es mutilada. En otras, es concebida como un requisito previo para el matrimonio o para disfrutar del derecho de herencia. En muchos sitios es apoyada como un rito de iniciación para las niñas, a quienes luego de ser mutiladas se les organiza una “celebración”.
98% de la población femenina de Somalia está mutilada. En Mali, el 89% y en Egipto, el 87%.
Una bestial desigualdad
A pesar de la diversidad que se presente en las distintas etnias, “siempre es una manifestación de una arraigada desigualdad de género”, tal como señala Mariángeles Rodríguez, miembro del área de cultura, géneros y sexualidad de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF), una entidad española que lucha contra el abandono de la mutilación.
Luisa Antolín, experta en género y miembro del equipo técnico de la UNAF, explica que en las comunidades donde se realiza esta práctica, las mujeres tienen pocas posibilidades de evitarla.
“Es una norma social a la que hay poco margen para oponerse porque si te opones, estás fuera, eres una paria, no solo tú, sino tu familia también. Se considera que es bueno, que es beneficioso por diversas creencias y no hay conocimiento e información sobre las consecuencias que tiene para la salud”, asegura.
Las consecuencias a las que hace referencia son decenas. En el último Congreso Internacional de Médicos del Mundo, realizado en febrero de este año y dedicado a la mutilación genital, hablaron de hemorragias, problemas urinarios, dolor crónico, problemas menstruales, ansiedad, depresión y baja autoestima, entre muchas otras cosas.
En este sentido, un documento de la Organización Panamericana de la Salud (“Comprender y abordar la violencia contra las mujeres”, 2013) detalla que, entre los riesgos para la salud a largo plazo, las personas mutiladas tienen “relaciones sexuales dolorosas y calidad deficiente de la vida sexual”.
En las comunidades donde se realiza, las mujeres tienen pocas posibilidades de evitarla. “Si te opones, estás fuera, eres una paria, no solo tú, sino tu familia también”, comenta la experta española Luisa Antolín.
Prohibido gozar
María Florencia Francisconi es una argentina que trabajó para Médicos Sin Fronteras en Etiopía. Recibida de la carrera de Obstetricia en nuestro país, y con experiencia profesional en Buenos Aires, cuando pisó los campos de refugiados etíopes, vio que casi todas las mujeres a las que asistía en partos estaban mutiladas. También sus colegas parteras.
“La primera noche que llegué a mi destino me encontré con este panorama”, cuenta. En medio de un gran impacto, no pudo evitar pensar que en la facultad jamás le habían dado un contenido curricular sobre el tema.
“Si bien los relatos de mis colegas daban escalofríos, nunca me encontré con alguien que lo haya cuestionado. Sobre el placer, para ser sincera, nunca me atreví a preguntar. Porque las mutilan justamente con la finalidad de reprimirlas, de inhabilitarlas, no sólo a nivel físico sino también a nivel emocional, mental y sentimental”, relata Florencia.
En España, una fundación realiza reconstrucciones genitales gratuitas a mujeres mutiladas. Ruth Mañero, directora de la organización, llamada DrIM, dice:
“Ninguna de las más de 130 mujeres con las que he hablado mencionó su sexualidad como motivo de llevar a cabo la cirugía. La frase más habitual es ‘quiero que me devuelvan lo que jamás me debieron quitar’. No hablan de satisfacción sexual, sino que se sienten heridas, enfadadas por lo que les hicieron… Y cuando descubren que aquella mutilación es la causa de tantos problemas de salud que sufren, aún se sienten más heridas, porque no fue una acción puntual, sino algo que marcó toda su vida”.
La mutilación se ejerce en la mayoría de los casos sobre niñas. Y si bien afecta los derechos de la infancia, no está muy presente en las agendas políticas internacionales a la hora de destinar recursos que faciliten frenar esta aberración. Precisamente por eso es importante saber que la mutilación es global y es una manifestación extrema de la desigualdad de género que niega el derecho a la salud y la integridad del propio cuerpo.
41 países son, según ONU Mujeres, los que aún no ilegalizaron la mutilación genital femenina.
El testimonio de una sobreviviente
Fama tiene 33 años y fue mutilada a los 6 en su país natal, Senegal. Ahora vive en España, tiene una hija, está separada y trabaja en tareas de limpieza.
-En Senegal la tasa de mutilaciones llega al 24 por ciento. ¿Qué sentís cuando escuchas esas cifras?
-En mi país está prohibido, pero se sigue haciendo. Como ahora se persigue más y se revisa a las niñas cuando empiezan a ir a la escuela, se hace en bebés de meses. De esta manera, no les pueden denunciar. Es una aberración, nos quitan una parte de nuestro cuerpo, y también una parte de nuestra vida.
-¿Qué fue lo que más te “pesó” de haber sufrido esto?
-El miedo que vino después de la mutilación. Miedo por mi hermana (que se lo hicieron el mismo día) y no se recuperaba. Miedo de que me lo volvieran a hacer. Me decían: “Si no te portas bien, te volveremos a cortar.” Siempre tenía miedo de eso.
-Después de la mutilación a vos y a tu hermana, ¿qué pasó?
-Me pusieron agua caliente (entre las piernas), unas hierbas y ungüentos de medicina tradicional. Me dolió mucho, mucho. Después nos metieron en una habitación a oscuras, como es tradición.
Estábamos nosotras y otras 3 chicas durmiendo en el suelo encima de unas telas. No puedes dormir en la cama ni salir de la habitación, incluso no puedes caminar. No nos dejaban que nos tocáramos y nos vigilaban durante todo el día.
-¿Qué le dirías hoy a las personas que creen que es una tradición cultural?
-Que dejen de hacerlo. Que no tienen derecho. Que hacen mucho daño, no solo ese día, sino para toda la vida.
-Te sometiste a una operación para reconstruir tus genitales. ¿Qué sentías antes por tu cuerpo y qué sentís ahora?
-Sentía que me faltaba algo y que no era justo. Ahora estoy completa y eso me hace feliz. Y tengo una hija de 8 años a la que darle un futuro. Ella jamás pasará por esto.
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