A veces alcanza con una imagen. La reina Máxima de los Países Bajos cruza el Puente de Carlos en Praga como si caminara por las páginas doradas de un cuento barroco, vestida con un traje de encaje que más que un vestido parece una declaración personal, la firma de una mujer única en un día de reina.
El encaje con motivos de follaje que acompaña su silueta narra una historia donde se entrelazan naturaleza, realeza y alta costura: entre el verde pistacho y un bosque espeso, se destaca el que ya podemos llamar con tranquilidad “verde Máxima”, ese tono que ella convirtió en su sello, como una marca distintiva en cada aparición.

El vestido de encaje de la reina, de largo midi y corte simétrico, tiene la elegancia atemporal de los años cincuenta, pero con el atrevimiento de quien lo lleva: los pliegues arquitectónicos en el frente parecen dialogar con la ciudad, con sus torres góticas y los reflejos sobre el Moldava. Una pequeña cola en la parte trasera se desliza con gracia entre los adoquines y los siglos, mientras un cinturón fino, casi imperceptible, marca la cintura con la misma sutileza con la que Máxima se adueña de la escena cada vez que aparece.

En la cabeza lleva un cocktail hat tipo joya, decorado con hojas de acanto y helecho en tela: botánica real, en sintonía poética con el encaje del vestido. En la mano, una cartera ton sur ton; en las muñecas, apenas unos detalles precisos: probablemente el icónico reloj Tank de Cartier y una pulsera rígida, como un hilo de oro tensado entre la discreción y el brillo. Los zapatos, unos stilettos color avellana (seguramente de Gianvito Rossi, una de sus marcas favoritas), suman un contraste cálido y terrenal bajo la luz dorada de Praga.
¿El maquillaje? Radiante, ultra natural. Manicura rojo laca, el pelo suelto con reflejos cobrizos que juegan con el sol. En las orejas, apenas dos puntos de luz, y ese gesto sonriente que no necesita explicación: quien haya visto una foto de la reina Máxima lo reconocería entre mil.
Sobre el Puente de Carlos, en ese escenario que une la piedra con la eternidad, el verde Máxima de su vestido de encaje se transforma en una nueva forma de elegancia: una presencia inolvidable, que no pasa desapercibida, no se borra y, sobre todo, nunca cae en lo predecible.
Este artículo se publicó originalmente en MC Italia.
at redacción Marie Claire
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