En tiempos donde lo inmediato y lo estandarizado dominan la conversación sobre moda, hay quienes eligen resistir desde la belleza de lo singular. Carlos II Molina es uno de ellos. Nacido en Venezuela y radicado desde hace más de una década en Buenos Aires, el diseñador ha tejido un universo propio donde cada puntada tiene sentido, cada tela cuenta una historia y cada prenda nace del deseo de acompañar emocionalmente a quien la lleva puesta. Su firma, Atelier Molina, es sinónimo de sensibilidad, precisión y una poética del vestir que no necesita estridencias para dejar huella.
El sello de la casa es claro y reconocible para quienes se detienen a mirar: una moldería que conversa con la arquitectura del cuerpo sin imponer formas, una confección artesanal que deja ver la huella humana detrás de cada costura, y un tratamiento textil que puede incluir desde bordados hasta pintura a mano. En un mercado saturado de discursos, Molina prefiere el silencio que habla a través de las terminaciones perfectas —incluso en lo que no se ve—. Sus diseños no buscan transformar a quien los lleva, sino amplificar lo que ya está allí: fuerza, belleza, sensibilidad.
Lo suyo no es solo diseño de autor: es un ejercicio de escucha y de creación desde el alma. Con una moldería que abraza el cuerpo en lugar de someterlo, intervenciones textiles que rozan lo artístico y una atención personalizada que rehúye la lógica industrial, Molina ha logrado construir una marca donde lo emocional y lo estético se encuentran.
-¿Cómo nace tu vínculo con la moda y cuándo decidiste que querías dedicarte al diseño?
-Mi vínculo con la moda nace cuando tenía siete años, gracias a una tía modista que me dejaba usar su máquina de coser —a escondidas de mis padres—. Me permitía observar, tocar y desarmar prendas para entender cómo estaban construidas. Así descubrí, de manera intuitiva, el universo de la moldería y la confección.
Durante los años 80 y 90, la moda tenía una presencia muy fuerte y marcada en Venezuela, donde nací, me crié y viví hasta los 23 años. Me formé en el C+C Centro de Arte y Diseño de Mérida, donde obtuve una diplomatura en Moda y Arte. Allí aprendí no solo las herramientas técnicas, sino una forma de ver: el detalle como narrativa. No fue una decisión repentina. Fue un camino inevitable. Siempre me atrajo la transformación: de los cuerpos, de las telas, de las identidades.
-¿Cómo fue el proceso de abrir el local en el extranjero y qué quisiste transmitir con el espacio físico?
-Durante mucho tiempo trabajé exclusivamente a medida, en un entorno íntimo donde cada prenda nacía del diálogo con quién la iba a vestir. Pero muchas clientas me contaban que no encontraban una experiencia de compra donde se sintieran realmente vistas. Faltaba esa mezcla de cercanía, dedicación y singularidad.
Así nació la boutique: una tienda con venta directa, pero que conserva el espíritu artesanal. No creemos en lo estándar, sino en la atención dedicada y la prenda como gesto único.
El nuevo espacio refleja eso. Un atelier de dos plantas en Buenos Aires: en la planta baja está la boutique, y en la planta alta, todo el proceso creativo. Bordado, pintura textil, corte, moldería... todo sucede bajo el mismo techo. No hay separación entre lo que se muestra y lo que se crea.
¨No pensamos en un solo tipo de mujer, sino en una mujer real: con historia, con matices, con contradicciones, y sin necesidad de encajar¨.
-¿Cómo describirías la esencia de un diseño tuyo y qué buscas transmitir con cada prenda?
-Cada diseño parte de una idea simple pero profunda: resaltar lo mejor de cada persona sin disfraces. Nos importa que una prenda dialogue con el cuerpo y con el momento emocional que representa.
Trabajamos desde los detalles: la moldería, la selección textil, las intervenciones manuales. Todo tiene una intención. No respondemos a las tendencias, sino a la permanencia emocional. Que una prenda pueda conmover hoy y dentro de diez años.
-¿Qué tipo de mujer tienen en mente cuando diseñás?
-No pensamos en un solo tipo de mujer, sino en una mujer real: con historia, con matices, con contradicciones. Mujeres que quieren sentirse fuertes, hermosas y auténticas, sin necesidad de encajar.
Más que diseñar para un cuerpo, diseñamos para la emoción que se quiere expresar: presencia, elegancia, sensibilidad, poder. Diseñamos para ese instante en el que alguien se mira al espejo y se reconoce.
-¿Qué significa para vos que una mujer se sienta “vestida por Atelier Molina”?
-Que se sienta acompañada, potenciada. Que la prenda no la disfrace, sino que la exprese. Que haya un vínculo de respeto entre ella y la prenda. Queremos que la ropa sea una extensión de su personalidad. Un espejo fiel de su identidad, creado con dedicación y propósito.
-¿De dónde proviene la inspiración principal para tus colecciones?
-Del arte, la música, el cine, la historia. El Renacimiento por su proporción, la vanguardia por su libertad, la Nouvelle Vague por su poética de lo cotidiano. La pintura es fundamental: me interesa cómo condensa emoción, textura, gesto. Y el color no es decorativo: es expresión. A veces una paleta define toda una colección. Más allá de las referencias, cada colección nace como un pequeño universo. No seguimos la moda. Seguimos una sensación.
-¿Qué importancia le dan a los materiales y a la confección artesanal?
-Absoluta. No concebimos el diseño sin la materia. Cada tela tiene su lenguaje, su carácter. Trabajamos con proveedores que nos permiten experimentar, y muchas veces intervenimos los textiles manualmente: los pintamos, los bordamos, los transformamos. La confección artesanal es un manifiesto: creemos en lo que lleva tiempo, en lo hecho con las manos, en lo imperfectamente humano. El valor está en la huella del proceso.
-¿Cómo equilibran las tendencias actuales con la idea de atemporalidad?
-No diseñamos obedeciendo a la tendencia, pero sí observamos el presente. Nos importa entender qué emociones están vibrando hoy. La atemporalidad no es rigidez. Es profundidad. Es crear algo que pueda seguir diciendo algo verdadero incluso cuando pase el tiempo.
-¿Cómo soñás el futuro de la marca? ¿Qué próximos pasos te gustaría dar?
-Sueño con crecer sin perder el alma. Este año dimos un paso enorme: lanzamos nuestra primera colección masculina. Fue increíble: músicos argentinos ya la adoptaron y hasta David Banda —el hijo de Madonna— nos pidió piezas.
También estoy desarrollando vestuario escénico para músicos, un universo que me fascina. Me permite trabajar con el cuerpo en movimiento, con la identidad escénica. A futuro, me encantaría seguir expandiendo la marca en distintas direcciones: cápsulas, colaboraciones, más arte, más historias. Y sí, definitivamente, quiero sumar accesorios. Sobre todo... zapatos.
Fotos: Néstor Grassi.
at Magdalena García-Huidobro Crempien
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