Nos recibe en las oficinas de Moschino en Milán. Con su ya típico mameluco intervenido, sale hasta el hall de entrada para darnos la bienvenida a su nuevo mundo creativo. El 28 de febrero presenta su tercera colección para la firma italiana, pero no se lo nota estresado. Todo lo contrario, transmite paz y mucha confianza. Mientras habla se le entremezclan palabras en francés, italiano e inglés, pero en el fondo nunca pierde su acento bien argentino.

Adrián hace más de 20 años que vive en el exterior, estudió moda en la escuela Central Saint Martins en Londres y trabajó para grandes como Alexander McQueen, Marc Jacobs y Jonathan Anderson y firmas como Louis Vuitton, Loewe y Miu Miu hasta que hace casi un año -tras la repentina muerte de Davide Renne- asumió como Director Creativo de Moschino. Se mudó a Milán- vive tres semanas en esta ciudad y una en París (en donde tiene con su pareja un negocio de alquiler de piezas vintage)- y una vez al año viaja a Argentina. “Es mi lujo personal”, apunta.

-¿Cómo fue la experiencia de aceptar la Dirección Creativa y en pocas semanas presentar la Collezione 0?
-Al principio, la idea era ayudar al equipo para que tuvieran material con el que trabajar hasta la próxima colección en febrero. Oficialmente iba a empezar en junio con la línea principal de mujer y hombre. Pero después de ese primer día de trabajo en diciembre, me entusiasmé. Viajé a Argentina- porque eso no lo negocio- y quedé en contacto con el equipo, ellos me enviaban diseños y yo los aprobaba. Cuando volví en enero, vi el resultado y me sentí con la confianza suficiente para firmar la colección que se presentó a fines de febrero. No era la idea inicial, pero me di cuenta de que ya había dejado mi marca y preferí asumir la responsabilidad.
-¿Cómo fue trabajar con el archivo de la marca?
-Fue clave. Mi impulso fue investigar el ADN de Moschino. Fui al archivo con el equipo y seleccioné elementos que eran obsesiones de Franco Moschino (creador de la firma): su pasión por España, la cultura flamenca, símbolos como la carita sonriente y el signo de la paz. Quise reinterpretar esos elementos, sin perder la teatralidad que caracteriza a la marca, pero buscando que la ropa tuviera funcionalidad, que se pudiera usar en la vida real.

-¿Cómo equilibrás esa teatralidad con la necesidad de que la colección sea comercial?
-La moda hoy es negocio. Siempre trabajé en marcas donde la parte comercial era muy importante, así que tengo incorporado ese chip. Mi cerebro automáticamente evalúa qué puede funcionar comercialmente. No fue difícil, se trató de traducir la teatralidad en algo que la gente pueda usar y sentirse representada.
-En tiempos complejos como los que vivimos a nivel mundial, ¿qué creés que puede aportar la moda a tanto caos e incertidumbre?
-La moda puede ser una herramienta para enfrentar los tiempos difíciles con humor. La colección Hard Times fue mi forma de decir que, aunque estemos atravesando una recesión y haya restricciones, no tenemos que perder el sentido del humor ni la capacidad de divertirnos con lo que vestimos. La moda puede ser un refugio y una forma de expresión positiva.

-La industria también tiene en estos años un ritmo frenético, hay que crear muchas colecciones por temporada, más líneas de accesorios o fragancias... ¿Cómo manejás esa presión?
-Es un desafío enorme. La estructura de la marca y el equipo son fundamentales. Como director creativo, necesitás tener la capacidad de pasar de una historia a otra rápidamente, pero sin un buen equipo es imposible. Estoy trabajando en mejorar las estructuras internas para que podamos manejar ese volumen de trabajo sin perder la creatividad.
-Hablando de desafíos, ¿qué pensás sobre el futuro de la industria?
-El mayor desafío es tener una visión personal y un mensaje único. La industria está saturada, especialmente con las redes sociales, así que es fundamental destacar con una propuesta auténtica. Además, la creatividad y la rentabilidad tienen que ir de la mano. Hoy en día es un 50 y 50: creatividad por un lado y éxito comercial por el otro.

-Aunque hace tiempo que vivís en Europa, ¿qué lugar ocupa Argentina al momento de crear?
-Argentina fue clave en mis comienzos. Mi colección de graduación en San Martins estuvo inspirada en trajes tradicionales argentinos, especialmente del campo y la cultura gaucha. Me fascinaba cómo esos textiles mostraban el paso del tiempo y la intemperie. Esa estética cruda y nostálgica sigue presente en mi trabajo, aunque no siempre de manera obvia. Desde que tomé la dirección de Moschino, Argentina y la cultura argentina siempre están presentes y estoy esperando el momento justo para que sea la inspiración de una colección, está en mi checklist. Me gustaría en el futuro presentar un desfile allá.
-¿Estás al tanto de lo que sucede en el mundo de la moda argentina?
-Un poco sí, pero realmente tengo tanto en la cabeza con mi trabajo que no estoy detrás de cada cosa que sucede, por supuesto. Soy muy amigo de Jessica Trosman y la admiro, también me gusta lo que hace Matías Carbone. Me interesa y suelo estar atento a la Semana de la Moda, por ejemplo, veo que ha florecido muchísimo desde que me fui de Buenos Aires.

-La inclusión y la sustentabilidad son temas clave hoy en día. ¿Cómo los abordás en el diseño?
-La sustentabilidad es fundamental. Trabajo con materiales que cumplen con estándares ecológicos y siempre busco mejorar en ese aspecto. En cuanto a la inclusión, Moschino ya tenía ese ADN gracias a Franco. Busco crear colecciones que no estén limitadas por el género. Mi objetivo es reducir la cantidad de colecciones al año y fusionar las líneas de hombre y mujer en propuestas más ambiguas.
-Los desfiles se han transformado luego de la pandemia en grandes espectáculos. ¿Cómo los pensás?
-Para mí, el desfile tiene que contar una historia. No me interesa solo mostrar ropa bonita, quiero que haya una narrativa detrás de cada colección. En la Collezione 0, por ejemplo, exploré las obsesiones de Franco Moschino con ciertos arquetipos de la moda. En la segunda, me enfoqué en mi primer trabajo, que fue en una aseguradora que tenía oficina en Harrods en Buenos Aires. Llevaba un uniforme que no me gustaba nada, tenía corbata, me quedaba feísimo, hacía calor y miraba por la ventana y pensaba en qué momento podría escaparme de acá y encontrar una carrera que me haga feliz. De ahí me vino la idea de trabajar con personajes que trabajan en la caótica ciudad, pero tienen ese sueño de encontrar su propio paraíso. Busco una narrativa al crear y mostrar las colecciones, no sólo muestro ropa bonita.
-Hoy los directores creativos son figuras muy expuestas, son casi los protagonistas absolutos del universo de la moda. ¿Cómo te sentís en esa vidriera mediática?
-Al principio me costó mucho. Soy una persona bastante tímida y valoro mi privacidad. Durante años rechacé oportunidades para ser director creativo por miedo a la exposición. Pero con el tiempo y algo de terapia, aprendí a enfrentar ese miedo. Aún me pone nervioso cada entrevista o el saludo final en los desfiles, pero poco a poco le estoy tomando el gusto. Es parte del trabajo y también una forma de descubrirme a mí mismo.
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