Trabajo doméstico Firma: Julia Szerdi Desde Grow-Género y Trabajo resaltamos la urgencia de reconocer y darle valor al trabajo de cuidado no remunerado. Se trata de un trabajo invisibilizado que es realizado mayormente por mujeres, y es el que permite que funcione el sistema productivo mundial.. Sin embargo, no tiene reconocimiento económico ni simbólico. Cuidar es trabajo Lo primero que debemos hacer es reconocer el cuidado del hogar y la familia como un trabajo, es decir, como una actividad física e intelectual para lograr un objetivo y satisfacer una necesidad mediante un oficio. En este caso, uno no remunerado. Si bien durante mucho tiempo era incuestionable el rol de la mujer como ama de casa (aunque eso no implicaba que hubiera mujeres reveladas ante la norma que hicieron otros caminos), la mayoría, para sobrevivir, debía casarse y depender económicamente de un marido a cambio de las tareas domésticas. Esta disposición cuasi obligatoria del sistema económico, político y social comenzó a cambiar notoriamente durante el siglo XX, donde las mujeres ingresan masivamente al mercado de trabajo junto al surgimiento del Estado de bienestar, que garantiza derechos antes negados a las mujeres, como a votar y ser elegida, y a trabajar a cambio de un salario justo. Si bien se fue equiparando la participación de género en el empleo, las tareas de cuidado en el hogar siguen siendo un rol femenino. Como indican las encuestas de uso del tiempo, en América Latina y el Caribe, las mujeres dedican, en promedio, tres veces más tiempo que los hombres a limpiar, comprar, cocinar, cuidar (CEPAL). Esta sobrecarga limita el tiempo que las mujeres podrían destinar al ocio, a un empleo remunerado, a atenderse la salud u otras actividades. Cuidar la vida es productivo Algo productivo, como adjetivo, es algo que produce beneficios, productos, resultados. Sin dudas cuidar produce rédito, más aún en estos tiempos donde los datos demográficos hablan de la tendencia a la baja de natalidad y el envejecimiento de la población, lo cual pone en jaque al sistema económico, ya sea por la cantidad de nueva fuerza de trabajo como por las manos disponibles para cuidar. El trabajo de cuidado gratuito representa el 21% del PBI de América Latina y el Caribe (CEPAL). Sin embargo, ese importante aporte que los cuidados dan a la riqueza de los países tiene como contracara la feminización de la pobreza. ¿Cómo se puede reorganizar el sistema de cuidados para que agregue valor a todos los sujetos involucrados? Para ello se requiere desnaturalizar los roles de género asentados en prejuicios de lo que significa ser mujer y ser varón, de forma tal que imaginemos a cualquier persona ocupándose de las tareas domésticas. Pero, ¿sólo son tareas domésticas? Hablamos de cuatro actores que deberían redistribuir la carga y los costos de los cuidados: las familias, el Estado, la comunidad y el sector privado. Cada sector puede aportar algo Desde Grow-Género Género y Trabajo acompañamos una diversidad de organizaciones donde frecuentemente aparece la necesidad de la conciliación entre las tareas laborales y las de cuidado como acción primordial para tener bienestar. Pero, ¿quién va a pagar el costo del trabajo de cuidado? Hasta ahora lo vienen sosteniendo las economías domésticas, y las mujeres en particular. ¿Qué rol puede asumir el sector privado para redistribuir la carga de cuidados, comprendiendo el valor y lo imprescindible de los mismos? Pueden tomar la iniciativa e invertir en políticas de cuidados para aliviar el peso que hoy está concentrado en un solo sector de la población y, a su vez, contribuir con mejores condiciones de contratación y jerarquización de las mujeres. Es un desafío de todos los sectores de la sociedad, donde cada parte hace su aporte elemental.
at redacción Marie Claire
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