Clara ama la tierra, la naturaleza y el cuidado del medio ambiente. Dice de Manto que es protección, abrazo, abrigo y que en un manto hay emoción y respeto, que es cultura, historia y diseño. Su proyecto nació de la profunda necesidad de vincularse con una cultura que todavía estuviera fuertemente integrada a la naturaleza para ayudar con su ingenio creativo a preservar el saber y hacer ancestral de muchos artesanos descendientes de la cultura Andina, Aymaras, Qechua…
Una historia de los cerros del norte argentino, de artesanos perdidos a orilla de un río donde sus mujeres hilan y sus hombres tejen, cultivan y construyen sin quejas. El concepto de Manto respeta las estaciones, el mundo que lo rodea y la naturaleza que lo mira; ponderando los valores ancestrales del trabajo artesanal convierte el textil en diseños contemporáneos que dan valor a su origen y tradición.
Hoy Clara comparte este proyecto con dos socias, Diana Dai Chee Chaug -quien se ocupa de la producción- y Verónica Olavide -que estudia mercados y construye estrategias. Las tres forman un solo núcleo que sueña, se incentiva, se inspira en hacer y crear para dar vida a la marca.
-¿Cómo comienza esta aventura?
-Después de diez años de trabajar en un banco presenté mi renuncia porque me di cuenta que realizaba un trabajo de supervivencia que no tenía nada que ver con mi identidad y mis deseos de futuro. En esa época había comenzado a estudiar yoga y me quería ir a la India porque siempre me llamó la atención la vida espiritual. Durante un tiempo no sabía bien qué quería hacer, me puse a vender prendas en mi casa con una amiga, pero quedé embarazada y tuve que hacer reposo, lo que ayudo a que tuviera mucho tiempo para pensar y analizar lo que quería o me gustaría emprender. Como no podía hacer mucho me dediqué a tejer, a pintar, a hacer esculturas, vidrios; entonces fue cuando me di cuenta de que lo que estaba haciendo tenía mucho que ver con las manos. Decidí bajar los niveles y tomar conciencia del cambio que se estaba operando dentro de mi. Un día fui a la paletería artesanal de mi amigo Marco Fernández en Palermo y le comenté mi inquietud y mis deseos de viajar y de hacer algo artesanal pero que no sabía qué; entonces él me dijo porque, si estaba buscando cultura no me iba al norte argentino. Lo escuché, le propuse el viaje a mi marido y nos fuimos con él bebe, primero a Salta y luego a Jujuy.
“Siempre digo que la tela manda, tiene alma, tiene un recorrido y una historia; hay textiles que hablan de otros tiempos cuando todavía había tiempo”.
-¿Cómo fue esa primera travesía?
-Fueron entre 15 y 20 dias recorriendo sin parar. En ese momento yo estaba muy enganchada con la maternidad, porque con mi primer hijo no había podido vivirla a pleno debido a que lo tuve muy joven y empecé a trabajar muy rápido. Lo que vivía en ese momento con Valentín, que aún no tenía un año, era como querer vivir otros tiempos, quería disfrutarlo, dedicarme a su educación y al llegar al norte no sé lo que me paso, se me partió la cabeza.
-Fue esa naturaleza que te deslumbró y al mismo tiempo se fusionó con tu estado de madre, casi primeriza, ¿que despertó en vos el deseo de pertenecer y empaparte del lugar?
-Sí, cuando llegué lo que sentí fue como mirar la tierra sin distracciones. El paisaje me cautivó y allí comencé a sentir que algo estaba pasando en mi interior. También me intrigaban esas comunidades tan diferentes que vivían a otro ritmo que el nuestro, de una cultura que no tenía nada que ver con la mía.
-¿Hubo algo que te desilusionó y al mismo tiempo te marcó tu camino?
-Lo que me desilusionó al llegar a los lugares como Humahuaca, Tilcara, donde hay puestos de artesanos, fue que no veía tejidos artesanales, lo que veía eran tejidos industriales. Durante de mi primer viaje en 1996, iba mucho a un localcito de una mujer un poco esotérica que tenía muchas cosas de indígenas y textiles. Todo lo que había en ese local me llamaba la atención y yo quería tocar; sobre todo los textiles, quería aprender de todas esas cosas que estaban expuestas con las cuales yo no había jamás tenido contacto. Y allí fue donde me di cuenta que el tejido era lo que yo quería hacer.
-Entonces comenzó tu verdadera búsqueda…
-Sí, andaba de pueblo en pueblo con una frustración que a veces me hacía llorar por no encontrar lo que quería. Hasta que un día encontré un escrito de Luzio Boschi un fotógrafo a quien yo conocía y que se dedicaba hacer fotos del norte pero que también tenía una fundación llamada Nómade. Me acerqué a él, participe en su fundación y fue Luzio quien me hizo conocer a quien fue mi primera tejedora Mercedes Vilca. Con ella hicimos algunos trabajos y muestras. El verdadero encuentro fue visitando el pueblo de Cachi donde en un negocio encontré un poncho que al verlo me dije: esto es lo que quiero, esta es la calidad que busco. Alojada en la posada de mi amigo Adrián García del Rio le comenté lo que había visto y me dijo que fuera a Iruya que allí había una comunidad de tejedores. Al llegar Iruya me dirigí directamente al artesanato y encontró mi tejido. ¡Mi búsqueda estaba dando resultado!
“Buscamos un diálogo, una armonía, un diseño con estampas y formas para nuestras prendas que reflejen emociones, vibraciones y frecuencias para conectar y sentir”.
-¿Cómo hizo la gringa (así te llaman allá) para relacionarse y que la gente del lugar escuchara tu proyecto y lo tomara en serio?
-Fue todo un camino a recorrer. Al principio no fue fácil, tuve que trabajar mucho, no me salió de una. Durante unos años viajaba y no encontraba una comunidad o muchos tejedores que querían tejer. De pronto encontraba uno en una comunidad y otro en otra. Entonces empecé a viajar y quedarme con la gente del lugar 3 o 4 dias conviviendo con ellos y empapándome de sus costumbres, de su cultura y de su saber hacer. Fue así que ellos comenzaron a tenerme en cuenta y a escuchar mi proyecto.
-La producción que ustedes hacen es muy pequeña. ¿Qué cantidad de prendas fabrican los tejedores?
-Sí, es una capsula, pero los tejedores no hacen prendas. Desde el momento que decidí poner en marcha mi proyecto mi compromiso con ellos fue: ustedes nos tejen rollos de tejido y todos los meses nosotros les compramos la producción. Los tejedores tejen al aire libre y realizan rollos de telares que miden de acuerdo al terreno de su propiedad, lo máximo que pueden estirar el telar es de 8 metros.
-¿Cuánto tiempo necesita Manto para hacer un abrigo?
-Un abrigo necesita un mes de tejido. Las telas son tejidas a mano según las técnicas ancestrales de los ponchos que los hacían resistentes al agua. Yo siempre digo que la tela manda, tiene alma, tiene un recorrido y una historia; hay textiles que hablan de otros tiempos cuando todavía había tiempo.
-¿Cuál es el próximo proyecto de Manto?
-Por ahora solo trabajamos con los materiales del lugar: oveja y llama y una sola manera de tejer. Igualmente continuamos investigando para ver que otra comunidad podemos agregar a nuestro proyecto, pero siempre será utilizando materias primas sustentables aun de otras regiones.
-¿Tenés una definición definitiva de lo que querés para tus colecciones?
-Sí, yo quiero usar todo natural; buscamos un diálogo, una armonía, un diseño con estampas y formas para nuestras prendas que reflejen emociones, vibraciones y frecuencias para conectar y sentir.
at Lilian Rinar
Accedé a los beneficios para suscriptores
- Contenidos exclusivos
- Sorteos
- Descuentos en publicaciones
- Participación en los eventos organizados por Editorial Perfil.
Comentarios