A tan solo dos horas de tren de París se encuentra Bordeaux, un plan ideal para quienes buscan conocer una ciudad con mucho para ofrecer. No solo sus calles, museos y edificios históricos llaman la atención, sino también su cercanía con los viñedos y los châteaux, donde se puede vivir una experiencia vitivinícola única.
Si uno está acostumbrado al ritmo de París, Bordeaux ofrece otra cadencia: más calma, más provincial, pero igualmente señorial. Al caminar por sus calles, se percibe que esta ciudad alguna vez aspiró a ser la gran urbe francesa. Sus fachadas monumentales, la gran ópera y la plaza con sus edificios gubernamentales frente al río la convierten en un destino opulento e imponente. Todo se puede recorrer a pie: desde sus iglesias, como la catedral de Saint-André, hasta la Place de la Bourse y su famoso espejo de agua (Miroir d’Eau) junto al río Garona. En cada calle, ochava o pasaje siempre aparece un encantador café o un bar de vinos para disfrutar.
Si hablamos de compras, las opciones son variadas: la Rue Sainte-Catherine, una de las calles peatonales más largas de Europa, concentra marcas internacionales de fast fashion como Zara, H&M o Pull&Bear; en cambio, sobre Cours de l’Intendance se encuentran boutiques exclusivas como Cartier, Louis Vuitton, Rolex o la firma de belleza regional Caudalie. El Passage Sarget también sorprende con sus cafés y boutiques de diseño. Y, por supuesto, parar a disfrutar una copa de vino local o probar un canelé —el dulce típico de Bordeaux— es una cita obligada.
Bordeaux es una ciudad en donde lo clásico y lo moderno conviven en absoluta armonía.
Cuestión de vino
Bordeaux es mundialmente famosa por sus viñedos gracias a su ubicación y clima privilegiado, la diversidad de sus suelos y su cercanía al mar, a España e Inglaterra, lo que convirtió a su puerto en un punto clave del comercio europeo. En la región hay más de 5000 bodegas y su producción representa el 15% de los vinos franceses. El 80% de los châteaux producen tintos como Cabernet Franc, Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Carmenère y Petit Verdot.
Una excursión imperdible es pasar el día en el pueblo de Saint-Émilion, a solo 45 minutos del centro. Se puede llegar con un tour —como los de Vert Bordeaux— que recrean un perfecto día vitivinícola: visitas a uno o dos châteaux para descubrir cómo se elabora el vino, recorrer las vides, degustar y conocer estas construcciones centenarias repletas de arte y objetos históricos. El camino hasta el pueblo es único, con hileras de parras y un verde intenso como protagonistas, hasta llegar a una pequeña ciudad amurallada en tonos amarronados.
Muchas teorías giran en torno a la fundación de esta villa medieval, que data del siglo VIII, aunque ninguna está completamente comprobada. Lo que sí es seguro es que es encantador perderse en sus empinadas calles empedradas y descubrir sus iglesias —una de ellas excavada en la roca—, la torre del rey con su vista panorámica sobre la ciudad y los viñedos, el claustro franciscano y, por supuesto, probar los tradicionales macarons de Saint-Émilion: distintos a los parisinos, sin relleno y sin colores, pero con un intenso sabor a almendra.
Al regresar, vale la pena una visita a la Cité du Vin, un museo interactivo dedicado a la historia del vino. Allí, se puede conocer todo sobre los procesos de cada cepa, ver los rincones más propicios para la producción (como Mendoza) y hasta degustar en el último piso vino y apreciar una hermosa vista panorámica de la ciudad de Burdeos.
Una galería viva
A pocas cuadras del centro se encuentra el hotel YNDO, un espacio que sorprende por su originalidad y su colección de obras de arte. Cada habitación fue intervenida por artistas, diseñadores y artesanos cuidadosamente seleccionados, transformando el hotel en una galería habitable. Creadores y decoradores como Paul Silvera, Emmanuel Delayre, Sophie Mouton Perrat y Frédéric Guibrénet dejaron su sello en diferentes rincones y objetos.
El edificio, un pequeño palacio clásico con un encantador patio trasero, rompe con lo tradicional y propone al huésped explorar lo diferente, lo ecléctico y lo vanguardista. Sin dudas, traduce a la perfección el espíritu de Bordeaux: una ciudad en la que lo clásico y lo moderno conviven en absoluta armonía.
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