La larga amistad que mantuvieron nació el día en que Victoria Ocampo los presentó durante una fiesta en Villa Ocampo, en 1932. Aquella noche, la grande dame de la cultura argentina ofreció una recepción en honor a un escritor francés y Bioy escribió sobre Borges: “no fue admiración por sus escritos lo que me atrajo; fue mi admiración por su pensamiento expresado en las conversaciones”.
Se sentaron en un rincón, se aislaron del festejo y recién cuando Borges sin quererlo tiró una lámpara al piso, Victoria los reprendió: “No sean mierdas, vengan y hablen con mis invitados”. Esas palabras ofuscaron a Borges y provocaron la retirada de ambos de la reunión. En el camino de regreso a la ciudad quedó sellada la amistad entre los dos escritores.
Jorge Luis salía de una profunda desilusión amorosa protagonizada por la poeta Norah Lange, que por esos tiempos se había enamorado de Oliverio Girondo. Tal vez el desamor, una admiración mutua o las desopilantes conversaciones que mantenían fue lo que alimentó esa amistad que duró toda la vida.
Desde aquel día congeniaron, se complotaron para divertirse y escribieron al unísono, entre frases geniales y comentarios infantiles. “¿Y si el cielo fuese verde? ¿Y el pasto violeta?” dirían entre risas ajenos a las miradas reprensivas de Silvina Ocampo, la esposa de Adolfo. Eran diferentes, hasta en los orígenes: Borges de una clase media citadina, nacido en 1899 y Bioy, nacido en el seno de una familia de la más tradicional oligarquía ganadera, quince años más joven.
Cuando decidieron escribir juntos —para la editorial Emecé y Revista Sur— lo hicieron con los seudónimos H. Bustos Domecq y luego B. Suárez Lynch; y el ritual era el siguiente, se juntaban a cenar y escribían a cuatro manos:
"Nos veíamos por la noche, antes de la cena, y si a uno se le ocurría una historia le anunciaba al otro que tenía un cuento para que lo escribiésemos juntos. Si el otro aceptaba, lo conversábamos durante la cena y nos proponíamos no escribirlo hasta después de la tercera cena, para haber hablado bastante de él. Pero en la segunda cena Borges se impacientaba y entonces yo me ponía a la máquina de escribir y al que se le ocurría la primera frase la proponía; si al otro le parecía bien, la aceptaba, escribíamos esa frase y así seguíamos", describió Bioy en su libro Borges.
El primer trabajo que hicieron juntos fue la letra de una propaganda para un yogur búlgaro. La escribieron en Pardo, el pueblo donde la familia Bioy tenía su estancia y sobre esta experiencia el apuesto Adolfo dijo: “hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban llamas de eucaliptos. Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivalía a años de trabajo”.
Mucho se ha escrito sobre esta amistad, sobre su sociedad literaria y acerca de la honestidad de la relación, pero cincuenta y seis años de historia no dejan dudas de su veracidad. Alguna vez escribió el autor de El Aleph: “Pasan las circunstancias, pasan los hechos; lo que no pasa, lo que tal vez nos acompañará en la otra vida, es el placer que da la contemplación de la felicidad y de la amistad.”
La diferencia entre amor y amistad, según Borges:
Fue en una conferencia, en el año 1980, cuando explicó con maestría: “es que la amistad no necesita frecuencia. El amor sí. Pero la amistad y sobre todo la amistad de hermanos, no necesita frecuencias. El amor está lleno de ansiedades, un día ausente puede ser terrible, pero yo tengo tres o cuatro amigos a los que veo una o dos veces al año.”
“Con Bioy Casares nos veremos cuatro o cinco veces al año y somos íntimos amigos. Él es uno de mis mejores amigos y se casó y se olvidó de decirme que se había casado. Como hablábamos de temas generales y él era muy tímido también le pareció que contarme cosas personales era una impertinencia. Nunca nos hicimos confidencias. La amistad puede prescindir de la confidencia, pero el amor no. Si en el amor no hay confidencia, uno ya lo siente como una traición”, resume Jorge Luis en este párrafo que al igual que su obra, deja huella en el universo de las amistades literarias.
Diana Arias.
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