Manchones de pintura en todo el cuerpo y el pelo, un mameluco multicolor y un pincel del que aun gotea “colores santos”. Cuesta creerlo, pero para los ojos del estereotipo, todo ese caudal de imágenes puede resultar invisible.
“Son infinitas las veces que se me acercaron personas a preguntarme quién estaba pintando el mural que ambos teníamos enfrente y en el que claramente había estado trabajando durante un largo rato”, cuenta Mariela Ajras y agrega, casi riéndose:
“A lo sumo asumen que soy una asistente del muralista o, en el caso arquetípico, su novia o fan. ‘¿Una mujer haciendo una mural?’ ¡Imposible!”, sentencia.
Si bien hoy esas frases le dibujan varias sonrisas en el rostro (y le hacen recordar también el modismo que tanto le repetían en México: “A poco que te aventaste esta barda tu sola, güera”), lo cierto es que ese descreimiento e incluso ninguneo del público (¡y pares!) sobre las muralistas mujeres es algo que la atravesó durante toda su vida.
Un volantazo inesperado
Recibida como psicóloga (en la UBA), a Mariela le llevó un tiempo prudencial darse cuenta de que la “pulsión” artística podía mucho más que el consultorio.
“Lo más difícil en mi cabeza era planteárselo a mi familia. Mis padres son los dos graduados universitarios y el mandato de la carrera tradicional y universitaria siempre existió en casa. Ojo, los re entiendo, yo también sentía que era como traicionarlos si les decía que me iba a dedicar a pintar murales, entre otras cosas porque tampoco era algo que hacía a diario. Había tomado clases de dibujo de muy chica, pero esto era un salto cualitativo muy grande: no les iba a decir que tenía un nuevo hobby, les iba a plantear que iba a hacer todo lo posible para dedicarme a eso”, cuenta.
La charla finalmente llegó en forma de cena familiar y fue muchísima más comprensiva de lo que imaginaba.
“Mi madre, eso sí, trató de convencerme de ir por cualquier otro carril artístico, menos el muralismo. Me insistía con la actuación, por ejemplo, porque de chica también había hecho un curso de teatro. Y la verdad es que soy híper tímida ¡y horrible actuando! Mi papá también se lo tomó con ‘calma’, aunque se fue convencido de que `esto es solo una etapa’. En fin, tenía el ok de mi familia, pero lo más difícil venía después de eso, el famoso ‘¿y ahora qué?’”.
Lo que siguió no fue otra cosa que una larga seguidilla de aprendizajes, cursos, viajes y experiencias, tan novedosas como desafiantes.
“Para mí fue muy importante entender que el arte es una disciplina y que, por lo tanto, cuanto más se practica, más se aprende. Pero, sobre todo, fue clave entender que también puede ser un trabajo, que requiere incorporar nociones de todo tipo, de creación de marca, de emprendedurismo, de negocio…. El muralismo es mi medio de expresión, pero también tiene que ser mi medio de vida y por ende necesita encontrar su mercado y su posibilidad de realización. Por supuesto que esto no fue de un día a otro, lo fui aprendiendo sobre la marcha”.
Y la “marcha” en su caso, supuso realmente mucho movimiento.
México y España fueron algunos de los destinos a los que llegó pincel en mano, invitada por congresos (como el de Arte Público de Hawaii, uno de los que más recuerda) o por asociaciones y entes gubernamentales que fomentan y motorizan el muralismo en sus ciudades. Y en todos ellos, dejó su huella, su arte expandido.
Las condiciones y encargos variaron de un caso a otro, pero una constante se mantuvo: Mariela era casi siempre la única mujer en viaje o, a lo sumo, una de las únicas dos.
“En todos lados estaba instalada la misma idea: el muralismo es una cosa de hombres. Nadie discutía en serio esa idea y de hecho durante un tiempo yo también naturalicé ser la única mina entre 20 hombres. Es como que de tanto repetirse esa escena, me empecé a ver yo también como una excepción, como ‘una mujer en tierra de hombres’", cuenta y remata:
"Hasta que mi di cuenta que no, y que esa pregunta que me hacía en voz baja -‘¿de verdad no hay más mujeres que pinten?’- debía hacerse en voz alta. Entre otras cosas, porque su respuesta también iba a ser a todo volumen ya que no son un par, sino miles las mujeres que pintan, pero que por su condición de mujer no acceden a las mismas oportunidades que los hombres”.
La unión hace la fuerza
Y así llegamos a AMMurA, la Agrupación de Mujeres Muralistas de Argentina que, no casualmente, nació en vísperas de un 8 de marzo, hace apenas dos años.
Mariela lo recuerda bien ya que fue parte de esa génesis algo… explosiva.
“Nos habían convocado a varias mujeres para un proyecto y evento privado sobre el Día Internacional de la Mujer y a la hora de hablar del presupuesto enseguida nos pasan un número que, de verdad, parecía una broma. Para empezar, porque era la mitad, literal, de lo que le habían pagado a un grupo de muralistas varones en el evento inmediatamente anterior. Yo no suelo ir muy al choque, pero ahí no me quedó otra que pararme e irme. Convocarnos por el Día de la Mujer y pagarnos la mitad ya era como demasiado obsceno”, relata.
La situación se estiro un poco más, pero finalmente solo quedaron las convocadas y una hastiada bronca compartida. “Lo único que me salió decir fue: ‘chicas, juntémonos, tenemos que hablar de esto’”, recuerda.
“Y así fue -completa-, al sábado siguiente estábamos todas acá (señala su hermoso taller en la zona de Warnes, que comparte además con otras artistas y muralistas) charlando de nuestras experiencias, de las veces que fuimos menospreciadas, ninguneadas o mal remuneradas solo por el hecho de ser mujeres.
Decidimos investigar un poco más y al tiempo sacamos un video que fue como el origen de todo, donde dejábamos constancia que en la Ciudad de Buenos Aires, un 98 por ciento de los murales de arte público habían sido realizado por hombres. ¡98 por ciento!”
El video, claro, se viralizó y las voces de colegas se empezaron a hacer sentir en todo el país, desde Río Grande, Tierra del Fuego, hasta San Salvador de Jujuy.
Bajo el hashtag y lema #SomosMuchas, la escena, hasta entonces algo subterránea, comenzó a hacerse más visible.
“Fue una locura lo que sucedió. Esa semilla inicial se trasformó en algo realmente mucho más grande, amplio, diverso y multiplicador”, comenta.
Que además no tiene una sola forma, sino que se derrama en múltiples tentáculos: pintadas federales (que realmente impresionan por su alcance y diversidad), grupos de WhatsApp, de Facebook, conversatorios, encuentros por Zoom, por Skype y asambleas nacionales (tanto virtuales como presenciales).
“Creo que en este poquito tiempo de vida AMMurA ayudó a ganar más espacios y a combatir una histórica disparidad en salarios, acceso a contratos y muchas otras injusticias más. Pero además de todo eso, creo que la movida tuvo muchos otros efectos no planeados que tienen que ver con haber sumado a una conversación cultural que es muy grande y a que muchas mujeres se empiecen a sentir autoras, muralistas y, por ende, comiencen a reclamar las calles como propias. Siento que eso es algo mágico y también imparable”.-
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