Opening (Chia Huang)

Opening Foto: Chia Huang

Opening Foto: Chia Huang

Opening Foto: Chia Huang

Opening Foto: Chia Huang

Opening Foto: Chia Huang

Arte | Ayer 08:02

El silencio que habla: el autismo bajo la lente de un prestigioso fotógrafo

Ganadora de la edición 2024 del premio Dior – Art of Color, Chia Huang pasó meses viviendo con un padre y sus dos hijos preadolescentes autistas. A través de composiciones delicadas, una iluminación exquisita y un enfoque empático, nos introduce en el mundo de estos dos artistas espontáneos.

Vi a esta familia en un reportaje en Taiwán que hablaba de la atención médica temprana para niños con autismo en zonas rurales. Y mientras miraba, empecé a notar los dibujos en las paredes, estaban por todos lados. En ese momento, estaba haciendo arte en un barrio marginal de Marsella, cerca de la salida de una autopista. Llevaba más de seis meses colaborando con los chicos de allí, ya que me interesaba mucho el dibujo amateur. Pero cuando vi ese reportaje, tuve una sensación increíble, inmediatamente contacté a la familia y volé de vuelta a Taiwán desde Francia para conocerlos”.  

Asisten a una escuela especial durante el día y pasan las noches mirando pantallas. Hacen arte en ráfagas cortas, intensas e impredecibles.


Chia Huang nació y creció en Taiwán, pero no tuvo una infancia típica. Provenía de una zona remota y asistió a una escuela “alternativa”, muy libre y centrada en el arte. Nunca quiso una carrera ni ir a la universidad. “Solo quería hacer música, y todo lo que hacía era tocar rock’n roll. Era totalmente libre, hacía arte y nada más”. Esta crianza tan inusual le dio una apertura hacia la aventura y un gran deseo de acercarse a personas creativas y poco convencionales. Su entusiasmo es palpable cuando cuenta su historia.

“Esta familia simplemente me aceptó cuando llegué desde Francia. Una vez en Taiwán, tuve que tomar un avión pequeño para llegar a su aldea, y ellos me recibieron completamente, abrieron su casa para mí y me dieron una habitación”. Sin embargo, no fue fácil. “Esa habitación estaba llena de cucarachas, y por la mañana los chicos golpeaban mi puerta, tratando de entrar. Después de unos días, alquilé una casa al lado de ellos en el pueblo. Fue una experiencia muy extraña y loca, pero había mucha calidez. De niña, mi mamá era amiga de una mujer que tenía hijos autistas y yo tenía amigos autistas. Para mí, trabajar con ellos es como comer fideos ¡Es delicioso! Cuando veo lo que hacen, me sorprende su creatividad. Hago este trabajo porque lo disfruto, no por alguna misión. Son ellos quienes me cambian a mí”.

Los dos hermanos han trabajado simbióticamente en esta obra colectiva durante 10 años.


Le incomoda la idea de hacer el bien, de tener un mensaje para ellos o sobre ellos. Este trabajo, que define como “un proyecto de fotografía documental”, está basado más en la intuición, el interés y las sensaciones. Brigitte Lacombe, presidenta del jurado y famosa fotógrafa de retratos, concuerda: “Es el reportaje en su máxima expresión, un estudio etnográfico que observa profundamente, pero sin ser voyeurista o sensacionalista. Me atrajo la profundidad, la honestidad y la falta de sentimentalismo, su empatía y dedicación de tiempo a esta familia”. Peter Philips, director creativo e imagen de Christian Dior Makeup, añade: “El contenido de las imágenes es muy conmovedor.

Estéticamente, sentí que la composición era exquisita, me sentí como un voyeur privilegiado que podía echar un vistazo al mundo de esta familia. Casi parecía que las imágenes estaban preparadas, y al mismo tiempo podés sentir la realidad cruda. Desde la composición, el color hasta el contenido, estas fotos son perfectas. Invitan a tomarse el tiempo para observar, y entonces descubrís la profundidad de su contenido emocional. El mensaje social se vuelve más prominente e importante cuanto más tiempo mirás la obra. La pérdida, la desesperación, pero también la belleza extraña de los dibujos en las paredes, todo provoca preguntas. La elegí como ganadora porque, en todos los niveles, social y artístico, es sobresaliente”.

Los chicos no pueden comunicarse de manera habitual, por lo que Chia tuvo que desarrollar una forma instintiva de llegar a ellos, a la que llamó “el silencio que habla”.


La situación de las familias con hijos autistas en Taiwán es difícil, tanto económica como socialmente. A menudo están aisladas, rechazadas. Pero existen escuelas y asociaciones que hacen lo posible por ayudar. Según Chia, es bastante similar a la situación en Francia y otros países occidentales. De todas formas, los problemas sociales, aunque reales e importantes, son secundarios en su obra frente a la realidad de comunicarse con estos dos hermanos. “Durante este proyecto, me uní completamente a la familia, dejando que la fotografía me guiara. Es pura intuición cuando te estás comunicando con personas que no pueden usar el lenguaje humano. Cuando llegan las olas, las sentís.

Por eso esta obra se llama El silencio que habla. Usamos el inconsciente para comunicarnos. Ellos podían hablar, repetir frases, pero no estoy segura de que comprendieran su significado. Cuando estaba allí, juntos nos convertimos en una especie de organismo orgánico que estaba vivo y guiaba la obra. Y mi trabajo era leer esa vida y fotografiarla mientras la vivía”. Una práctica profundamente encarnada que genera emociones intensas en el espectador. La disolución del individuo en algo nuevo es perceptible. Peter Philips reflexiona: “Cuando vi las imágenes, me olvidé de la fotógrafa; el mensaje de las imágenes se convirtió en lo prioritario. La artista está al servicio de su arte”.  

El padre, maestro de escuela, vive solo con ellos, rodeado del mundo y arte de sus hijos. 


Los dos chicos, de 11 y 12 años en el momento de las fotos, también funcionaban como un organismo simbiótico en su propio trabajo. Chia recuerda: “Son muy similares en cuanto a habilidades, pero en cuanto a carácter, son muy diferentes. Uno se enoja más rápido y tiene más necesidad de control, mientras que el otro es más relajado. Pero su arte es totalmente el mismo. Escriben las mismas cosas, dibujan lo mismo, a veces trabajan juntos. Se contaminan entre ellos. Esta pared ha sido una obra acumulativa realizada durante diez años”.

La incorporación de obras tipo *Art Brut* en su proceso fotográfico es fluida y completamente orgánica, haciendo visible la profunda humanidad y la necesidad de expresión y creatividad que coexisten con la incapacidad de comunicarse y la relativa precariedad de sus vidas diarias. Brigitte Lacombe comenta: “Creo que es difícil de lograr y ella lo consiguió, lo que fortaleció el proyecto”.  
Incorporar cosas juntas, incluyéndose a sí misma, para crear nuevos organismos creativos que son más grandes que la suma de sus partes es una de las fortalezas más sorprendentes de Chia Huang.

Puede que no sea visible a simple vista, pero cuanto más mirás su trabajo, más ves cómo diferentes niveles de práctica e intervención modifican capas de existencia humana, encarnadas en objetos cotidianos: autos de juguete o números alineados en filas ordenadas, garabatos en las paredes, muebles, fotos, periódicos… Hacer arte se incrusta en el tejido mismo de estas vidas. Incluso el padre, que no participa directamente en el proyecto artístico eruptivo de sus hijos, sigue formando parte al vivir entre las creaciones de ellos. Esa actitud no puede evitar tener un profundo efecto transformador en una joven fotógrafa. “Después de varios meses colaborando con ellos, me volví un poco loca. Mis padres me dijeron que era como si estuviera volviéndome un poco autista. Yo no me daba cuenta, pero cambió mi vibración, mi forma de ser. Me volví mucho más directa, más intuitiva. Me influenciaron profundamente como ser humano, lo que a su vez influyó en mi arte. Por eso me gusta colaborar con personas así. Siento que tienen un pequeño dios dentro de su templo, y cuando los conozco por primera vez, no sé qué tipo de dios está escondido en ese templo. Se necesitan semanas, meses, a veces años para poder percibirlo. Ese tiempo de descubrimiento es como una peregrinación. El templo son los chicos. El dios también son los chicos”.

Las familias afectadas por el autismo reciben poco apoyo en Taiwán; las asociaciones locales son las encargadas de asistir a los padres. 


Cuando se le pregunta cuál fue la reacción de ellos al verse retratados en su obra, responde: “Son demasiado... Les envié todas las fotos, pero no hubo reacción. El padre sí estuvo muy involucrado. Fue una colaboración muy emotiva”. Y entonces su siguiente proyecto llegó inesperadamente. Mientras se relajaba en la playa, un hombre con una enfermedad mental se le acercó y le pidió colaborar. Y así lo hizo. “Sigo en contacto con las personas con las que trabajo. Con este hombre, hablamos por teléfono dos veces al mes, diría yo. Pero es complicado, porque debido a su enfermedad, a veces no habla en un idioma humano.

Así que, a veces, hablamos en lenguaje alienígena por teléfono. Es muy arte contemporáneo, esas llamadas telefónicas”. Lo mismo ocurrió con los dos chicos. No podían comunicarse, así que hablar por teléfono no era una opción. Pero igual continuó involucrada, interactuando con la familia y la comunidad local. “Después de terminar este proyecto, seguí con ellos y trabajé en su asociación. Me ofrecí como voluntaria para hacer arte con 20 niños. Ninguno de ellos podía hablar. Comenzaba con una meditación guiada y ejercicios de respiración. Después, dibujábamos juntos. Fue muy conmovedor, ese momento en el que se liberaban y podían expresarse y ser tomados en serio por otras personas”. Y como siempre con esta joven artista, su apertura radical, profunda empatía y entusiasmo contagioso transformaron esta intensa experiencia en algo que cambió su vida. “Esto me abrió totalmente el corazón y mi forma de ver el arte. Ellos son mis maestros de arte”.