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Flor Sichel: “Pasamos de la madre abnegada a la Superwoman”
Flor Sichel es divulgadora filosófica especializada en temas de maternidad. Hablamos con ella sobre las redes, la crianza y el ser buena madre.
Una filósofa y una periodista entran a un bar para hablar de los mandatos contemporáneos. Puede parecer el inicio de un chiste pero a pesar del filoso uso del humor que utiliza para desmenuzar la realidad, lo que hace Florencia Sichel es cosa seria. Profesora de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, divulgadora filosófica y de temas relacionados con educación, crianza y maternidad. Autora de varios libros, el último Todas las Exigencias del Mundo tiene también su versión standapera filosófica teatral y agota entradas en el Paseo La Plaza. Quizás pensar contribuya a la felicidad.
-¿Cuál ideal es más tirano, el de la belleza o el de la felicidad?
-Van un poco de la mano, una cosa para mí es la pregunta por la felicidad, algo presente en todos los tiempos, el hecho de cuestionarnos qué es ser feliz y otra cosa es la obligación que hay en esta época de ser felices, asociando la felicidad a estar siempre bien arriba, con actitud positiva pase lo que pase y ahí también entra la exigencia por verse bien. Hoy a una persona “dejada”, no la asociamos con alguien feliz y en cambio a quien se ve bien, deportiva, fitness, flaca, sí. Hay una cierta obligatoriedad de estar felices y eso va asociado a mostrarte alegre pero también a estar buena.
“No soportamos un punto de vista distinto, no entiendo en qué momento se volvió tan valioso tener la razón”
-En ese esfuerzo sobrehumano por mostrar logros en redes, ¿dónde queda el contacto real?
-Cada vez se crean más micronichos y entonces se juega algo de la pérdida de de lo público. Lo público aparece cuando salís a la calle, en el encuentro con los demás, incluso con otros que no te gustan y yo siento que se está perdiendo un poco eso. Lo único que hacemos es seguir a gente que piensa igual a nosotros y el otro, el que opina distinto, pasa a ser mi enemigo. Las redes se mueven como pequeñas sectas del pensamiento y la vida pública te demuestra que si salís a la calle no está todo el mundo pensando como vos, ese es un espejismo que solo pasa en tu celular.
-¿El diálogo a veces es percibido como tibieza y la violencia como fuerza?
-Ese es un tema que me interesa pensar y es uno de los que más me preocupan. Yo trabajo mucho en la educación y siento que no sabemos dialogar y que hay una idea muy escolar de que dialogar es ponerse de acuerdo pero en realidad muchas veces es explicitar los desacuerdos, no hay acuerdo siempre pero el poder de diálogo tiene que estar. Esta cosa de no hablo con vos porque no se puede o porque pensás distinto, lo único que hace es alejarnos cada vez más. No soportamos un punto de vista distinto, la verdad que no entiendo en qué momento se volvió tan valioso tener la razón, el problema es que la escucha también está afectada en esta época. Aprender a escuchar está en desuso, no digo que sea fácil porque hay que bancarse lo que no soportás del otro pero peor es decir “ como no lo tolero no lo quiero ver”.
-¿Algunos mitos fueron cayendo pero el de la buena madre sigue vigente?
-Sigue estando vivo y te digo que hay una vuelta hacia atrás, sobre todo en redes sociales podés ver esa onda de las tradwives. Es terrible, son mujeres jóvenes que lo que más desean es conseguir su varón que las mantenga. A mí me pasó que siempre me consideré feminista, entonces dije “Bueno, listo, soy madre en otra época, hay un montón de avances“ y sin embargo sentí que que las diferencias eran estructurales y las desigualdades también. Pensaba ¿por qué siento que me cagaron? Por supuesto que hay avances, hemos aprendido un montón, pero para mí pasamos del mito de la madre abnegada y sacrificada como la de Mafalda al de la Superwoman. Esa que puede con todo, es multitasking, cría a sus hijos, pero también trabaja 10 horas, además de verse bien y ser exitosa. ¡Al final prefería estar en mi casa! (risas).
-Si te gritan “andá a lavar los platos” contestó: ¡dale!
-Si, porque yo ahora igual sigo fregando los platos, pero a pesar de que tengas una pareja que también hace mil cosas, se te suman 800 mandatos y es agotador. Ahora tenés un millón de personas en las redes que te dicen cómo tienen que dormir y comer tus hijos, de qué prácticas depende su salud y trabajan mucho con tu cabeza. Antes mi vieja volvía cansada de laburar y nos daba salchichas con puré de sobre, hoy si no cumplís el mandato del kiosko saludable te come la culpa (risas).
-¿Cómo ves el fenómeno de las influencers de crianza que te apabullan con consejos como si fueran tu suegra las 24 hs?
-(Risas) Son una suegra, siento que las de 30 y 40 somos una generación que fue guiada en el hiperconsumo y que como adultos tenemos muy poca capacidad de frustración. No nos bancamos la incertidumbre propia de la vida y entonces estamos todo el tiempo buscando fórmulas que nos expliquen cómo hay que hacer las cosas porque nos llevamos mal con el error y el fracaso. Y pareciera que si no cumplís con estos mandatos estás fallando, entonces nos obsesionamos con cumplir las recomendaciones. Somos un público muy fértil, te convertís en madre y tenés millones de de productos que debés comprar, que los pibes necesitan y vos también, todo está vendido con una bajada moral muy fuerte. Sí. Si vos querés lo mejor para tu hijo, tenés que hacer esto. ¿Quién no quiere lo mejor para su hijo? Ese es el problema.
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