(Ana Piñero)
Foto: Ana Piñero
Foto: Ana Piñero
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Foto: Ana Piñero
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Foto: Ana Piñero
Zoe Gotusso: “Vivo en una incomodidad constante, y eso es lo que me impulsa”
Es una de las artistas más nuevas y escuchadas de Argentina. Cierra un año a puro éxito y se prepara para un promisorio 2026. De eso, de sus comienzos, de la cultura y del amor hablamos con la voz que encanta a todos.
Conectar desde la voz y ponerle corazón a las letras es una de las formas más nobles de expresión. Quienes cantan no solo entonan melodías: entregan una parte de sí y dejan marcas que nos acompañan en enamoramientos, tristezas y celebraciones. Musicalizan lo que después sentimos como propio.
Así conocimos a la persona detrás de la artista. Zoe nos recibió en la intimidad de su casa con esa mezcla de curiosidad y expectativa de toda primera charla. Bastaron unos minutos para que lo auténtico apareciera.
Nacida en Córdoba, Zoe Gotusso (recibió doble nominación por su tema Lara en Grabación del Año y por su álbum Cursi en Mejor Álbum de Pop Tradicional) es una de las voces más luminosas de su generación. Tiene un estilo íntimo y visceral, crece a su ritmo y se mueve entre la escena y lo cotidiano con una autenticidad que la vuelve única. Acaba de sacar su disco Detalles y se prepara para una nueva gira que la llevará por varias ciudades de Argentina, además de algunas fechas en Latinoamérica y Europa..
Con ustedes, Zoe..
Camisa, pantalón y gargantilla (Gone). sandalias (Mishka).
-¿Cómo fue tu niñez y esa primera conexión con la música?
-Pienso que vengo de una casa en la que la música ya habitaba antes que yo. En algunas casas se habla de historia, en otras de comida; en la mía se hablaba de muchas cosas y, entre ellas, siempre estaba la música dando vueltas. Mis viejos compraban discos, escuchaban bandas, y yo soy un poco el efecto de eso: había instrumentos, equipos, discos tirados por todos lados. También estuvo siempre muy habilitada la idea de encerrarme en mi cuarto a tocar, cantar, dibujar, lo que sea, mientras fuera arte. Nunca sentí que tenía que esconder eso ni pedir permiso. En el colegio también estaba muy presente: auriculares, canciones, carpetas intervenidas con letras. Entre la casa y el cole, la música se volvió mi idioma natural. Ahí estuvo mi primer contacto, muy cotidiano, muy amoroso, nada solemne.
-¿Había alguien en tu familia que fuera músico, aunque sea de hobby?
-Mi mamá siempre tuvo bandas. Es docente, nada que ver con la música profesionalmente, pero sería muy injusto dejarla solo en el título de “docente”: fue quien trajo mucha cultura a la casa. Mi papá, en cambio, viene del deporte: jugó en Los Pumas y es arquitecto. De él heredé una parte muy deportista que casi no ejerzo, pero está. Entonces, en casa convivían la música y el deporte como dos formas de disciplina, de pasión y de juego. En ese combo, yo terminé eligiendo la música, pero sabiendo que también hay algo físico, de entrenamiento, en dedicarle horas a un instrumento.
“Soy muy de familia: sueño con formar una, con ser madre algún día. Mi familia, elegida y de sangre, es mi secta, mi refugio”.
-¿En qué momento la música dejó de ser un juego y dijiste: “Me voy a dedicar a esto”?
-Creo que siempre lo quise, pero al principio lo deseaba en secreto, porque da miedo decir en voz alta algo que puede salir mal. A los 14, cuando agarré la guitarra, sentí que había encontrado algo espectacular: podía estar horas estudiando después del colegio, mientras mis compañeros hacían otras cosas. Sin darme cuenta, fui muy estudiosa: de los 14 a los 20 viví casi enamorada de la idea de pasar tiempo con la música. Después apareció Santi Celli y formamos Salvapantallas, que fue mi primer dúo, mi primer proyecto serio. Pero antes de eso hubo un momento clave: cuando empecé a trabajar de moza en una pizzería y no me daban bola para tocar ahí, mi mamá me dijo: “Vos tenés que materializar lo que te gusta, no repartir pizzas”. Ahí entendí que, si pasaba todo el día con la guitarra, podía intentar vivir de eso. Siento que mi vieja me dio algo que, aunque un día no esté, ya me lo dejó para siempre: una herramienta. Íbamos juntas a alquilar sonido sin tener idea de cables, me decía “prepárate siete canciones” y yo cantaba desde Amy Winehouse hasta Fito Páez o Justin Bieber, todo muy amateur, pero con un entusiasmo enorme. Terminar cada show y que ella me pagará $1500 pesos era una sensación de libertad increíble, como entrar al mundo de los adultos desde lo que amaba. También ahí empezó mi costado workaholic: aprendí de muy chica que hay que laburar para conseguir cosas, y después tuve que desarmar un poco ese chip para no quemarme. Cuando miro hacia atrás me da ternura imaginarme con 16 años diciendo “buenas noches” en el cumple de alguien de 50, muerta de nervios, pero igual animándome.
Saco red y pantalón denim (Milagros Pereda).
-De esa adolescente a la Zoe de hoy, ¿quedó esa incomodidad con la exposición?
-Sí, totalmente. Yo no soy el mainstream más mainstream, pero estoy bastante expuesta y me cuesta. Me encanta cuando alguien se acerca con cariño, porque es un mimo, pero a la vez hay momentos en los que me pregunto: “¿Qué hago acá?”. Me pasa en lugares como el Colón: es un sueño, pero también es una situación muy intimidante. Vivo en una incomodidad constante que, paradójicamente, me hizo bien: no me quedé en Córdoba, no me quedé en el dúo, no me quedé en los covers. Cada vez que me incomodé, crecí. Igual, esa incomodidad tiene un precio: exige trabajar mucho la autoestima y encontrar maneras más amorosas de habitar lo que me pasa.
-¿Te apropiás de la Zoe de hoy y decís: “Soy Zoe Gotusso”, en el sentido de creértela un poco?
-Estoy intentando, sobre todo este año, abrazar un poco más lo que logré, sin que eso me convierta en alguien agrandada. Me gusta la gente tímida y humilde, me conmueve, entonces hay una parte de mí que se refugia ahí. Pero también sé que, si no asumo ciertas cosas, entro en un discurso ambiguo conmigo misma: trabajo un montón, tomo decisiones difíciles y después no me apropio de lo que eso produce. Estoy aprendiendo a decir: “Bueno, sí, esto lo logré yo, con un montón de gente, pero yo también estuve ahí”.
“Antes iba por la vida un poco “regalada”, con el corazón en la mano en todos los ámbitos. Ahora ya no: aprendí que mi vulnerabilidad tiene lugares específicos donde puede desplegarse sin romperme”.
-¿Cómo te llevás con lo virtual, la exposición en redes y el desafío de cuidar tu vida privada?
-Cuando tenía 15 o 16, en Córdoba, moría por que me reconozcan por cantar. Era muy buena usando Instagram y YouTube, generaba contenido sola y lo disfrutaba: ahí estaba mi primer “juego” con la exposición. Ahora que trabajo profesionalmente, me cuesta más volver a ese lugar lúdico. Me rodeo de un equipo, pero muchas veces me dicen: “Buscá fotos para comunicar tal cosa” y yo pienso “No me saco selfies, no me sale natural”. Igual sé que tengo que negociar con eso: es parte del trabajo y ayuda a que mi música llegue más lejos. Entonces juego el juego hasta donde puedo, pero también pongo límites para no sentirme un caballito de batalla 24/7.
-¿Cómo disfrutás tu tiempo libre hoy, cuando no hay agenda, ni shows, ni entrevistas?
-Amo cuando no tengo nada que hacer, es casi un lujo. Me gusta estar acompañada: con una amiga, con mi pareja, soy medio osito. Disfruto mucho de estar con María, mi novia; salir a tomar un café por mi barrio, fumar, mirar una película, jugar a la Play, hablar por teléfono con mi familia. Un domingo libre es mi fiesta: no necesariamente salgo, mi plan perfecto puede ser quedarme en casa viendo una serie después de un show, con un vinito, bajando todas las revoluciones. Ese contraste entre la exposición del escenario y la intimidad del sillón es muy necesario para mí. Ahí vuelvo a sentirme persona y no solo “la que canta”.
Vestido con flecos (Gorof).
-¿Qué te pasa cuando tenés todo planeado para una noche tranquila y te proponen un plan para salir de golpe?
-Depende mucho del momento y de con quién. Hay épocas, como fin de año, en las que estoy muy exigida y me cuesta un montón decir que sí a planes espontáneos, porque siento que no doy más. Mis amigas aprendieron a que no estoy siempre disponible, y los vínculos que se sostienen son los que entienden eso, que no es desamor, es límite. Por otro lado, tengo amigos medio freaks y fóbicos sociales como yo, con los que salir es más fácil, porque podemos quedarnos en casa sin hablar demasiado, solo compartiendo espacio. A veces me encanta decir que sí y otras veces necesito cuidar mi energía y decir que no, aunque me dé culpa.
-¿Dónde entra la vulnerabilidad en tu trabajo y en tu arte?
-Antes iba por la vida un poco “regalada”, con el corazón en la mano en todos los ámbitos. Ahora ya no: aprendí que mi vulnerabilidad tiene lugares específicos donde puede desplegarse sin romperme. Cuando subo a cantar, cuando escribo una canción, cuando estoy en un concierto mío, ahí pongo el corazón entero. En otro tipo de espacios, reuniones, negociaciones, ciertas situaciones laborales, trato de protegerme un poco más, porque ya me pasó terminar en un burnout fuerte por ir siempre con el alma desnudita. No creo que esté mal cuidar el corazón, sobre todo en un mundo que a veces puede ser muy cruel con quienes son sensibles.
"Hubo un momento en el que perseguí cosas más superficiales. Y eso no me llevó a ningún lugar lindo, todo lo contrario: me encontré vacía y sola".
-¿Sentís que a veces esa vulnerabilidad te sobrepasa y no llegás a controlarla?
-Sí, todavía me pasa. Me afecta demasiado todo y, cuando me doy cuenta, ya estoy quemándome las pestañas por situaciones que no eran tan importantes. Ahí aparece la famosa frase de “elegir las batallas”: dónde pongo el pie, dónde pongo el corazón, cuáles son los conflictos que vale la pena atravesar y cuáles no. Estoy aprendiendo a distinguir entre ruido y verdadero problema, entre ego herido y cosas que realmente impactan en mi vida. No lo tengo resuelto, pero al menos ahora tengo la alarma encendida cuando me veo desbordada.
-¿Cómo aprendiste a entender qué es realmente importante para vos?
-Honestamente, a los golpes. Hubo un momento en el que perseguí cosas más superficiales: más reconocimiento, más “luz”, más de eso que parece éxito desde afuera. Y eso no me llevó a ningún lugar lindo, todo lo contrario: me encontré vacía y sola. Ahí entendí que lo importante era otra cosa: un vino con mi pareja, un amigo que está de verdad, la familia, la salud. Es como cuando perdés algo y recién ahí tomás dimensión de su valor. No digo que no quiera seguir creciendo, pero ahora sé que si no tengo esos vínculos y esa calma, el resto pierde sentido.
-¿Hace cuánto te acompaña María y qué lugar ocupa hoy en tu vida?
-María y yo estamos juntas hace dos años y vivimos juntas. Es mi novia, pero también alguien a quien admiro muchísimo como persona y como artista. Somos muy distintas, como muchas parejas, y eso nos equilibra: ella me baja, me acompaña, y yo también intento hacer lo mismo con ella. Fue productora musical de este disco, lo cual la convierte en un eslabón fundamental en esta etapa, aunque ahora ya no trabajemos juntas en lo profesional. Más allá de eso, yo soy muy de familia: sueño con formar una, con ser madre algún día. Mi familia, elegida y de sangre, es mi secta, mi refugio.
Falda, chaqueta, top, sandalias y earcuf (Gone). Anillos (Límido).
-El amor ocupa un lugar enorme en tu vida. ¿Cómo lo cuidás en medio de la exposición y de la vorágine virtual?
-Creo que soy bastante reservada. No me siento una persona mediática ni polémica: las veces que aparecí en lugares muy mainstream fue casi por accidente, no por estrategia. Eso ayuda a que muchas cosas queden puertas adentro. Donde más tengo que cuidar el amor es frente a mi parte workaholic: si estoy siempre trabajando, es fácil descuidar a la persona que tenés al lado. También es un desafío que no se confunda “Zoe Gotusso” con la novia de alguien: que en la casa haya espacio para estar en joggings y no con botas turquesa todo el tiempo, ¿viste? Es buscar ese punto medio entre juego, imagen y verdad.
-¿Qué te preocupa y qué te molesta de la situación cultural actual del país y del mundo?
-Lo que más me impacta es hacia dónde nos está llevando el consumo. Siento que todo es muy cortoplacista, muy rápido, muy descartable: desde cómo vemos series hasta cómo escuchamos música o consumimos noticias. A veces fantaseo con que exploten todos los celulares y volvamos a otra cosa. Me cuesta Netflix, me cuesta la lógica de los algoritmos, me cuesta incluso conmigo misma en ese sistema. Al mismo tiempo veo que la cultura en Argentina está hiper caliente, que hay amigos llenando estadios en medio de crisis económicas, y eso me parece impresionante. Me resisto a caer en el discurso de “antes era mejor”, pero sí me pregunto todo el tiempo cómo nos está cambiando la cabeza este ritmo y esta virtualidad.
-Para cerrar: ¿te da miedo perder? Perder vínculos, lugares, cosas, etapas.
-Para nada. Perder está bueno. Para ganar hay que perder. En cada pérdida aparece algo nuevo. La pérdida es un maestro, se experimentan todas las emociones juntas y nos expone a ser adultos con cada pérdida. Es parte del camino.
Fotos: Ana Piñero.
Estilismo: Los García.