(Gentileza Guillermina Lynch)
El universo privado de Guillermina Lynch: una diseñadora que fusiona y arte y sustentabilidad
Inspirada en la naturaleza, la artista Guillermina Lynch transforma el terciopelo con serigrafía, 3D y otras técnicas textiles en verdaderas obras de arte. Tapices, kimonos, capas que tienen la impronta del lujo eterno que se mantiene durante generaciones conviertiéndolo en sostenible.
Sus diseños son obras de arte portables. Tapices en forma de kimonos, se desprenden de la pared y envuelven el cuerpo con la fuerza indómita de la naturaleza, esa misma que vibra en el interior de Guillermina. Peces, flores y ramas se imprimen sobre terciopelo, reinterpretando la técnica serigráfica con una impronta personal, explorando hasta dónde puede expandirse sin desdibujar su esencia. Cada pieza tiene el valor de aquello que se atesora: lo que se hace con tiempo, con oficio, con alma. Ese es su verdadero lujo. Un lujo que no responde a lo efímero, sino a lo que perdura. Que celebra lo artesanal y propone una mirada contemporánea sobre la sostenibilidad y la belleza.
Su taller está en su casa, y el jardín es su gran inspiración. Al trabajar y equivocarse, logró la belleza inesperada que buscaba.
-¿Cuándo sentiste por primera vez la pasión por el arte?
-Desde chica amaba experimentar y crear mundos imaginarios. Me acuerdo perfectamente el momento en que tuve esa sensación: tenía cinco años y fui con mi papá al taller de un alfarero. El lugar era diminuto, estaba todo abarrotado, lleno de polvo, y entraba un haz de luz. Ese instante, para mí, fue pura magia. Ahí supe que quería ser artista. Pero durante muchos años esa parte mía quedó silenciada. Me casé muy joven, tuve dos hijos, y seguí mandatos familiares. Pasé por varias carreras, pero ninguna lograba sostenerme. Intenté inscribirme varias veces en Bellas Artes, en la Prilidiano Pueyrredón sin éxito. Mientras tanto, daba clases de inglés en colegios, pero siempre les sumaba arte, cuentos y disfraces. Más tarde, diseñé ropa: ahí encontré otra forma de expresar mi creatividad, con colecciones llenas de estampas. A los 40, después de la muerte de mi mamá, viajé a europa sola por primera vez. No visité museos, sino que me dediqué a caminar y a observar a la gente. Fue un viaje iniciático que, junto con otro a India después de mi separación, me ayudó a integrar todo lo que estaba fragmentado. Recuperé el deseo y la conexión con esa niña interior. Entendí que lo que es mío siempre
estuvo allí; solo tenía que volver a buscarlo.
-Y ahí vino el encuentro con el terciopelo, ¿qué significado tiene para vos como material?
-Tanto… Empecé a estudiar serigrafía con la diseñadora textil Constanza Martínez, y ese proceso despertó en mí un universo nuevo: las texturas, los cruces, los efectos inesperados que esta técnica produce sobre la tela. Al principio absorbía toda la información, pero no lograba conectar con la energía del hacer, hasta que casi por casualidad vi unas cortinas de terciopelo en mi casa y empecé a experimentar sobre ese textil. A partir de ese momento no podía parar. Lo que me atrapó del terciopelo es su doble naturaleza: por un lado, está asociado al lujo y la nobleza; por otro, funciona como el telón de un teatro donde se monta una ficción. Sentí la necesidad de desacralizarlo, de profanarlo, explorando sus manchas, quemaduras y “errores”. Esos elementos me hablaban un lenguaje único, salvaje y auténtico. Hay una lectura táctil en el terciopelo que es fascinante.
“Descubrí que mis diseños iban viajando en diferentes soportes, donde podía expandir mi creatividad. Esa expansión cuenta mi historia: ¿hasta dónde podemos transformarnos sin perdernos? “.
-¿Qué papel juegan la técnica y esas “imperfecciones” en tu proceso creativo?
-Aunque la serigrafía suele replicar imágenes idénticas, en mis diseños cada pieza es única. Trabajo con manchas, quemaduras y variaciones sobre el terciopelo. Esas “imperfecciones” forman parte esencial del lenguaje visual y táctil de la obra. El terciopelo es un material vivo que cambia con la luz y cómo se lo peina. Eso me desafía a explorar texturas y contrastes entre lo bello y lo oscuro. A veces preparo un color y surge algo inesperado, una textura o tono distinto. Empecé con todo esto siendo más grande, y veo una conexión entre cómo trato la textil y lo que nos pasa a las personas con el paso del tiempo: las arrugas, los pliegues, las estrías… ¿cómo no va a haber belleza en eso?
Empezó experimentando con las cortinas de su casa y terminó creado piezas únicas en terciopelo.
-Tus tapices se convirtieron en prendas que cuentan nuevas historias. ¿Cómo nació tu interés por los kimonos?
-Al principio, trabajaba con estos textiles como tapices. Pero para una muestra, me pidieron un kimono. Lo hice, se vendió… y seguí adelante. No fue algo planeado. Hasta que tuve un casamiento con dresscode “barroco italiano” y decidí hacerme una capa. Al principio me daba vergüenza. Me la ponía y sentía que llamaba mucho la atención. Pero fue ahí donde entendí algo clave: cuando me la sacaba, me sentía más expuesta. Y me di cuenta del poder que tenía esa pieza. Me miraban… pero no me miraban a mí, miraban la capa. Y ese juego entre cubrir y descubrir me pareció fascinante. A fines de 2019 empecé a meterme más en ese mundo. Y descubrí, casi como una epifanía, que cuando alguien se pone una de estas capas aparece lo verdadero, con todas sus bellezas, imperfecciones e irregularidades. Es una prenda que cubre y, al mismo tiempo, revela. El terciopelo tiene eso: te dice “acá estoy”. Te envuelve. Es suave, pero también tiene texturas, asperezas, matices. Es como entrar en un estado de ensoñación.
-¿Sentís que tus piezas proponen una nueva forma de entender el lujo?
-Sí. Cada tapado lleva un tiempo que responde a otra lógica, muy distinta a la de lo inmediato. Hay una exploración textil que nace del gesto manual, de la pausa, del proceso. Me conmueve lo que se construye con tiempo, lo heredado, lo que guarda memoria y puede volver a nacer. Para mí, el lujo está en eso: en lo que podés vestir, atesorar, volver a usar o incluso contemplar como una obra. Son piezas que acompañan, que cuentan algo de vos. Que perduran. Y ese es el relato que quiero sostener.
La magia de las calles de Venecia, ciudad en la que expuso sus obras.
-La naturaleza en tus obras aparece despojada de romanticismos ¿Cómo describirías tu vínculo personal con ese mundo?
-De chica, tenía rutinas muy estrictas y no me dejaban estar mucho en el jardín de mi casa, que era hermoso, pero casi inaccesible para mí. Por eso, cuando podía estar ahí, ese lugar se convertía en mi verdadero hábitat, un refugio donde encontraba libertad. Me llevaba mis libros, mis lápices, me disfrazaba, me trepaba a los árboles, hacía coronas de flores y construía torres de barro; era mi espacio para crear y conectar conmigo misma.Para mí, la naturaleza siempre fue fascinante, pero nunca desde una visión decorativa o romántica, sino como algo intenso, complejo y a muchas veces incluso puede ser cruel. Por eso, en una exposición diseñé una capa gigante titulada ‘El tapado imposible’, como homenaje a esa belleza donde conviven las contradicciones. El loto, por ejemplo, parece perfecto en la superficie, pero debajo del agua hay barro y raíces enredadas. En mis obras, esas imágenes se integran y hablan tanto de lo visible como de lo que está velado y oculto. En mi vida, todo es binario hasta el día de hoy, por eso busco abrazar esos universos.
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