Descalza, sentada sobre la mesa y con una falda de Gino Bogani, Grace es pura frescura y elegancia. (Néstor Grassi)

Bajo la sombra frondosa de los tilos, la mesa puesta aguarda el momento del asado. Foto: Néstor Grassi

En invierno, este rincón es el preferido de Grace para sentarse a leer con la chimenea encendida. Foto: Néstor Grassi

El cuarto principal tiene vista privilegiada al parque, un mix de alfombras y textiles y plenitud de libros. Foto: Néstor Grassi

El parque es una de las joyas de la chacra: fue diseñado por el reconocido paisajista Carlos Thays. Foto: Néstor Grassi

Para lograr un comedor donde entrara su gran familia, cerraron galerías, siempre dejando grandes ventanales. Foto: Néstor Grassi

Aquí nunca faltan las flores frescas en los floreros ni un espacio donde sentarse a leer o escribir. Foto: Néstor Grassi

La casa está llena de pequeños detalles de piezas de colección o atesoradas a través de los años. Foto: Néstor Grassi

La casa cuenta con dos livings, uno más tradicional y otro un poco más íntimo. En ambos abundan los libros. Foto: Néstor Grassi

La cocina es uno de los espacios más disfrutados por Grace. “Mi centro de operaciones”, la llama. Foto: Néstor Grassi

Lifestyle | Hoy 08:02

En cámara lenta: la chacra de la decoradora y ahora streamer Grace Gold por dentro

A 90 kilómetros de la ciudad, Grace Gold, la estrella más nueva e impensada del streaming, encontró su lugar en el mundo. Entre perros, caballos, rosales y una huerta, se refugia de las cámaras y hace lo que mejor le sale: agasajar a su gran familia.

La nota no iba a ser en esta ubicación. La idea original era visitar a Grace Gold en su casa de San Isidro, pero una pequeña remodelación retrasó los planes. Y ella, fiel a su espíritu siempre inquieto, redobló la apuesta: “¿Se animan a venir a mi chacra?”. Así, tras 90 kilómetros de autopista, su lugar en el mundo se asoma. Grace recibe descalza y rodeada de animales, enmarcada por el verde señorial de un parque diseñado por Carlos Thays, mientras extiende una bandeja con limonada e incentiva a dejar atrás el ritmo urbano. Tal como lo hace ella cada viernes por la tarde, cuando abandona la ciudad para refugiarse aquí por los siguientes días. “Recibo a toda mi familia durante el fin de semana, así que me quedo también lunes y martes para tener un poco de paz”, describe. 

 La cocina es uno de los espacios más disfrutados por Grace. “Mi centro de operaciones”, la llama. 

Una casa viva

La chacra, que disfruta desde hace casi dos décadas junto a su cuarto marido, Jorge (más conocido como Toto), se despliega en capas: primero el parque amplio, con árboles que dan esa sombra que solo traen los años; luego la casa y sus agregados, construcciones que Grace fue transformando con el tiempo. Aquí se cerraron galerías, se sumó un comedor grande y se unió el porche original a la estructura para ganar circulación. Los ventanales siempre amplios fueron pensados para dar una sensación permanente de comunión con el verde, difuminando los límites entre afuera y adentro.

“¿Cómo defino mi estilo? Definitivamente ecléctico. Hay un poco de todo, aunque siempre recurro a los neutros y nunca falta el arte”

El interior es amplio y vivido: en el living se prende la chimenea en invierno y se convierte en el lugar ideal para leer, la cocina siempre está en uso (“es mi base de operaciones”, cuenta la dueña de casa) y las habitaciones se multiplican para recibir hijos (seis), nietos (doce) y amigos que caen sin aviso. La historia también se escribe en las paredes, tanto en el arte que puebla la casa -incluido un retrato XL de la bisabuela de Grace colgado en el baño- como en un mural que realizó con sus hijos más chicos y una nieta una Semana Santa varios años atrás. “¿Que cómo defino mi estilo? Definitivamente ecléctico”, confiesa sin vueltas. 

Afuera, la huerta funciona como una extensión natural de sus rutinas. Grace ama ponerse a cocinar y salir a cosechar por la tardecita, así como regar los rosales que plantó cuando murió su cuarto hijo (“son los únicos que conozco que dan rosas todo el año”). Aunque tal vez su rincón preferido sea bajo la tríada de tilos, donde una mesa larga y unos sillones invitan a la reunión y el descanso. Uno que solo es interrumpido cuando algún caballo curioso se acerca en busca de atención y comida. 

Para lograr un comedor donde entrara su gran familia, cerraron galerías, siempre dejando grandes ventanales.

En esa dinámica cotidiana también aparece Jorge, que observa cada cambio (una planta corrida, un mueble girado, un arreglo nuevo) con una mezcla de paciencia y afecto. “Gracias a Dios tuvo una madre con muy buen gusto”, dice Grace, convencida de que ese legado esteta lo vuelve especialmente receptivo a su energía siempre activa. Esa complicidad silenciosa hace que la casa esté siempre en movimiento, siguiendo el latido de quien la habita.

 

Las mil vidas

Pero aunque en esta porción de tierra la existencia parece sencilla, no es fácil seguir el hilo de vida de esta mujer. Grace Gold es simplemente la última de sus encarnaciones, el nombre que le calzó de maravillas cuando sus sobrinos Luis y Bernarda Cella, creadores del canal de streaming Olga, la invitaron a ser parte. Aquella visita a los estudios -una recorrida casual, casi familiar- terminó siendo un punto de inflexión. Migue Granados la escuchó hablar unos minutos, captó su mezcla de audacia, ironía y soltura, y enseguida le propuso sumarse al elenco del programa “Hablemos sin saber”, con Yayo Guridi. Grace aceptó después de charlarlo con sus hijos menores, Arturo y Rómulo, parte de la generación que podría ser espectadora. “’Andá y divertite’”, cuenta que fue su respuesta.

Para lograr un comedor donde entrara su gran familia, cerraron galerías, siempre dejando grandes ventanales.

Pero antes de este personaje que hoy idolatran jóvenes y grandes hubo muchas otras versiones suyas. Como la joven que se casó a los 17 años con permiso paternal incluido y fue madre casi sin transición entre la adolescencia y la adultez. La mujer que, tras su primera separación, tuvo que sostener una casa y tres hijas (Paz, Dolores y Agustina) desde cero. La emprendedora que armó su propio negocio de plantas deshidratadas,
viajó, importó, exportó y levantó una fábrica cuando nadie imaginaba que pudiera hacerlo. La misma que decoró Mau Mau, Le Club y otros espacios donde comprendió que su buen gusto también podía convertirse en un oficio. Y hasta la que se animó a vender por primera vez profilácticos en los supermercados, osadía que le valió el enojo de la iglesia.

El parque es una de las joyas de la chacra: fue diseñado por el reconocido paisajista Carlos Thays. 

Su vida afectiva tuvo el mismo pulso intenso: cuatro matrimonios, seis hijos (los últimos dos a los 43 y 46 años), vínculos que se abrieron y cerraron con una fuerza similar a aquella con la que encaraba sus proyectos, episodios de traiciones que terminaron de moldearla, y un acceso inesperado a los pasillos de la política que le mostró un mundo paralelo que le despertó ataques de pánico cuando aún no se hablaba de ellos. Todo eso mientras criaba a su prole y atravesaba pérdidas difíciles, como la muerte de Ramón, su hijo nacido con parálisis cerebral, un dolor que redefinió sus prioridades y le dio otra profundidad a todo lo que vino después. 

Quizás por eso, cuando este año se subió durante cuatro funciones al escenario de Sex, la frontal obra de José María Muscari, lo vivió como una continuidad natural: otro espacio donde decir lo que quiere decir, sin filtro y sin pedir permiso. Es que Grace no interpretó un papel; habló desde un lugar que se ganó a fuerza de experiencia, coraje y un desparpajo que desarma. Una apuesta que le valió mostrarse en topless y dejar caer tanto el corpiño como el último de sus tapujos, corolario de una carrera que jamás se adaptó a ningún molde. Un broche de oro en el que, como dice ella, “pasé la barrera de la luz”.