Ni bien se cruza la puerta de entrada, no sé sabe qué mirar primero. Hay objetos de madera como mesas, sillas y tablas, sillones, canastos, miles de canastos, sombreros, metros y metros de gasas, algodones, arpilleras, kimonos de lino, delantales de pintor, mantas, lámparas, vajilla, velas, cuencos… En las paredes no queda un centímetro sin cubrir con cuadros, pinturas, telas... Cada pieza es exclusiva. Cada pieza pasó por la resignificación de Alejandra Giraud, artista, diseñadora, fotógrafa y dueña de Mono, un enorme galpón, que una vez fue un almacén de Palermo, con un entrepiso y gigantes columnas. “Somos nosotros los que les ponemos a los objetos alma y energía”, dice.
-¿Cómo empezaste tu carrera?
-Cuando terminé el colegio empecé a trabajar como diseñadora textil. En ese entonces no había una carrera universitaria, te formabas con la experiencia. Durante 10 años trabajé haciendo colecciones para grandes marcas de moda. Me ocupaba de todo, diseño, bordados, etiquetas, vidriera, local, todo.
-Te gusta armar marcas, ¿cómo es esa relación?
-Amo armar marcas, es mi pasión porque es mucho más que hacer una propuesta. Es crear un mundo, un estilo de vida, todas las sensaciones, y hay que trabajar mucho para que esto suceda.
-¿Y eso te pasa tanto en la moda como en la decoración?
-Sí, quería hacer un cambio y un amigo arquitecto me propuso un emprendimiento de decoración. Fue una experiencia muy linda, increíble, y me di cuenta que era como crear una colección sólo que en vez de ropa de objetos. Me puse a investigar, me fue muy bien y por eso abrí Costado en el mismo galpón de la calle Godoy Cruz donde estoy ahora. Tenía una impronta muy industrial, porque eso era lo que me movía entonces.
“Los objetos no son nada sin nuestra energía”
-¿Y cómo nace Mono Giraud?
-En 2018 cerré Costado y abrí Mono. Siempre quise tener algo con mi nombre propio, en este caso mi apodo. Lo reconvertí, tuve que ablandarlo, sacarle lo industrial y volverlo más orgánico, sumarle la paleta neutra, otros materiales.
-¿Qué materiales usas ahora?
-Maderas orgánicas, fibras naturales, bambú, casi todos nacionales menos la raíz de teca y el ratán muy fino que viene de Indonesia. La paja de seda la compro afuera y lo tejo acá, con mis artesanos, y le pongo mi esencia.
-¿Cuáles son tus fuentes de inspiración?
-Me inspiran y me gustan mucho las fabricas, vengo de lo textil, de espacios de trabajo de una manzana donde llegabas y estaban lavando telas, cosiendo jeans, estampando. En esos gestos del que trabaja, encuentro mi inspiración. Cuando viajo, en los mercados.
-¿Te acordás de alguna escena que lo grafique?
-Todo lo de madera se hace en mi propio taller de carpintería. Un día entré y encontré a uno de los artesanos trabajando un tablón de 5 metros, sacando los tornillos y tirándolos a un tacho. Los vi y pensé estos tornillos se van a convertir en un florero industrial. Y así fue.
Alejandra Giraud tiene su atelier en un edificio del 1920 en San Martín y Perón, en pleno microcentro porteño. Bajo su maravillosa cúpula la artista pinta, dibuja, imagina, crea. “Este espacio está destinado a lo artístico, es un lugar mágico”, dice ella y yo pienso mágicas son las fotos que saca y publica en el Instagram, su manera diaria de comunicar sus procesos creativos. “Hace un año no sabía usar las redes. Después empecé a usarlas y ahora estoy reconectada”.
-¿Cómo surgió la idea de vestir a las modelos con lo que vendés en la tienda?
-Una marca es también la manera que la comunicás. Buscaba unir el producto con las personas, agregarle mi estética y ver que transmitía. Me gusta mucho la improvisación, hacer cosas que no tengo idea pero con mucha confianza porque se que voy a usar uso todas las herramientas que tengo en mi mochila. Las fotos no las planeo, las hago en el local, se tira la tela, empiezo a ver que pasa, que trasmite.
-¿Quién compra Mono Giraud?
-No es una compra rápida. Los clientes pasan, toman un café, los atiendo en un living, hablamos. La gente no agarra un canasto y se va. Por el trato la atención, el lugar, es una experiencia emocional. No importa si comprás tres maderas o muebles para toda la casa, es igual. Me agrada que el cliente se vaya contento, sentir la energía que se despliega, la armonía del ambiente, después de todo los muebles no son nada si alguien que los habite.
-Contános cómo es tu proceso creativo con los objetos…
-Después de tantos años en esto, no diseño nada antes de sentarme con el artesano. Tengo una idea, lo hablo, vemos con qué materiales contamos y así surgen las piezas. No compro nada hecho. Para tener un producto único, investigo, recorro, pido que me muestren la fabrica entera, veo todo antes de comprar y pongo mi mirada en lo que tiene mi estética. Lo transformo, lo reinterpreto.
-Tu relación con el negocio es completamente diferente a lo que se puede imaginar, sobre todo en la época que estamos viviendo…
-Trato de ser positiva, de que salga adelante, de disfrutar, no es solamente vender, es una filosofía de vida por eso no ofrezco nada que no me guste, no llego a buen puerto.
-¿En qué dirías que se basa esa filosofía de vida?
-Mi hobby preferido es hablar con extraños, es sorprenderme. No quiero hacer lo que sé que me salen bien, quiero salirme de mi área de confort y probar cosas nuevas. Por eso me gusta tanto el juego, si es relajado y confiado siempre termina sorprendiéndote pero para eso tenés que animarte.
-¿Vos siempre te animás?
-Siempre, desde chica, y no sin esfuerzos. Hace poco dije que yo me siento como una exploradora. Explorar, hacer, generar, con lo atención puesta en lo emocional. La gente es cómo vos son con ellos, y las cosas son cómo vos sos con las cosas, lo que uno tiene adentro y como se relaciona con el mundo es todo. Siempre tuve la convicción que uno puede hacer una reinterpretación de un ritual a su manera, a su estilo. Mirá lo que me preguntó hija mayor, tengo dos, cuando tenía 7 años: “Mamá ¿por qué festejamos la Navidad cuando la festeja todo el mundo?” Ella creía que se podía elegir, eso era lo que le había transmitido. Parto de lo preestablecido pero se que no es la única manera de hacerlo. No quiero pegarme a nada, por eso nunca pido deseos.
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