El vestido blanco se instala otra vez como la prenda infaltable de la temporada. Su atractivo está en la simpleza: funciona tanto para el día como para la noche, y se adapta a distintos estilos según el corte, la caída y la textura del tejido. Este verano llega en versiones minimalistas, con líneas limpias y siluetas relajadas, pero también en propuestas más románticas, con detalles de broderie, puntillas o volados suaves que aportan movimiento.
Las telas livianas —como el algodón, la gasa o el lino— lo vuelven ideal para los días de calor, porque permiten una mejor ventilación y acompañan el ritmo del verano sin agobiar. Entre los cortes más buscados aparecen los escotes halter, los modelos tipo slip dress y los largos midi que estilizan sin esfuerzo. Las mangas globo, en cambio, suman volumen y un toque más femenino para quienes prefieren un estilo con personalidad.

A la hora de combinarlo, su versatilidad es clave. Para un look urbano, alcanza con sandalias planas, zapatillas blancas o incluso alpargatas, que mantienen la estética fresca y relajada. Para la noche, los accesorios metálicos —como collares finos o aros que aporten luz— transforman el vestido sin necesidad de sumar demasiados elementos. Un labial intenso o un peinado pulido también ayudan a elevar la apuesta.

El encanto del vestido blanco está en que se renueva cada año pero nunca pierde su esencia. Es una prenda que se amolda a distintas edades, estilos y contextos, y que puede acompañar toda la temporada sin pasar desapercibida. Un básico que vuelve una y otra vez, porque encarna esa mezcla ideal de frescura, elegancia y simpleza que define al verano.
at Sol Cardozo.
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