La prenda que hoy utilizamos para vernos con más seguridad y elegancia estuvo resignada durante mucho tiempo a los confines de prenda interior. Con el tiempo, las adaptaciones más familiares de la camisa blanca emergieron: largos, cuellos, puños, pero aún así permaneció oculta debajo de chalecos y chaquetas.
En el siglo XVIII tanto hombres como mujeres se pusieron la camisa blanca, que se convirtió en un símbolo sartorial y distintiva de una posición social María Antonieta rompió el molde en 1779, cuando se puso la “chemise à la reine”. Aquel vestido de algodón tan sencillo de la reina francesa, estaba muy cerca de la concepción moderna de la camisa blanca: favoreciendo las leyes de la simplicidad estética.
Pero el éxito se remonta al videoclip de Freedom! de George Michael que recoge el minimalismo propio de los años 90 y a la icónica imagen de Peter Lindbergh, tomada en 1988, en la que las modelos del momento posaban en la playa de Santa Mónica con camisas blancas holgadas. En los últimos años la prenda se ha convertido en favorita absoluta de celebrities como Bella Hadid o Hailey Bieber.
Constantemente observamos el deseo de la moda a retirarse a las bases primordiales periódicamente y más especialmente en tiempos de crisis. Por eso no es de extrañar entonces que la camisa blanca se etiquete como el último elemento básico de vestuario.
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