“Un arma de doble filo”, dirá en un momento Aldana Vega (o simplemente Aldi, como prefiere que la llamen) a la hora de pensar en su padre Horacio, asesinado en medio de un robo cuando ella apenas era una bebita de 8 meses.
“Toda mi familia es sodera, mi papá hacía repartos por zona sur y en medio de un intento de robo armado al camión lo terminaron matando. Siempre pienso que no tener recuerdos con él es un arma de doble filo, por un lado no extraño tal o cual vivencia en particular, pero por el otro daría lo que fuera por tenerla, por conocer esa sensación que quizá sea más que un gran vacío…”, comenta hoy la diseñadora de moda y remata:
“Lo loco es que toda persona que lo conoció me dice lo mismo: que yo soy igual a él, en lo físico pero sobre todo en el carácter inquieto y emprendedor”.
Sin hermanos (“eso es lo que más duele, le cortaron de raíz a mis papás la posibilidad de armar el proyecto familiar que tanto habían soñado”) Aldana creció sola con su madre Mabel, su tía Gladys y su tío Carlos. “A falta de uno, tuve tres padres”, ríe y conmueve a la vez.
La doble crianza fue un resultado “natural” de ese trágico episodio: mientras su madre trabajaba, sus tíos se alternaban para cuidarla. Todo esto en Villa Transradio, la localidad de Esteban Echeverría que debe su nombre a las plantas emisoras que en la década de 1920 se instalaron allí para formar un poderoso polo radiofónico –con conexión directa a Europa y Estados Unidos - al sur de la ciudad.
El tiempo, la Segunda Guerra Mundial, las dictaduras, las crisis y el paulatino abandono de los diversos proyectos industriales, hicieron del lugar una postal de la decadencia.
O de la ocupación precaria, algo que hoy también parece haber quedado atrás bajo un nuevo nombre: 9 de abril, tal como fue re-bautizada la localidad en 1978 durante la última dictadura militar argentina.
“Mirá que no me gusta cuando hablan mal del barrio…”, avisa Aldi y vuelve a reír, en una nueva demostración de, que además de coser, diseñar y crear, disfruta mucho de las charlas, las bromas y la conexión franca.
Y también de los recuerdos, que nos llevan nuevamente a esa niña que creció entre dos casas y una precoz fascinación por la ropa y el vestuario.
“No me preguntes porqué, pero tengo dibujos de muy chica donde lo que más se identifica son las prendas y accesorios de las personas. Ya de más grande, sí empecé a llevar diarios donde dibujaba vestidos e imaginaba el vestuario de las cantantes que me gustaban. Recuerdo que cuando iba a lo de mis tíos aprovechaba que ellos tenían cable para mirar MTV sin parar. Me encantaban Britney Spears, Shakira, Avril Lavigne y a todas les dedicaba páginas y páginas de vestidos. Es como que siempre quise ser diseñadora, incluso antes de saber bien qué significaba esa palabra”.
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Y lo logró. Pero no en base a un edulcorado relato de hadas ni a un panegírico de la meritocracia. Lo de Aldana, según ella misma lo relata, fue una mezcla de esfuerzo, suerte, tosudez, perseverancia, mucho ensayo y error y un gran convencimiento de que tenía algo importante y poderoso para ofrecer, un caudal tan obstinado que tarde o temprano iba a encontrar su cauce.
La “leyenda del mono rojo”
En realidad, no fue tan temprano… Dice su “leyenda apócrifa” (esa que a veces se desprende de la mirada ajena) que todo comenzó con un “mono rojo”, un diseño que le propuso de mandada (le escribió por Instagram) y le confeccionó nomás a Cazzu, la exitosa cantante de trap, pero Aldana insiste que antes de eso, había corrido mucha agua bajo el puente.
“No es que un día empecé a diseñar y al toqué ‘la pegué’ con esa propuesta. Llevo casi diez años poniéndole mucha garra a esto”, cuenta.
"Hoy veo todo de una manera distinta, pero de chica me enojaba mucho por mi situación económica y social y pensaba: ‘¿por qué a mí me tocó esto?’”.
¿Diez años? Sí, diez, si tenemos en cuenta que a sus 15, y gracias al apoyo incondicional de su tío, comenzó a estudiar en la Escuela Argentina de Moda (en el Microcentro porteño), a la par que hacía el secundario en el Instituto José Hernández de Lomas de Zamora.
“Mi infancia y adolescencia, como las de todas, tuvieron varias etapas, el primario fue muy lindo, luego pasé a otro colegio donde sufrí bastante bullying, por ser robusta, por usar gafas, por no encajar, bah y finalmente terminé en ese colegio de Lomas que me dejó el recuerdo de muchos grandes maestros", cuenta y agrega:
"La mayoría de ellos me súper apoyó, se dieron cuenta de que tenía una vocación muy marcada y en lugar de combatirla, la alentaron. Me acuerdo por ejemplo del profe de matemáticas, que me veía cosiendo debajo del banco y sólo me ponía cara de: ‘cortala un rato’, pero jamás me sancionó en serio. Tanto él como otros me decían: ‘acordate de mí cuando tengas tu marca de ropa’, cosas por el estilo. Sabiendo que era, y es, algo muy difícil de lograr, el mundo de la moda es chico y muy competitivo y yo no conocía a nadie, realmente a nadie que me ayudara a lograr un mínimo vínculo. Y mirá que revisé entre la parentela, eh…”, comenta.
Su rutina en el estudio era la siguiente: mañana y tarde, colegio en Lomas, a las 5 traslado con el tío al centro de la Capital, cursada, regreso y tareas y trabajos prácticos en casa, hasta la 1 o dos de la madrugada. “Así, durante dos años, todos los días”, recuerda a la vez que retiene con nitidez algunos de sus principales contratiempos en esa época.
“Hoy veo todo de una manera distinta, pero en aquel entonces era más chica y me enojaba mucho por mi situación social y económica. Todo el tiempo pensaba: ‘¿por qué a mí me tocó esto?’ Con mi vieja pasamos épocas muy duras, meses y meses donde no salíamos de fideos y arroz y realmente no había plata para nada, menos aún para telas. Y eso se re notaba en la escuela y en mi cabeza yo no paraba de protestar: ‘Si mis compañeras se equivocan, van y compran más tela, ¿por qué yo no?’ Me daba bronca y seguramente la dirigí en parte a ellas, que no tenían nada que ver”.
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Entre las historias de entonces guarda una en especial, una de sus primeras incursiones a BAFWEEK, en el predio de la Rural. “Pedí prestada ropa a diferentes amigas y fui montada en una mega producción que no tenía nada que ver conmigo. Desde afuera creía que para ser diseñadora tenía que ‘verme’ como una pero ahí comencé a entender lo equivocada que estaba. Y empecé a valorizar lo mío”, recuerda.
“Yo misma me bauticé ‘la diseñadora del desastre’, un poco para transformar y revertir la negatividad de esa frase que tantas veces me dijeron”.
La diseñadora del desastre
Y así, de a poco, fue emergiendo esa etiqueta, que nació casi de casualidad y que se relaciona bastante con aquello del largo camino recorrido.
“Toda oportunidad laboral que veía, toda práctica o concurso, me metía. Y perdí mil quinientos de esos concursos, no sé cuántos realmente, pero fueron muchos, casi la misma cantidad de veces que alguien se paró enfrente mío a decirme: ‘esto es una porquería’ o ‘esto es un desastre’. No fue sencillo, pero seguí estudiando (pasó también por el Instituto ABM, entre otros), buscando alternativas y dándole vueltas a lo mío, que empezó a tomar cierta forma una vez que logré revalorizar un montón de cosas que antes sentía que debía esconder. Y así apareció esa idea de la ‘diseñadora del desastre’, un poco para transformar y revertir la negatividad de esa frase que tantas veces me dijeron”.
Y su estilo comenzó a pegar, primero en Cazzu, que quedó encantada con aquel mono rojo y luego le hizo varios encargos más y luego en otras artistas como Nicki Nicole, Duki, Khea y Natalie Pérez. Videos musicales, mega escenarios como el Lollapalooza, producciones y eventos de moda comenzaron a ser parte de su paisaje habitual.
Así nació su marca de ropa “creativa, inclusiva y accesible”, a la que bautizó Bualichero, en honor a los “gualichos del barrio”. “Es que comencé a sentirme orgullosa de quién soy, de dónde provengo. Y de dónde elijo estar. Fue un proceso interno, de empezar a ganar en orgullo y confianza y también en soltura para empezar a tirar propuestas e ideas que lograban devolución muy copada”, explica.
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Ese proceso, la llevó también a indagar y rebuscar bien en sus propias influencias, en particular la figura de su abuela Lili, que siempre cosió y arregló prendas y le enseñó, casi sin querer, sus primeros trucos con la máquina y la aguja. ‘Recuerdo que siempre me repetía lo mismo: ‘No te dediques a los trapos, vas a sufrir’…”, comenta.
Quizá por eso, su primera colección de moda (que espera poder presentar cuando pase la pandemia) se llamará Servicio de Costura. “Para mí, mi abuela es un artista con todas las letras y cada vez que se lo digo me saca corriendo: ‘¡Qué artista!, yo hago los arreglos del barrio’, me dice”.
Servicio de costura
En la actualidad, mientras sigue atendiendo diversos encargos y pedidos y además ofreciendo sus primeros workshops a distancia, Aldana ultima los detalles de esa primera colección de autor. Que será una propuesta más poética y lúdica pero que cumplirá, asegura, con los principios y propósitos que no piensa abandonar jamás.
“La moda tiene un montón de caminos, no hay uno solo, y a mí me interesa siempre dar vuelta lo establecido. ¿Por qué alta costura solo puede ser a base de hilos de seda de Francia y no de un hilo de yute de la Pampa bien tratado? Veamos, exploremos otras ideas y alternativas. Una vez una profesora en la escuela de moda nos preguntó, ‘¿por qué las referencias siempre son un parque de estatuas de París, o tal puente de Nueva York y nunca nadie mira el Obelisco?’. Me atrae mucho esa idea”.
Y también lo dicho arriba: la inclusión:
“Quiero que mi ropa sea realmente accesible, por más que sea una marca o propuesta pequeña. Si hay algo de lo que me convencí en este tiempo es que se puede hacer algo de calidad, pensado y diseñado con amor y que eso no signifique que sea incomprable", asegura y agrega:
"Y que también se pueden hacer todos los talles (¡no hasta la L!). Esos dos principios me parecen esenciales y creo que serán una tendencia cada vez más poderosa en la moda. En mi caso, siento que además ayuda a pagar una vieja deuda con mi historia y con la de muchas de las pibas de mi barrio. No tenemos que ser una copia trucha de, podemos hacer algo nuestro, nuevo y original de una gran manera. No tengo dudas de eso”.
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