Sin haberlo imaginado (ni deseado), el comienzo de Casi feliz invita a la nostalgia: una seguidilla de imágenes en movimiento nos recuerda como era la Buenos Aires antes de la pandemia: caótica, repleta de autos y peatones y con un concierto de ruidos y movimientos frenéticos que anticipan, además, que el pulso urbano de la serie será una constante.
Acto seguido conocemos a Sebastián, personaje central de la serie que no en vano lleva el mismo nombre de quien la escribió y protagoniza: Sebastián Wainraich, que se volvió a juntar con el director Hernán Guerschuny (con quien trabajó en Una noche de amor) para darle forma a esta lograda comedia autorreferencial y “cotidiana”.
Sebastián, el personaje, es un humorista famoso por su trabajo en la radio, donde hace años encabeza su programa “La mitad del día” por “Radio Urbana” (como verán, la metaficción al palo). Está separado (primera diferencia clave con su vida real) de la madre de sus dos hijos y atraviesa una suerte de crisis de los cuarenta (no de cuarentena, por suerte) que lo tiene a mal traer y dubitativo de su “casi felicidad”.
Todo ese bagaje funciona como el telón de fondo de los 10 capítulos de la serie en los que, hay que decirlo, aparecen muchos aciertos. Entre ellos:
- El tono: A diferencia de Una noche de amor, acá el humor aparece más ácido y descarnado, no tan ATP digamos, sino más bien “adulto” o incluso de nicho. Por momentos, el registro lo acerca a series como Louie y Curb Your Enthusiasm. Sí, la referencia puede sonar gigante, pero no está mal destacar que tras varios traspiés de las producciones argentinas para Netflix, una comedia local, y a su vez localista, como Casi feliz, ofrece realmente altos niveles de guión y realización.
- El elenco: Muy bien elegidos todos. Brillan Natalie Pérez (como una ex despreocupada pero a su vez frágil y con mucho peso propio) y Santiago Korovsky, como su productor y asistente. Hay muchas participaciones especiales de figuras “amigas de la casa” (o de la factoría Wainrach) pero lo bueno es que no hacen de sí mismos sino que interpretan pequeños papeles que en varios casos les alcanza y sobra para llevarse todos los aplausos. Ejemplos: Gustavo Garzòn (un genial, aunque breve, terapeuta), Pilar Gamboa (una desquiciada ex compañera de secundario) y Adrián Suar (como el CEO de una empresa que lo contrata a Sebastián para conducir un evento).
- Los temas. No hay solemnidad (eso siempre es bueno para una comedia) pero sí un oído atento a los temas que recorren la discusión pública actual: feminismo, diversidades sexuales, bullying, etc. Es cierto que en general parecen temas a la medida de Twitter y otras redes sociales pero el propio Wainraich es el primer en reírse de esa mirada y de su lista de “problemas burgueses”.
- El propio Sebastián. No caben dudas de que para él era un desafío enorme transformarse en el alma mater del proyecto, encarnando situaciones de todo tipo que por más que le sean familiares (por haberlas vivido y/o escrito) no dejan de ser igualmente complejas. Por eso enseguida resulta un logro haber optado por un estilo tan despojado, casi introspectivo y taciturno (pero de nuevo, no solemne). Haber convertido a su personaje en “un tipo que puede hablar horas en la radio pero muy poco en su vida diaria” pareciera que no solo fue otro guiño a la realidad/ficción sino también una acertada decisión artística.
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