Balenciaga (Marie Claire)

Moda | 06-10-2025 07:14

La era de Pierpaolo Piccioli: Balenciaga se reconcilia con su historia

El tan esperado debut de Pierpaolo Piccioli para Balenciaga, celebrado el sábado 4 en París, marca un cambio de rumbo nítido en la casa: una estrategia que parece prescindir deliberadamente del público juvenil.

Francesca Fanciulli

La colección SS 2026 opera una ruptura sensible con la estética extrema y desafiante impulsada por Demna Gvasalia. Pierpaolo Piccioli opta por desactivar el registro abrasivo de los últimos años y recuperar una elegancia de corte institucional, más próxima a los orígenes de la firma. Con ello, pone el foco en una sofisticación consciente: un espectador más cercano a los cuarenta que a los veinte, más afín a la clientela clásica de las grandes casas como Valentino, y que inevitablemente deja huérfanos a los seguidores urbanos y juveniles, fervientes defensores de la era Gvasalia.

Desde los primeros looks se advierte la impronta sartorial del nuevo director creativo: rescata las siluetas “huevo” y “bolsa”, innovación señera de Cristóbal Balenciaga en las décadas de 1940 y 1950, y las reinterpreta en longitudes y materiales que oscilan entre lo minimal y la haute couture. Los vestidos estructurados y los trabajos florales tridimensionales remiten a cócteles lujosos más que a manifiestos identitarios; los sombreros, demasiado bon ton, abandonan cualquier rastro de casuística deportiva. La napa negra, antes emblema de rebeldía, se presenta ahora en clave urbana y pulida, en blusones oversize y escotes dramáticos que privilegian la elegancia por sobre la agresión. Incluso las versiones de jean oversize hasta media caña, que deberían mostrarse subversivas y despreocupadas, no renuncian a su deriva de clase y desfilan casi como una prenda de ocio.

 

 

Una paleta de tonos neutros y terrosos y juegos gráficos en blanco y negro enmarcan la personalidad de Piccioli, que irrumpe asimismo con bloques cromáticos rotundos —amarillo lima, bougainville, naranja vitamina, ciclamino—. El uso expansivo y total del color se erige como uno de sus sellos. Un vestido de punto con contraste floral multicolor —casi un intruso en el conjunto— funciona, paradójicamente, como desactivador de la tensión aristocrática de la propuesta.

 

 

La colección dibuja la figura de una dama de alta burguesía que practica la subversión medida: una ambivalencia entre lo desenfadado y lo retro-chic, equipada con zuecos-sandalia, guantes largos y bolsos statement que ya hacen camino hacia el icono.
Se puede hablar de un desfile serio, que se mueve entre la ligereza de los materiales y la conciencia volumétrica, pero que no deja espacio a la experimentación radical ni a la provocación. Desde la convocatoria fue claro el propósito del director creativo: trabajar sobre la emoción y la belleza. La invitación al desfile llegaba dentro de una caja con un equipo de música portátil que reproducía un mix titulado “Heartbeat”. Nostálgico y futurista a la vez, como los cortes láser que desafían proporciones sin escatimar tejido en la elegancia de las siluetas.

 

 

Es un corte tajante con la fase más conceptual de la casa, que sin embargo busca recuperar su núcleo fundacional, reinterpretado con modernidad. La limpieza de la página —también en redes sociales, donde lo anterior a la colección fue borrado— es una declaración de autoridad del nuevo timonel, que afirma haber buscado “un punto de encuentro entre yo y mis predecesores”. Con ello, Piccioli satisface a los nostálgicos que aguardaban el regreso al ADN haute couture de Balenciaga y a la filosofía de elegancia absoluta de Cristóbal, quien, antes que dejar la casa en manos de filosofías ajenas, prefirió retirarla y cerrarla.

Para observadores y críticos, la colección —sin duda bella— puede provocar una leve decepción por su escasa audacia conceptual: vestir Balenciaga ya no parece implicar pertenecer a una subcultura.

 

 

El cambio se refleja también en la primera fila: figuras elegidas con precisión —la elegantísima Condesa de Sussex, Meghan Markle, y Anne Hathaway, envuelta en una camiseta haute couture con cola—, mujeres de alta burguesía que encarnan la idea de una rebeldía medida. La presencia de Meghan, criticada por algunos como “hipócrita” dadas las controversias previas de Balenciaga, invita a reflexionar sobre cuánto el público ya no sigue tanto a una marca y sus valores como al diseñador que la representa.

Balenciaga SS 2026 aparece, así, como la temporada en que la casa desciende de su pedestal provocador para reafirmarse en un rol institucional. La operación despierta elogios por su madurez estilística y reservas por su tibieza; pero, al margen de las críticas, resulta clara la decisión de realinear la marca con una concepción clásica del lujo.
El legado de Demna persiste solo en detalles puntuales —las gafas oversize de factura casi extraterrestre—, último guiño de ruptura en una colección que apuesta por la reconciliación con su propia historia.