Wednesday 24 de April de 2024

SOCIEDAD | 17-09-2020 08:02

"Logré que mi obra social pagara el tratamiento con cannabis"

Un diagnóstico de neurofibromatosis tipo 2 produjo un quiebre en la vida de María Pía Ivancich. Tras presentar un amparo en la justicia, logró que su obra social le provea el aceite de cannabis que utiliza para calmar sus dolores y mejorar su calidad de vida. Hoy, su caso es un faro y un ejemplo de lucha.

Hasta los 41 años mi vida fue como la de muchas mujeres que estudian, forman una familia, tienen hijos y se dedican por completo a ellos. Fui muy prolija. Vivía encerrada en mi burbuja. Me había casado muy joven -a los 23 años-, en ese entonces ejercía como abogada en Córdoba, pero cuando mi hijo mayor nació, dejé de trabajar, me mudé a las sierras de Córdoba y empecé a llevar una vida súper natural.

Cannabis
Tras presentar un amparo en la justicia, María Pía Ivancich logró que su obra social le provea el aceite de cannabis que utiliza para calmar sus dolores

No había vacunado a mis hijos, no los medicaba, ni me medicaba, era vegetariana, deportista, corría, andaba en bicicleta, tenía mi huerta, una casa pintada de azul, todo muy idílico. Hasta que un día, a los 39 años, mientras estaba andando en bicicleta empecé a sentir unos dolores muy fuertes en la zona intercostal. No le di mucha importancia, pensé que no era nada.


Hoy entiendo que esos dolores iban a cambiar para siempre mi vida. Estuve dos años así. Mis amigos me insistían para qué me hiciera estudios y yo pensaba que no era necesario. ¿Para qué? ¿Qué me va a pasar?, pensaba. Hasta ahí, lo único que había hecho, porque tenía dolores muy fuertes, muy punzantes, fue ver a una médica del dolor que, sin hacerme ningún estudio, me administra Pregabalina. Como los dolores seguían, una amiga me insistió y fui a ver a un traumatólogo.


Cuando voy, el médico minimiza la situación, me dice que no tengo nada y que estaba un poco hipocondríaca. Como ya estaba ahí y la obra social me lo cubría, le pedí que me indique una resonancia. A los pocos días me hice el estudio y el técnico me dice que el resultado va a demorar entre 48 y 72 horas, pero que no espere y pida un turno con un oncólogo. Cuando me muestra las imágenes veo un montón de manchas, una al lado de la otra, metidas entre las costillas. Eran once tumores en total. Ahí entendí porque tenía tanto dolor.


Estaba sola. No me animé a llamar a nadie. Lo único que quería era llegar a mi casa y abrazar a mis hijos. A los pocos días me entregaron el informe y fui a ver al oncólogo de mi papá. Yo sólo pensaba en mis hijos, que eran muy chicos, qué iba a ser de ellos si me pasaba algo. Yo sentía que iba a ser muy duro si yo me moría.


Me hacen un estudio más específico y me diagnostican neurofibromatosis tipo 2, una enfermedad incurable de origen genético que se manifiesta comúnmente por la aparición de tumores, generalmente benignos, en la piel y en el tejido nervioso.
La única opción que había era abrir y extraer esos tumores, que me estaban aplastando los pulmones y empezaban a ocasionarme un dolor insoportable. A esa altura, ya habían empezado a darme un cóctel de codeína, oxicodona, parches de fentanilo, pregabalina y antidepresivos. Y empecé a deambular por distintos centros de salud de Córdoba, Rosario y Buenos Aires tratando de dar con el equipo que se animara a operarme. Nadie quería hacerlo. Era una intervención muy compleja. Ahí es cuando me sugieren viajar a Houston, al Memorial Hermann Hospital.


Finalmente, tras una primera consulta -en septiembre de 2010-, el 12 de enero de 2011 me opera, durante 15 horas, un equipo compuesto por un neurocirujano, una cirujana especialista en médula espinal, un cirujano de tórax y un cirujano cardiovascular.
El 7 de febrero era el cumpleaños de mi hijo mayor, así que decido volver previo firmar el consentimiento donde dejo de manifiesto que me hacía cargo de todo lo que me pudiera suceder. Cuando el médico me viene a dar el alta y me receta los calmantes, yo sentía hasta las cicatrices. Entonces le pregunto cómo iba a hacer con esos dolores. Me mira y me dice: “cuando llegue a la Argentina vea a su médico del dolor”.


Y así vuelvo, con un solo un frasco de calmantes. Cuando fui a ver a mi médica del dolor me dice que iban a tratarme con distintas drogas. Que iban a darme una, sacar otra, agregar… En fin, de nuevo al cóctel que ya había consumido y que si bien me quitaba el dolor, también me generaba falta de apetito, temblores y una desconexión terrible con la realidad.


Entonces me econtré con un amigo, que es médico y homeópata, el Dr. Javier Burga Montoya, que me sugirió probar con cannabis. Yo no tenía ni idea de qué era, ni como se consumía. Empecé incorporándolo a través de preparaciones, comidas, porque todavía no existía el aceite de cannabis. Paralelamente empiezo a discontinuar las pastillas de oxicodona. A los 15 días ya estaba estabilizada y sin dolores.


Después de un tiempo de estar bien, en 2017, cuando cumplí 50 años, aparecieron de nuevo los dolores. Me hago una resonancia y me detectan dos tumores. Todo volvía a empezar. A esa altura ya se empezaba a hablar sobre el aceite de cannabis, pero no sabía cómo ni dónde conseguirlo. A medida que pasaba el tiempo los dolores se acrecentaban. Era una tortura y a mí me aterraba la posibilidad de volver a un tratamiento para el dolor a base de morfina.


Un día, de casualidad, leí una publicación de una mamá salteña que tenía un hijo con la misma enfermedad que yo tengo y que había obtenido permiso para cultivar cannabis y producir el aceite que su hijo necesitaba. Así descubrí que podía reclamar mi derecho a tener la medicina que necesitaba. Yo no quería hacer nada ilegal, quería que mi obra social me proveyera del aceite, o que el Estado me permitiera cultivar cannabis y producirlo yo misma.  


El 20 de julio de 2018, tras ir al ANMAT, solicitar el aceite e inscribirnos en el registro nacional voluntario -tal como lo estipula la Ley 27350, de Uso Medicinal de la Planta de Cannabis y sus derivados-, con el Dr Jorge Orgaz decidimos presentar una medida cautelar en la Justicia para que mi obra social, DASPU, me provea del aceite de cannabis. En primera instancia, el Juzgado Federal número 2, a cargo de Alejandro Sanchez Freytes, me lo niega. Entonces apelamos, y en segunda instancia, la Cámara Federal de Córdoba, mediante una resolución firmada por los camaristas Luis Roberto Rueda e Ignacio María Vélez Funes, y la secretaria de Cámara Carolina Prado, hace lugar a mi pedido y le ordena a la obra social el suministro del aceite de cannabis.  


Cada día tomo cinco goteros completos. Es lo único que me calma los dolores tremendos que me provocan los dos tumores que aún llevo en mi cuerpo. Ahora, mi próxima meta es que se reglamente la ley de Cannabis Medicinal, poder tener mis plantas, cultivar la variedad que yo necesito y que nadie más tenga que pasar por la situación de no saber cómo acceder a su medicina. Hay mucha gente que tiene miedo y hay muchos mitos en torno a la marihuana. Yo también los tenía. Nos falta avanzar como sociedad, derribar tabúes y entender que el cannabis es un medicamento que mejora y dignifica la calidad de vida de muchas personas.

 

 

at Gabriela Semmartin

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